Segundo Momento: ¿Nos escondemos?

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Otoño nuevamente se presentaba con su ya mas que característico atuendo de combinaciones ocres llenando Londres, no obstante en el bosque de hojas perennes adjunto al Real Colegio San Pablo el otoño tenía que abstenerse de usar esa vestimenta tradicional y conformarse con las siempre tonalidades verdes apenas cambiantes de aquel tipo de árboles, así que por esos parajes con dificultad se notaban los cambios propios de las estaciones del año, tragedia para quien deseara un postal clásica de esa estación, sin embargo para nuestros protagonistas ese detalle les era insignificante, les tenía sin cuidado si el entorno era ocre, rojo, verde o blanco, a ellos lo único que les interesaba era como poder sortear las miradas indiscretas de sus compañeros y más aún de las monjas que les cuidaban en todo momento.

Después de la libertad de las vacaciones al regresar al colegio las reglas parecían aún más rígidas que de costumbre, la que más detestaban eran las que advertía que chicos y chicas no podían convivir, prácticamente ni siquiera mirarse, pero para Terry que rompía las reglas una y otra vez eso era sólo una sugerencia no una realidad absoluta. Mas todavía cuando Candy lo había aceptado en Escocia con un beso robado qué después pasó a un beso aceptado y posterior a otro de prueba, y luego vinieron los de reconocimiento, y los que continuaron por puro gusto y así hasta que se separaron para regresar a Inglaterra. Ahora era momento del almuerzo, por lo que el joven aristócrata se encaminó hacia aquella colina casi oculta entre los árboles, ahí la esperaría como todos los días por el último mes.

Terrence dejó caer su humanidad al pasto recostándose con un brazo bajo su cabeza, siendo arropado por la sombra del enorme roble para luego estirarse tan largo como era, por un momento cerro los ojos por un reflejo del sol que le caló la vista, con ojos cerrados tomó un pedazo de hierva que llevó a su boca y empezó a masticar, ya que no fumaba más con algo tenía que entretenerse. Abrió perezosamente los párpados para toparse con la sorpresa de que una "mona pecosa" estaba encima de una rama del árbol sobre su cabeza.

—¿Qué haces ahí Pecosa? –asombrado pregunto.

—No te vayas a levantar, ni mover –dijo en voz muy baja Candy, quien sentada en una rama con trabajos lograba distinguirse desde cualquier otro ángulo, se movía discretamente intentando ver algo que parecía estar un poco más allá de los árboles más cercanos.

—¿Por qué no me puedo mover? –inquirió Terry un tanto desconcertado.

—Eliza me seguía, logre subirme antes de que lo notara pero aún está allá –dijo señalando con un dedo–. Seguro espera que nos encontremos.

—¿Y cuál seria el problema?

—Terry –le reprochó su aparente despreocupación.

—Sí, las estúpidas reglas. Bueno –el joven inglés se levantó de su lugar– si tú no bajas, yo no me voy a quedar aquí siendo escudriñado por tu prima.

—No es ni pariente mío –reclamó para luego cuestionar con mirada triste – ¿Te vas?

Pero Terrence tenía otros planes, tiro su objeto que masticaba al suelo y comenzó a trepar.

—No –ya que había logrado llegar hasta una rama junto a ella le susurró con una de sus hermosas sonrisas ladeadas–, sólo voy a esconderme contigo. ¿Nos escondemos? –la rubia sólo asintió acercándose un poco a él.

Eliza al ver cómo el castaño trepó por el gran árbol, no tuvo más remedio que resignarse a que no encontraría nada que logrará incriminar al par de jóvenes que estuvo siguiendo por ese día, así que se disponía a irse cuando unas carcajadas de mujer llamaron su atención. De apoco se acercó. Mejor para ella hubiese sido no haberlo hecho, pues logró distinguir unos rizos rubios junto a una melena castaña, tan cerca una de la otra que se mezclaban por lo que era muy obvio que los propietarios de esas cabelleras se estaban besando.

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