Momentos 17: Un día en el hogar

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Le noche cubría todo con un negro manto adornado con un sin fin de pequeños puntos brillantes y una acunada luna, hermoso espectáculo para los habitantes de esa región de Inglaterra, muchos podrían quedarse hipnotizados por esa visón, no obstante el hombre que en ese instante estaba ajeno al mundo se regocijaba con su propio espectáculo particular, ahí en la intimidad de su recamara recostado sobre su costado izquierdo con su cabeza apoyada en su mano, contemplaba sencillamente como su esposa dormía plácidamente, se regocijaba admirándola, sólo contemplando como el niveo pecho subía y bajaba acompasado a su respiración, luego de los labios femeninos surgía una disimulada sonrisa causada por el bello sueño que tenía. Él podría quedarse por siempre viéndola, enamorado al completo así es como Terrence Grandchester se sabía, cada "momento" junto a su "Pecosa", a su Candy era mejor que un sueño.

Inhaló hondo hasta llenarse del aroma de rosas convidado con la dulzura de la piel de ella, esa deliciosa fragancia que desde los quince años le había cautivado. Abandonó su postura para acercarse y estrecharla contra su pecho, la rubia apenas y respingo, tan acostumbrada a los brazos de su esposo, eso era natural para ella, para ambos, se dejó recostar sobre el varonil torso, permitiendo ser arrullada por los latidos del corazón ajeno en lo físico propio en el alma.

Terry sonreía, se sentía dichoso con ella entre sus brazos, de repente una mala idea lo turbo, por una extraña razón se preguntó «¿Y sí Candy hubiese rechazado aquel beso robado frente a un lago en Escocia?, ¿sí hubiéramos caído en la trampa de Eliza?, ¿si el accidente en el teatro hubiese sido fatal para mí o para Susana?, ¿Sí Niel se hubiera logrado casar con ella?... ¿sí todos los momentos vividos con ella son un sueño y yo realmente no tengo nada de esto?» Algo dentro se él se resquebrajó, se sintió vacío, con una carga muy pesada sobre sus brazos como plomo. En un parpadeo Candy ya no estaba ahí, él estaba solo, con el rostro bañado en lágrimas por la desesperación, su madre lo había corrido de su casa, su padre lo rechazó también, su madrastra le gritaba lo bastardo que era, en un instante se vio en medio del Atlántico escuchando a lo lejos música, murmullos de gente divirtiéndose, lo que aumentó su desasosiego, no lo pensaría mucho, lo haría, dejaría su vida ahí en medio del mar, un suspiro, una lágrima... listo, tomaría la baranda y daría un salto, así de sencillo... otro ruido, ¿pasos?, todo se sucedía en segundos, con un ágil movimiento de su mano derecha se limpió el rostro, giró para preguntar "¿Quien anda ahí?"... una pequeña figura surgió lento de entre las sombras, con sólo verla lo supo... su mundo cambio en ese preciso momento, una hermosa adolescente lo veía con rostro de preocupación, le preguntó sobre su sentir, además la joven tenía la nariz repleta de simpáticas pecas y de ella se desprendía un dulce aroma de rosas. La embromo de inmediato para disimular su sentir, lo que en medio de su desasosiego se sintió impulsado a hacer erróneamente. Prosiguió con su juego hasta enojarla, sin embargo, a pesar de la bromas sólo veía esos ojos verdes que lo dejaron extasiado por su color y por su mirar, amen de las pecas, quien lo diría, en ese momento Terrence se enteró de que le gustaban las chicas con pecas.

Luego de descubrir el regio carácter de la "pecosa" se alejó mientras pensaba para sí «Si ese bella niña vuelve a aparece en mi camino será obra del destino que conspira para poner frente a mí a la que será mi compañera de vida.»; lo decidió justo en ese instante, sí volvía a aparecer esa "pequeña pecosa" frente a él jamás la dejaría ir.

Terry sonreía, soñaba justo con la noche en que conoció a Candy cuando un fuerte golpe en su estómago lo alejó del mundo de Morfeo provocando que abriera la boca casi con desespero para jalar aire, se intentó incorporar pero el peso sobre de él se lo impedía, con la vista borrosa aún enfoco un manchón dorado justo sobre su cara, luego pecas, al final ella completa.

—Tenías una pesadilla, Terry, o al menos al principio, porque comenzaste inquieto y terminaste sonriendo.

—Otra vez me sacaste el aire –se quejó.

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