Prólogo

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Él tenía los ojos cerrados. El flequillo de su oscuro cabello estaba más largo de lo normal, por lo que cubría la mitad de sus párpados. Su cabeza se movía lentamente como si estuviera asintiendo, mientras la música entraba por sus oídos y viajaba por todo su cuerpo. Lo estaba disfrutando, sin embargo, el único movimiento que lo podía delatar era el golpeteo de su dedo índice sobre su bolso repleto de cuadernos de composición, siguiendo el compás de la canción que provocaba que su corazón saltase.

Se encontraba en la biblioteca del Departamento de Danza, ya que era la más silenciosa de todo el campus. Los bailarines pocas veces entraban a estudiar algo en ella, puesto que su carrera era más bien práctica, razón por la cual los salones eran los preferidos de ellos para ensayar. Incluso en este momento, él podía apostar toda su fortuna a que estaban disfrutando del buen clima que hacía afuera, debían estar tirados en el pasto, bebiendo algún refresco y riendo escandalosamente. A veces, él creía que podía envidiar aquella vida, pero al encontrarse con el silencio y la música que podía crear gracias a él, esa envidia quedaba reducida a cero.

Sacó de su mochila un cuaderno en donde escribía siempre ideas vagas que podían ser utilizadas después en la creación de alguna canción, y comenzó a deslizar su portaminas de 0,5 mm de grosor.

Al parecer estaba inspirado, pues rápidamente media plana del cuaderno comenzó a ser llenada. Se sintió realizado, había pasado unas tres semanas con un bloqueo creativo y la presentación de los proyectos en la asignatura de Expresión Musical, estaba a la vuelta de la esquina. Ahora, solo esperaba que el material que presentara fuera lo suficientemente bueno para calificar y ser vendido. Porque sí, necesitaba el dinero.

La punta de su portaminas se quebró y frunció su ceño al ver las pequeñas partículas y el polvillo que había soltado la mina. Dos risas estruendosas se habían dejado escuchar a un par de mesas más allá y, a pesar de estar con audífonos, las había escuchado perfectamente. Su cuerpo se crispó, como si de un gato defendiéndose se tratara y en su cabeza una lista interminable de maldiciones se comenzó a crear. No quería levantar la mirada y encontrarse con los responsables de aquel ruido infernal, porque reconocía una de las risas.

—¡No es cierto hyung! —Sus oídos fueron perforados por un grito inhumano, mordió su lengua para no gritarle al dueño de esa voz y así recordarle que estaba en una puta biblioteca—. Nosotros solo somos amigos, nada más, además —dijo tomando el respaldo de una silla para correrla y así sentarse—, dudo que ella me vea de la misma forma que yo.

«Es obvio que no, quién podría soportar un escándalo como el suyo», pensó él con una sonrisa en los labios. Aquel chico era ridículo, por donde se le mirara. Lo odiaba. Era todo lo que él detestaba y eso había quedado más que claro desde que lo había visto por primera vez en los pasillos del campus. Sus ojos se encontraron por unos escasos segundos y sólo eso bastó para que se levantara de su asiento, guardara sus objetos en su mochila y se alejara soltando improperios en silencio.

Odió la manera en que sus ojos le habían sonreído, porque sí, el chico que odiaba era de esas personas condescendientes que a todo lo que se moviera o no se moviera le sonreía. Park Jimin podría estar observando como un perro cagaba y sería lo más lindo del mundo bajo sus ojos. Lo odiaba. Detestaba la forma en que su vida parecía ser tan sencilla, cómo podía relacionarse con cualquiera, como a su alrededor todo se veía perfecto.

Porque... Min Yoongi era completamente lo OPUESTO a Park Jimin.

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Half Lemon » YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora