Uno

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Uno: Andrea

Yacemos sentados junto al cristal. Es de madrugada. Afuera, apenas se distinguen las luces que deja en su camino algún jinete metálico tan perdido como nosotros. El anuncio neón del café en que nos encontramos parpadea. Una polilla suicida coquetea con la luna roja y se estrella contra ella, batiendo sus frágiles alas en repetidas ocasiones. Aquel sonido siempre me recuerda al manojo de llaves recién sacado del pantalón. Casimir, plástico, cigarro, un perfume barato. Oscuridad lluviosa.

Yo le observo. Parece tan calmado, tan apacible, que mis dedos helados se deslizan con nerviosismo por la taza de café ya tibio. Sus pómulos son grandes y pálidos. Creo que charlo con un cadáver. Los labios parecen agrietados; los lame suavemente, con deliciosa depravación. El cabello negro, lacio, brilla con las luces neón. Aquellos ojos de misterio oriental me miran y sonríen. Mesmerizan. Son de otro mundo. Todo él emana un aura herbal, de frutos, especias y almizcle.

Es extraño. Sé que su nombre es Balthazar, con corona de rey innato, y que se fugó de casa con una cantidad monetaria interesante. Lo buscan. Con crema de capuchino en su carne blanda y rosa me ha narrado a cuentagotas una vida cósmica y miserable, de valses en la azotea y un encierro con vaivenes de rebeldía. Entre libros de ocultismo, lunares en zonas prohibidas y blancas pastillas sobrevive en un cuartucho frío ubicado en el sexto piso de un edificio por poco abandonado.

El jersey negro con cuello de tortuga oculta una yugular que yo imagino debe transparentarse azul. Sus marcadas ojeras son un poema. Cuando habla, creo escuchar a un ente de otro siglo. Se arremanga el suéter, noto lunas y cruces de tinta asomándose en su antebrazo. Inquiero. Él resta importancia. Supongo que algo se inyecta.

Y me gusta.

No suelo trabajar con hombres, no es mi estilo. Sin embargo, algo en Balthazar me parece tan trágico, violento y, de cierta forma, quebradizo, que decido emplearlo. Observo sus uñas mordidas con barniz negro descascarado. Parece contento. Me repugna. Me atrae. Sellamos el pacto con un apretón de manos. Porta un anillo de plata con la cabeza de una cabra labrada.

Cuando nos retiramos del local, le ayudo a colocarse la gabardina que cae hasta media pantorrilla; negra, de cuero. Luce carísima. Sus huesos son frágiles. La nuca, perfumada, es femenina. Inmersos en la atmósfera húmeda de la madrugada, Balthazar ruega por no retornar al pútrido colchón de su alcoba. Cruzamos entonces el parque. Le veo subir escaleras empedradas, asfalto mojado, y rotar ebrio de petricor con los brazos abiertos. Balthazar es un vampiro, me convenzo de ello cuando su sonrisa cínica brilla más que la luna de plata. Nos divertimos en las sombras. Somos dos tristes alimañas exclamando galimatías envinadas.

Posee alas de murciélago. Sentado, lo admiro. Me inclino ante la majestuosa silueta. En realidad, su estatura es media... pero, cuando extiende los brazos y aúlla, parece más grande que la montaña.

Compramos otra botella y nos encerramos en mis paredes. Brindamos. Adentro, en el calor, él se despoja y empaña con su aliento las ventanas cristalinas de mi estudio. Escribe con sus dedos algo en japonés que yo no entiendo. Él habla en idiomas que ni siquiera conozco. Es fascinante. La naturalidad de su cuerpo es impresionante. Huesos, carne y garabatos. Yo miro a través del lente y disparo la luz en repetidas ocasiones. Si pudiera fotografiar las palabras, lo haría. Lo haría sin dudar.

Balthazar parte al amanecer y me muestra su lengua con un chillido al despedirse.

Está loco. Es extraño. En sus ojos hay un brillo familiar.

Tumblr: BLVK HOUSE

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