Seis: AndreaLa fiebre de nuestro sexo logra ser apaciguada por instantes. Llueve, como en todos nuestros encuentros importantes. Relámpagos espectrales. Rugidos de ámbar. Oh, Balthazar, niño de amables tinieblas, ¿qué segundo compartido contigo no es digno de un marco dorado? Poco importa lo extravagante que sea nuestra situación. Manejo por la carretera negra y húmeda con el corazón en llamas, presa de un brío celestial, una pulsión de vida y muerte que hacía mucho tiempo no experimentaba.
El muchacho grita las letras agresivas de sus canciones extrañas. Creo que aquello contribuye a la violencia del momento. Es el deseo onírico que el amante aguarda toda su vida. Romanticismo: Ahora lo entiendo. Como viviendo una película en blanco y negro, me vuelvo a admirarlo de vez en cuando, creyendo alucinar con su diabólica y angelical presencia. Balthazar es Luzbel y me he enamorado de su fatalidad. Acaricio, negligente, las hebras de ónix que descansan en sus pómulos de fina porcelana.
En sus ojos flota un brillo especial. Creo que ahora sí perdió completamente la cordura. Ríe. Ríe. Sobre sus piernas reposa una pecera con tres migalas que no podía abandonar en el agujero que llamamos departamento. Ellas son como sus hijas, como si hubiesen nacido de sus entrañas. Traemos también un frasco de gusanos que Balthazar admira con morbosa fascinación. Su boca pequeña y carnosa brilla suplicando un beso. Y creo morir de ansias, cuando él, sanador, murmura:
Acá.
¿Por qué acá?
Porque me da desconfianza.
¿Eh?
Porque es como estar en la nada.
Ah, es cierto. Te gusta flotar.
Ayúdame a desaparecer, Andrea.
Y sus deseos suicidas son órdenes. Paramos en un motel de dudosa salubridad y, encerrados en otro cuarto verde de manchas como arácnidos en el techo, al fin cedemos a la presión de nuestras pulsiones. En penumbras, somos solo él, la luna y yo. Desnudos, nos enredamos y palpamos como un par de ciegos que se reconocen con fervor por vez primera. Sus manos heladas recorren mi cuerpo temblorosas. Yo lo guío. Palma con palma, lengua con lengua, resulta sorprendente lo simétricos que somos, lo bien que embonamos. La humedad de su boca me embriaga.
Es un instante de intimidad agobiante, en la que el pecado no existe. Podemos simplemente contemplarnos, acariciarnos sin lógica. Comparamos nuestros esqueletos. Los intercambiamos. En su centro hay una argolla. La lamo. Es la cicatriz de la vida. Es la masculinidad en duda. En sodomía, todos somos hijos de Dios.
Y cubro de besos sus lunas y estrellas, el raticida oculto en su vello púbico que pica en la lengua. Bebo el licor de sus entrepiernas suaves. Y me visto con su piel llena de mapas, figuras, signos, recuerdos. Él maúlla sus canciones de amor, arriba, hacia el cielo. Noto su silueta poderosa alzándose más hipnotizante que nunca, con las plumas metálicas vibrando. Se sienta y cabalga en un caballo negro desbocado. Sus embestidas son fuertes; me atrapa, me arrastra al placer de sus vísceras. Músculos. Azul. Arte. Violencia. Succiono su manzana de Adán delineada en penumbras plateadas. Dejo un rastro de saliva en su pecho, en los pezones correosos. Entierra sus uñas en mi carne. Una se quiebra. Chilla. Moviéndose en círculos obscenos, lunático floreciente, muerde con sus colmillos mi cuello blando. No puedo ni siquiera quejarme. El dolor y el placer son la misma reina que perfora. Soy violado por los chupetones sanguinolentos de un vampiro. Él devora con ojos perversos la estaca lubricada.
Alcanzamos un clímax invernal.
Entre lamidas sabemos que no es suficiente. Nos resta todavía mucho qué hacer. En diciembre y con las cortinas cerradas es difícil saber la hora. Ambos descendemos hacia un sueño necrófilo sin tiempo ni espacio. Me penetra. Arde. Desgarra. Lo adoro. Le tomo contra la pared resquebrajada. Nos bañamos. Juntamos nuestros sexos abrazados. Nos abrimos en botón. Acostado bocarriba miro a sus pupilas que brillan como ámbar allá abajo. Es una pantera. Mueve las caderas electrizadas de un lado a otro, y veo al final de su columna huesuda en forma de corazón una cola felina con alegres espinas. Debe ser a causa de las pastillas.
Con luz descubro sus cabellos enmarañados, las ojeras bajo la miel. En su piel transparente se marcan los canales de sangre. Me gustaría navegarlos. Yo noto cardenales, rasguños y mordidas en el espejo. Y los amo. Desearía abrírmelos una y otra vez. Apenas probamos bocado. Es el fruto prohibido. A veces yo soy Adán y él es Eva. Y viceversa.
Con cámara en mano, registro huellas, suspiros. Balthazar a contraluz, entre las cortinas polvosas. Ríe. Llora. Fuma. Sí, fuma. El humo danza en espiral. Su barbilla delicada, los hombros esqueléticos y prominentes, su desmayo entre las sábanas. Pronto él reemplaza al amanecer. Al anochecer. Es una infinita vía láctea que con sonido blanco me abraza. Es mi universo.
¿Has hecho esto antes?
No. Nunca tan profundo.
Lo veo alimentar a las migalas con ingenua perversión. Le divierte el retorcer de las larvas. Deja que caminen en su palma y con dulzura las traiciona arrojándolas a sus hijas. Admira los belfos negros que devoran y trituran. Son pequeños monstruos. Creo que he caído en su trampa de vainilla y cianuro. Se perfuma. Se admira. Susurra:
Abominable. Hermoso. Lo siento.
A veces creo que Balthazar me oculta algo. Lo sé por esa mirada de infinita dicha. Me recuerda a los pacientes terminales que enfrentan con sonrisas sus últimos días de vida.
Pero no digo nada.
Cuando la etapa carnal culmina, cuando arrancar de la piel los aromas del otro resulta imposible, es hora de rodar por el mundo. Y rugimos, extraviados, en la gran ciudad más cercana.
Taemin para CQ Magazine "El hombre del año" - Edición de Diciembre 2014
Lo siento, no pude evitarlo.
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Strangelove
Short StoryCuando Andrea presencia cómo su arte colapsa y pierde paulatinamente todo el sentido estético que alguna vez imprimió en él, decide buscar con desesperación una musa. Tomando una medida poco ortodoxa, suele citarse con mujeres desconocidas en un caf...