Cuatro: Balthazar
Entonces le digo: Andrea, hazme un favor y llévame al mar.
Renee, deberías verlo. Él da vueltas en un radio limitado, con el teléfono negro y brillante en una mano y la otra oculta en el pantalón de casimir. Desde el sillón, descalzo, observo el talle de su fina cintura. Su cabello castaño siempre tan meticulosamente peinado, junto con las facciones afiladas del rostro me hacen pensar en que es un hombre de hielo. Pálido. De venas como ríos y cráteres en vez de cicatrices. Andrea es la luna. Es mi luna de mercurio, dulcísimo veneno. Nuestra. Claro. Lo siento.
Tiño las uñas de mis pies con barniz negro. El olor es penetrante. Él continúa hablando. Es un artista ocupado, de alta demanda, tú lo sabes. Sin embargo, noto en la comisura de sus labios delgados que aquello le molesta. Creo que es el hastío del que hablaba Baudelaire. Azul. Azul. Andrea, deberías retratarte a ti mismo.
Cuando cuelga, suspira y avisa: Iremos el sábado.
Y más rápido de lo que espero, me monto en su auto que huele a menta y cigarro, y parto a su lado en busca de una playa vacía. Andy posee la paciencia de un buen padre. Acaricio sus largos dedos cuando tengo oportunidad, serpiente sedienta. Él mantiene su vista al frente, pero noto la turbación en su mandíbula, en la tensión de sus sienes. Aquello me excita. El invierno se acerca. Viajamos entre caminos neblinosos, de fantasmas vaporosos. Su agenda nos permitió un precioso día gris. Y solo al atardecer, cuando el viento alcanza su mayor gelidez, hallamos el pedazo de mundo que yo busco.
Ambos portamos abrigos negros. Creo que estamos de luto. Él saca un cigarro. Puedo ver sus mejillas enrojecer a causa del frío y los ojos entrecerrados en sintonía con el cielo. Humo. Arena. Marchamos dejando nuestras huellas estampadas en el camino. Andrea apunta a las aves con su dedo índice, riendo. Yo admiro al vasto azul grisáceo que pareciera no tener fin.
A él le gusta cuando actúo como ninfa y giro canturreando tristes sonatas. Me retrata. Me admira. Ama la forma en que ruedo por el universo sin sueños ni esperanzas. Jugamos. Me carga en su espalda. Y cuando estoy más alegre, Renee, arranco de mi cuello tu dije. Lo arrojo a las aguas con toda la fuerza que mi brazo de papel me permite. Andrea me observa extrañado. Yo niego entre risas punzantes. Las primeras gotas descienden del cielo y ambos emprendemos la huida hasta su auto.
Cuando lo abordamos, estamos empapados. Volvemos a reír. Nos internamos en una posada para no resfriarnos. La mujer encargada nos mira con sospecha. A mí, específicamente, con desdén. Espero a que Andrea no vea y asusto a la vieja con mis dotes vampíricos. ¡Es tan divertido manipular a la gente débil! Río mientras puedo.
A solas con el artista, en una habitación penumbrosa de paredes azules, me transformo en sirena. Quizás sea una harpía. Sugiero tomar un baño juntos. Él traga saliva, mientras desliza su abrigo y se muestra vulnerable, con los pezones erectos transparentándose bajo la tela blanca. Renee, tú habrías de salivar.
Mientras nos desnudamos, mi corazón bombea errático. Es solo que estoy muy nervioso, es que no puedo con este deseo. Las anómalas pulsiones de vida amenazan con asesinarme. Él me observa. Admira la tarántula tatuada en mi pubis. La examina con el entrecejo fruncido, indiscreto, y reprocha con seria y grave voz el hecho de no habérsela mostrado antes. Yacemos en la tina, bajo una luz pálida, blanquecina. Él me mira. Yo lo miro. Ambos nos observamos desde polos opuestos.
Intento jugar con él, agito y salpico con pueril sensualidad. Soy Balthazar, el sueño de diecinueve años recién cumplidos. Relamo mis labios moreteados. Noto su mirada. Su vacilar. Y pronto Andrea está lamiendo mi pulgar. Observo cómo su tímida boca comienza a ceder al deseo, a un acto de automutilación compartida. Mi pie yace en su cara. Yo sonrío. Me retuerzo. Veo la luz parpadear. Apoyo mi nuca en el borde blanco, helado. Es ese dolor otra vez. Es el aire que se escapa. Creo morir realmente. Y el agua. Y el placer. Y el frío.
No sé en qué momento pasamos de una escena cadavéricamente provocativa a otra de angustioso estremecer. Él rebusca entre mis pertenencias mientras yo yazgo en una toalla sobre el mosaico. Halla el medicamento. Me obliga a tomarlo, aunque me niego y golpeo y aferro a los brazos de Tánatos. Desnudos. Lacrimosos. Desesperados. Sus dedos en mi boca lastiman. Toso. Le pateo. Me carga.
Bajo las sábanas, la frustración nos abraza. Renee... te odio. Te odio, maldita perra. ¡Te odio, te odio, te odio! ¡Si no fuera por tus putas mierdas yo no tendría por qué vivir este maldito infierno! ¿O acaso tú te ocultas en las sombras? ¿Eres tú quien presiona mi pecho? ¿Odias que lo ame? No soy más que un pedazo de carne y tinta, que tiembla y solloza bajo las mantas.
Y a media noche los fantasmas nos acarician con sus largos dedos.
No hallé los créditos. Esta fotografía no me pertenece.
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Strangelove
Short StoryCuando Andrea presencia cómo su arte colapsa y pierde paulatinamente todo el sentido estético que alguna vez imprimió en él, decide buscar con desesperación una musa. Tomando una medida poco ortodoxa, suele citarse con mujeres desconocidas en un caf...