Diez: ReneeEn este sueño construido con perlas y vainilla, la luz etérea del amanecer baña mi piel con su pureza. Carne blanquecina, labios rosas que saben a fresa, dedos largos apuntando a las nubes doradas. Me levanto en ligera armonía, inhalo un bostezo vital y, ante un espejo refulgente como diamante celestial, cepillo los cabellos largos que terminan en ondas floreadas. Color capuchino, fragancia almibarada. Balthazar, dulce niño de ojos tristes, sé que me observas desde un rincón discreto. Sé que coges un frasco de pastillas en la habitación azul y tomas una tras otra como caramelos, mientras observas tus ojeras en el reflejo de cristal que nos une si colocamos palma con palma. Ahí yaces, roído, sanguinolento, entre musgo y humedad.
Mientras tanto yo, ante huesos escurridizos y oscuros acordes, coloco una blusa vaporosa de velo blanco. Sé que mi sostén se transparenta. Los montículos suaves se mantendrán velados si es que el frío de una mañana soleada pero gélida no los yergue con su beso. Medias de encaje hasta medio muslo y una faldita roja con la que pretendo robarle un suspiro al príncipe de mis sueños. Los lunares de mis piernas son visibles aún. Sonrío. Tomo el abrigo y tras colocar una horquilla roja en mi cabello, salgo a caminar.
Balthazar, Balthazar, el tacto de tu cabello aún yace en mis dedos. Te recuestas en una bañera que escurre helada. ¡Hace frío! Lo siento en mis mejillas sonrosadas, en mis pies que avanzan inseguros hacia el encuentro amoroso. El tiempo transcurre lento, lento, danza entre risas navideñas, abrazos, píldoras, tarjetas, oscuridad, cantos, somnolencia mortal, bailes, risas, una mano pálida que se desliza en el agua y las últimas lágrimas indolentes.
El momento que aguardo llega. Sé que Andrea se encuentra aún en el salón y que saldrá en cualquier momento. Acomodo el lazo de mi cuello, reviso mi labial en un espejito. Pronto veo de reojo su silueta larga acercándose. Yo, temerosa, huyo de mis deseos con un repiqueteo de tacones tímidos. En la escalera, disminuyo la velocidad. Andrea me sigue, y yo, su presa, me dejaré atrapar. Observo sus pies a la altura de mis ojos, los mismos que danzaron contigo en calles vacías teñidas de gris.
Duda. Me habla. Me tambaleo. Sonrío. No puedo creer que alguien tan maravilloso como él me dirija la palabra. Mi corazón bombea cálido, cálido. El tuyo también, Balthazar, se aferra a la vida cuando los pulmones se llenan de líquido. El mar, las estrellas. Esa violencia que golpea tus arterias, amado, solo es temporal. Es una pesadilla en medio de este sueño eterno, de este paraíso donde mi enamorado me dirige al despedirse una sonrisa que es el mismo Sol. Aunque deslumbra, aunque quema, aunque ignoro que aquel gesto debe ser atesorado por tratarse del primero y el último, Balthazar... aquí y ahora muero de felicidad. Tal como tú. Tal como los ojos vacíos y un beso que compartimos a media noche. Y una nana perdida en el espacio que fue escrita para tres.
El último cigarro de la cajetilla es infinitamente amargo.
Romain Duquesne para Glossier
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Strangelove
Krótkie OpowiadaniaCuando Andrea presencia cómo su arte colapsa y pierde paulatinamente todo el sentido estético que alguna vez imprimió en él, decide buscar con desesperación una musa. Tomando una medida poco ortodoxa, suele citarse con mujeres desconocidas en un caf...