Siete: BalthazarLos talentos de Andrea son inagotables. Afuera de la cabina telefónica observo sus ademanes casi realistas y percibo una que otra palabra embustera. Río. Renee, él es más compatible conmigo que contigo, ¿quién lo diría? El ser mi primer amor no te hace el más apasionado, dulce amada. De hecho, creo que tu petición resultó contraproducente. Lo adoro y creo que yo a él en verdad le gusto. Si accedió a que le perforara la oreja derecha no puede ser por otro motivo más que amor... ¿verdad? El sonido de su lóbulo tronando aún me hace cosquillas en la mente. Cuando cuelga, sale con una enorme y pícara sonrisa.
¿Qué te dijeron?
Estoy libre y sin problemas. O eso creo.
¿Seguro?
¡Claro! ¿O acaso solo tú eres una diva?
No, no. De hecho, hoy tú me ganas.
Resulta muy curioso cómo invertimos los papeles. Somos casi de la misma talla. Él porta pantalones de cuero, grandes plataformas, chaqueta negra y camisa de red. Me gustan sus ojos azules delineados, y la cadena plateada que va de la oreja a su nariz también. Yo, en cambio, llevo un pantalón gris fino, zapatos negros y un suéter blanco de cuello de tortuga, sin gramo de maquillaje. Le divierte la forma en que juego con los tirantes. Ambos disfrutamos nuestro fetiche secreto.
Durante el paseo por edificios grises de belleza inmortal, Andrea comprende el desdén. Es ahora a él a quien los transeúntes miran con desaprobación. Pero no importa. Vagamos de un lugar a otro, fotografiando pequeños detalles imperceptibles a primera vista desde perspectivas estrambóticas. Guardamos la cámara y disfrutamos la estancia en el museo, el planetario, el cine. Recuerdo una canción: Strangelove. Los paisajes concuerdan con la estética de nuestras emociones. Piedras y grabados grises, azules, oscuros. ¡Es la melancolía de la euforia, del tiempo efímero que nunca volverá!
El corazón duele de tanto amar.
Caminando a deshoras, miramos las sombras largas de nuestros cuerpos cadavéricos. Bailamos. Los gatos negros enamorados que pasean por los tejados serpenteando la cola, maúllan en alegre coro hacia la luna.
Mi sueño siempre fue fotografiar el nirvana.
Imposible. La muerte despoja de cualquier pertenencia.
¿Y?
La cámara. No te permitirán ingresar con ella.
Permíteme contradecirte y censurar tu burla, Balthazar. Yo he cumplido mi anhelo ya.
¿Cómo? ¿Dónde?
El nirvana eres tú.
... ¡Ridículo!
¡Numen!
¡Tonto!
¡Príncipe!
¡Infantil!
¡Musa! ¡Musa! ¡La auténtica, la única, la que buscaba!
¡Te amo!
¡Ven acá!
En otro lecho prestado, nos mezclamos una vez más. Nadamos entre sueños, en una fantasía onírica de lirios, pupas y olas chocando. Luces de colores en el agua, como cristales que nos iluminan con fragmentos que ocasionan tripofobia. Le veo sumergido en el placer. Lo asfixio con la miel púrpura de mis entrañas, de mi centro. Dejo beber mi polen si me permite a cambio cabalgarlo por última ocasión en el amanecer. Los cielos púrpuras en la playa de nuestras sábanas nos avisan que es Navidad. Nosotros, con nuestras tarántulas, celebramos un dulcísimo Halloween.
Y en la fría luz él susurra a mi oído: mientras yazgas a mi lado, todo estará bien. Ven a vivir conmigo, ¿sí?
¿Estás satisfecha, Renee?
Por Bruce Weber para Calvin Klein, 1991
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Strangelove
Short StoryCuando Andrea presencia cómo su arte colapsa y pierde paulatinamente todo el sentido estético que alguna vez imprimió en él, decide buscar con desesperación una musa. Tomando una medida poco ortodoxa, suele citarse con mujeres desconocidas en un caf...