Capítulo siete.

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ALGÚN DÍA A FINALES DE SEPTIEMBRE DEL 2010

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ALGÚN DÍA A FINALES DE SEPTIEMBRE DEL 2010.

Lluvia torrencial comenzó a caer unos minutos antes de que el castigo terminase. Incluso si todos estaban lo suficientemente abrigados, era cuestión de segundos para que toda su ropa se empapase. Mackenzie no había llevado su furgón ese día porque lo había enviado al mecánico para que arreglara uno de los neumáticos, y los padres de Landon aun no le habían levantado el castigo, así que tampoco tenía el suyo.

—Estamos perdidos —murmuró Murphy observando el agua recorrer las calles de Columbus. Los siete estaban fuera de la escuela, resguardándose de la lluvia bajo el techo del lugar.

—Podría llamar a mi mamá, pero está enferma —se lamentó Nathan, mirando su celular con frustración—. Si no morimos asesinados por Kaden, moriremos ahogados en un aluvión.

—¿Quién vive cerca de aquí? —preguntó Landon, ignorando el comentario de Nathan, quien parecía siempre estar preocupado de su muerte prematura.

—Yo vivo a cinco cuadras —dijo Wesley con pesadez. No quería llevarlos a su casa porque de alguna u otra forma le avergonzaba abrirse de esa manera ante ellos. Era como llevar a sus futuros esposos y esposas a conocer a su madre... si la tuviera.

—Perfecto, iremos a tu casa —dijo Murphy con una sonrisa.

—¡Murphy! —exclamó Landon, llamándole la atención como siempre lo hacía—. Wesley, ¿puedes alojarnos en tu casa?

—Sería sólo hasta las nueve, mi auto estará listo a esa hora y podría decirle a Karl, el mecánico, que me lo traiga a tu casa y así los puedo llevar a ustedes —sugirió Mackenzie revisando su celular.

—¿Aún sigue teniendo olor a hombre muerto? —preguntó Meredith con timidez. Mackenzie rodó los ojos.

—No era a hombre muerto, era a gato muerto —le corrigió la pelirroja y todos la miraron con pánico—. Y no, ya lo limpié —aclaró.

—Bien, vamos a mi casa —dijo Wesley y luego suspiró.

Después de la pequeña conversación, comenzaron a correr, siguiendo a Wesley que iba en el frente. La fuerte lluvia los mojó casi al instante, por suerte las gruesas chaquetas que llevaban encima les protegían sus ropas. Sus zapatos no corrieron la misma suerte, pues desafortunadamente tuvieron que pasar sobre varios charcos antes de llegar a la casa de Wesley.

—Es aquí —les dijo Wesley una vez se detuvo frente a una pequeña casa blanca con un lindo y colorido jardín delantero. Tocó la puerta y una mujer de edad les abrió de inmediato—. Hola, abuela.

—¡Wesley! ¡Estás todo mojado! Menos mal te pasé la bufanda esta mañana —le dijo la mujer con el ceño fruncido y luego miró al resto—. ¡Oh! ¿Al fin tengo el placer de conocer a tus amiguitos? ¡Pero pasen, no se queden allí!

El Club de la Hierba.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora