Capítulo dos.

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ALGÚN DÍA EN LA SEMANA FINAL DE AGOSTO DEL 2010

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ALGÚN DÍA EN LA SEMANA FINAL DE AGOSTO DEL 2010.

Era un salón abandonado el que estaba destinado a ser el lugar del castigo. Ese salón jamás se utilizaba, a menos que alguno de los otros clubes sufriera un percance con sus salones y no tuviesen más remedio que trasladarse a ese en específico temporalmente.

Landon había sido el primero en llegar, y notó que tan solo había siete mesas y siete sillas individuales, ordenadas en dos filas; una de cuatro asientos y la otra de tres. Se sentó en el primer puesto de la primera, simplemente porque estaba acostumbrado. Pasaron unos segundos y la puerta se volvió a abrir, esta vez había llegado Caleb, el chico que apenas se notaba en el despacho de la directora, y tras de él venía Mackenzie, la pelirroja.

Caleb se sentó en la misma fila de Landon, pero en el último asiento, mientras que Mackenzie prefirió estar en la otra fila en el asiento de en medio. El silencio era incómodo, porque ninguno de los tres se conocía y además el resto de los alumnos ya habían salido de sus clases y seguramente estaban en camino a sus hogares.

Pronto llegó Wesley, quien se sentó delante de Caleb. Meredith fue la siguiente en entrar, tomando asiento detrás de Landon. Sólo un par de minutos más tarde entró Nathan, el chico de hombros encorvados y tomó asiento delante de Mackenzie.

La puerta volvió a abrirse y por ella entró el profesor que sería su cuidador. Era el señor Malcolm, el profesor de historia. Detrás de él venía Murphy, quien se sentó en el único asiento disponible, detrás de Mackenzie.

Lo único en lo que Landon podía pensar era en el gran castigo que sus padres le habían dado, le habían quitado la única cosa material que él más amaba, y ese era su auto. Ahora tendría que caminar hasta su casa o pedirle a alguien que lo llevara, lo cual detestaba porque él amaba su independencia. Además de quitarle su derecho a salir después de clases o en los fines de semana. Sin embargo, debía admitir que podía haber sido peor.

—Acérquense y firmen esta hoja, y también pásenme sus celulares —les dijo el profesor Malcolm sacando una hoja con los nombres de los alumnos escritos en computador de su maletín de cuero y luego se sentó—. Se los devolveré al finalizar las dos horas.

El primero que se atrevió a ir a firmar la hoja fue Nathan. Para él, ser el primero en todo era su máximo anhelo, incluso cuando eso sólo consistía en ir a firmar una simple hoja.

—Obviamente —dijo Murphy en voz alta—. El lame zapatos de los profesores firma primero —luego aplaudió mientras él, con las mejillas sonrosadas de vergüenza y cólera, se iba a sentar nuevamente.

Caleb soltó una pequeña risita. Si había algo que disfrutaba cada día en sus clases, eran las peleas entre Nathan y Murphy, aun cuando en ocasiones, Nathan prefería mantener silencio. A diferencia de Caleb, a Landon no le pareció tan divertido.

—¿Por qué lo tratas así? —le preguntó el chico atractivo a Murphy, quien de inmediato lo observó fijamente.

—No te preocupes, está bien —le murmuró Nathan, en un intento de evitar la pelea que se avecinaba.

El Club de la Hierba.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora