prólogo

2.1K 159 16
                                    

Un siseo proveniente de la puerta electrificada me hizo alzar la vista. Luego de tanto tiempo, había aprendido a identificar los diferentes sonidos que provocaba la puerta que me encerraba entre aquellas cuatro paredes. Ese siseo quería decir que estaba a punto de abrirse.

Dejé mi libro –una de las pocas cosas que me permitían hacer; leer– detrás de mí, temiendo en secreto que hubieran cambiado de parecer y quitaran mi fuente de distracción. La puerta se abrió, mostrando a uno de los científicos a cargo de mí. Me costó un instante reconocerlo, pero al notar su ojo hinchado, y su pómulo marcado con una cicatriz espantosa, lo recordé. No estaba segura con exactitud de hacía cuánto tiempo sucedió, pero la causante de su nueva adquisición facial había sido yo. No lo había hecho conscientemente, aunque me hubiera gustado. Los experimentos, algunas veces, me hacían hacer cosas que no quería.

El doctor, cuyo nombre no sabía o no recordaba, ni siquiera me miró. Entró a mi habitación con la mirada fija en un papel. Se quedó parado, y conté los segundos, preguntándome qué me depararía la siguiente parte del experimento. Nunca sabía si simplemente medirían mis signos vitales, si querían que hiciera ejercicio, si iban a inyectarme alguno de los miles de químicos que fabricaban, o si habían decidido que ya no les era útil y meterían una bala entre mis ojos.

Doce segundos pasaron cuando escribió algo en la hoja, y levantó el rostro para observarme. Me puse de pie de inmediato, e intenté no prestarle atención a su herida. Él avanzó unos pasos hacia mí, poniéndome los pelos de punta, pero simplemente alzó un brazo, indicándome el camino hacia afuera.

—Hola, sesenta y cuatro. Apresúrate. Ya estamos atrasados con el programa de hoy.

Sesenta y cuatro. Detestaba que me dijeran así. Siempre lo había hecho notar, y sabía que lo decía por la cicatriz que le causé. Si comenzaba de ese modo, estaba segura de que el programa de hoy le daría aún más satisfacción. Lo que significaba que lo que venía a continuación no sería bueno, al menos no para mí.

Caminé con la frente en alto hacia el pasillo. Mi piel se erizó con un escalofrío a causa del suelo helado, gracias a la falta de calefacción que noté apenas salí de mi habitación. Sentí la mano del doctor en mi espalda, guiándome, avanzando con tanta rapidez que me obligaba a trotar por momentos.

La fina camiseta blanca y los pantalones de deporte verdes apenas eran suficientes para prevenir que comenzara a temblar. Los anchos pasillos prístinos estaban vacíos. Extrajo una llave de su bata de laboratorio, para abrir una puerta metálica al final del pasillo que lucía como cualquier otra de por allí. Apenas la abrió, comprendí que no nos dirigíamos a ninguna ruta con la cual estuviera familiarizada. Mi primer instinto fue dudar, pero la mano del doctor me empujó hacia adelante haciendo que tropezara un poco y soltara un siseo por el piso aún más frío bajo mis pies. Me pregunté qué propósito tenía hacerme andar descalza.

En el nuevo pasillo idéntico al anterior había personas que no conocía. Algunos estaban charlando y no me advertían, o simplemente me ignoraban. Otros, no obstante, me observaron, y en cuanto vieron mi rostro, sonrieron con sutileza. No eran sonrisas amables, ni siquiera educadas. Conocían lo que me esperaba en donde sea que nos dirigíamos.

Reprimí los nervios, manteniendo mis brazos y manos firmes a mis costados, más la frente en alto. Pero mi fachada se disolvió en cuanto una mujer se acercó taconeando hacia nosotros, vistiendo un delantal celeste por sobre un vestido negro, sonriéndome como los demás. Sin embargo, su expresión, a diferencia de los otros, sí era agradable. Casi diría risueña. No me prestó mucha atención, pero yo la estudié atentamente. Sus rasgos eran fuertes y bellos, unas arrugas disimuladas por el maquillaje a los costados de sus ojos y boca me decían que debía estar en su mediana edad. Su pelo rubio oscuro estaba atado en un simple rodete ajustado. Creí reconocerla, pero no estaba convencida. Quizá era una de las asistentes de los científicos.

a fateless curse ⋄ wanda maximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora