El destino es una perra, y Faye Sakhnovsky ciertamente lo sabe.
Lo que también sabe, es cómo luchar contra él.
Siendo un experimento fallido -o que salió demasiado bien, dependiendo del modo en que se lo mire- logró escapar de las telarañas que comp...
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Nadie parecía pensar que la pelea había terminado. Todos y cada uno seguía en guardia, esperando que yo hiciera algo. A que atacara.
El primero en reaccionar fue Bruce Banner. Se acomodó sus anteojos sin mostrar ni un grado de alarma. Visto en lo que se transformaba, comprendía por qué no lo alteraba. —¿Cómo has salido de...?
—¿De la celda? No fue muy difícil. Sólo hice que la puerta dejara de funcionar. Y luego apagué una buena parte del edificio, o eso creo. Uno de los hijos de alta tecnología de Stark me estaba hablando, pero no recuerdo qué me decía. Estaba preocupada con el hecho de que me habían encerrado.
Las palabras salieron de mi boca atropelladamente. Mi intención era actuar como si aquél fuera un escenario tan normal como tomar el té de las cinco, pero la adrenalina todavía se aferraba a mí mente. No podía evitar estar un poquito orgullosa de mí misma, sin embargo. Podría haber perdido la cordura varias veces desde que había despertado. Es más, me dí la libertad de formar una sonrisa confiada. Porque todos y cada uno de ellos me observaba con expresiones similares de estupefacción, molestia e intriga, claramente sin saber quién demonios era. Lo que hacía graciosa la situación, porque ellos eran los agentes secretos capaces de saber cualquier cosa.
No supe si sentirme aún más orgullosa o insultada, ya que ninguno bajó la guardia. No realmente. Quizá era bueno que creyeran que era peligrosa. Había dado un buen espectáculo hacía unos momentos, contra aquellos robots.
—¿Hacen eso todos los días? —señalé los restos de metal destrozado y chispas que nos rodeaban, sin poder detenerme—. Porque ha sido de locos. Y yo conozco la locura.
Finalmente, recibí reacción de parte de ellos. O quizá recordaron gracias a mis palabras la pelea que acababa de ocurrir. Stark arrastró su mirada neutra hacia Banner, Rogers dejó su escudo a un lado antes de observar a Romanoff y asentir, y Barton bajó su arco. La única que todavía me clavaba la mirada con letal desconfianza era la agente Hill. Quien me estaba apuntando con su arma. Detrás de él advertí al Coronel Rhodes, sin arma en mano, pero luciendo listo para deshacerse de mí si hacía algo como moverme.
Okey, ninguno estaba contento de tenerme allí. Visto la situación que acabábamos de pasar, lo comprendía, en serio. Pero no me agradó que ninguno me dirigiera la palabra, y la única señal de reconocimiento fue la del revólver de la gente Hill en mi espalda incitándome a caminar hacia donde fuera que estaban yendo todos. Me pregunté si sabía que aquella arma no servía de mucho, pero me obligué a obedecer su orden tácita sin preguntar ni decir nada. Mientras no me metieran en otra celda, me conformaba.
No me esperé, sin embargo, que me dejaran sobre una fría silla de metal en el centro de la habitación como si fuera un adorno o estuviera en penitencia, apenas registrando mi presencia en la habitación, mientras todos discutían sobre Ultron. Que, según parecía, era mucho más que un robot que había tenido una falla técnica para volverse maligno.