El destino es una perra, y Faye Sakhnovsky ciertamente lo sabe.
Lo que también sabe, es cómo luchar contra él.
Siendo un experimento fallido -o que salió demasiado bien, dependiendo del modo en que se lo mire- logró escapar de las telarañas que comp...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
____________________________
No me había imaginado, siendo honesta, que ayudar significaba terminar en un Quinjet en dirección a África. El tiempo que nos tomaría llegar era menos del tercio del que llevaría un avión común y corriente, y mi estómago sentía la velocidad cada vez que el Quinjet hacía un giro. Eso, incluyendo el nerviosismo, era la peor combinación que podría esperar.
No había recibido muchas instrucciones más que mantente en el grupo, no improvises, sabremos en qué momento actuar, de parte de Steve, y un no hagas nada estúpido, de Stark. Esa había sido una orden algo ambigua, viniendo de él. Su estúpido podía tener un abismo de diferencia del mío.
Antes de subir, había aparecido con mi traje. El mismo que se había roto antes, sólo que para haber transcurrido no más que un par de horas, estaba mucho más que remendado. En sí no parecía muy diferente, sin embargo, gritaba diseño de Stark por donde lo mirara. Por más que la tela fuera extraña y rígida, me permitía mover con total libertad; el cinturón que solía llevar sólo por cuestión estética, ahora traía bolsillos, y tenía cuchillos ajustados a él que imaginé que serían por si acaso. No habían querido arriesgarse a darme un arma de fuego, sin embargo. Lo que difería por completo era una especie de capa oscura que llegaba hasta mis rodillas y se ceñía sobre mi cuerpo, ajustada por el cinturón, abriéndose en dos tajos frente a mis piernas para que pudiera correr. La única explicación que me había dado es que era térmica, llevándome a pensar que había adivinado la fluctuación de mi resistencia al frío en cuanto me debilitaba. En resumen, con aquello puesto, me sentía como un jodido personaje de cómic.
Aterrizamos en la costa, en un deshuesadero de barcos rodeado de kilómetros de superficie fangosa. La noción de que estaba en otro continente, sin idea de qué era lo que iba a ocurrir, nunca llegó. El calor fue lo primero que sentí, acentuado por la humedad y un cielo tan cargado de nubes que me sentía sofocada con sólo alzar la mirada. Mis piernas se sentían como gelatina una vez bajé del Quinjet, y me limité a hacer lo que me habían dicho: seguirlos de cerca. Natasha y Barton fueron los primeros en irse, para dar una aproximación de lo que sucedía dentro del barco en dónde, presentía, todo estaba a punto de irse al demonio. Me habían explicado, sin necesidad de muchos detalles, lo que sucedía allí.
—¿Eres buena mezclándote con las sombras? —Me preguntó Steve, ofreciéndome algo.
Era un intercomunicador, tan pequeño y disimulado que apenas sentí su presencia en cuanto lo ajusté en mi oreja.
—Bastante buena, sí —murmuré. Deseé haber imaginado el temblor en mi voz.
—¿Recuerdas lo que te dije?
Me limité a asentir, cerrando y abriendo mis puños. Le recé a mis habilidades que no eligieran aquél momento para darme problemas.