tres - como no hacer un plan

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Apenas una semana transcurrió, y la noticia del incendio de aquél bar en uno de los barrios de Londres menos prestigiosos desapareció con facilidad. Sin embargo, mi paranoia con que hubiera una persona buscada con el perfil de mi aspecto, no. Ni tampoco la de Milo. De hecho, Milo estaba más histérico que yo, aunque eso era hábito. Mi malestar no mejoró, tampoco. No me levantaba con apariencia de drogadicta, al menos, pero sí con un cansancio al cual no encontraba origen. Me seguía haciendo cargo de los quehaceres de la casa, de los trabajos freelance que tenía de vez en cuando, pero cada día me iba a la cama sintiéndome como si una montaña se me hubiera derrumbado encima. Sólo pude engañar a Milo un par de días, y hasta me arrastró al hospital más cercano. Éstos no me molestaban mucho, pero tampoco eran algo que me hiciera feliz. Ninguno de los dos sabíamos cómo reaccionar si encontraban algo en mí que no fuera normal, pero eso no detuvo a Milo. De cualquier modo, no sirvió mucho. Me enviaron a casa con una receta de analgésicos fuertes y con la orden de que con reposo debería sentirme mejor.

Y funcionaron, un poco. De hecho, estaba reposando tal como el doctor me había dicho, cuando Milo irrumpió por la puerta dos horas antes de su usual hora de llegada. Tenía una sonrisa extrañamente amplia... y cargaba cuatro bolsas. En cada brazo.

Me asomé por sobre el brazo del sillón, restregando mis ojos.

—¿Estoy teniendo algún sueño?

—Sé que siempre sueñas conmigo, pero no. Esto es real. A menos que después de todo vivamos en la matrix. Lo cual explicaría por qué hoy vi a una chica con un vestido rojo dos veces y me sentí—

Milo. —detuve su cháchara incesante, irguiéndome del sillón—. ¿Por qué has llegado temprano? ¿Y qué demonios traes ahí?

Su sonrisa no hizo más que ensancharse espeluznantemente. —Tuve una idea genial.

Oh no.

—Oh sí. Estuvimos deprimiéndonos porque aquél tipo en la tele dijo cómo lucías, así que se me ocurrió, redoble de tambores por favor —se sentó al lado mío dejando todas las bolsas en el suelo—. Que tendrías que cambiar tu apariencia.

Alcé las cejas. —Qué original. Siempre me visto y maquillo diferente cada vez que voy detrás de algún imbécil.

Él chasqueó sus dedos, señalándome con entusiasmo. —Sí, pero si queremos continuar con tu identidad secreta, quizá debas actuar como una agente secreta. Por completo. Ya sabes, escabullirte, caminar sobre las paredes. Convertirte en una sombra. ¡Hey! ¡Ese podría ser tu nombre de súper heroína!

El entusiasmo de Milo se me estaba contagiando, e irritándome al mismo tiempo. —Primero que todo, no puedo caminar sobre las paredes. Me gustaría conocer a alguien que pueda. Segundo, ese nombre es el más obvio de la historia.

a fateless curse ⋄ wanda maximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora