Prólogo

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Hace cientos de años en una región de la China ancestral vivía Wang Li, una muchacha de veinte años, pobre, sin muchos recursos, cuyos padres habían fallecido hace tiempo y que se ganaba la vida limpiando los hogares de las familias de guerreros de la dinastía Ming.

Una mañana de invierno escuchó que la hija del guerrero al que servía, Fa Mei iba a encontrarse con una casamentera que le diría con quién estaba destinada a casarse pues ya estaba en edad de hacerlo. Toda la familia estaba muy emocionada.

Wang Li había oído mucho acerca de las casamenteras o meipo, y era un oficio que le fascinaba así que pidió a Fa Mei, ya que tenían casi la misma edad y se llevaban muy bien, acompañarla para poder ver como trabajaba una buena casamentera. Cuando llegaron a la casa de aquella mujer, todo era de colores vivos; las telas que adornaban las ventanas, los cuadros, la vajilla, incluso las ropas de la casamentera, todo le fascinó. Ésta hizo un ritual y emparejo a Fa Mei con Na Chan, el guerrero más apuesto de la región.

Cuando salieron de la casa ambas estaban muy contentas pues ambas habían encontrado su destino: Fa Mei se casaría con Na Chan y Wang Li lo tuvo claro, sería casamentera.

Después de varios años Wang Li intentó ganarse un futuro en la profesión, pero era difícil. Ya había muchas en la ciudad y algunos de los clientes que la visitaron volvieron semanas después insatisfechos con las parejas que les predijo. Definitivamente, Wang Li no tenía ningún talento como casamentera. Nadie le pedía trabajo, las demás compañeras de profesión la repudiaban, y ninguna casa decente de la región volvería a contratarla nunca como sirvienta debido a la mala fama que se creó.

Por ello, una noche lluviosa recogió todas sus pertenencias decidida a salir del país y comenzar de nuevo. Por el camino, los pies se le llenaban de barro bajo sus zuecos de madera, y el bajo de la falda estaba rasgado y sucio. Estaba empapada pero no le importaba, continuaría donde sus piernas le llevasen para salir de aquel lugar y olvidar su desgracia.

De repente un relámpago seguido de un potente trueno resonó por todo el lugar y asustada echó a correr a través del bosque que rodeaba la ciudad. Otro haz de luz apareció, pero diferente al relámpago anterior. Esta luz era mucho más blanca y cálida, y lejos de dar miedo le proporcionaba una sensación de paz que invadía todo su cuerpo desde la punta de los pies, hasta el último pelo de su cabeza recogido en el moño desecho que llevaba.

La luz no remitió sino que se hizo más fuerte conforme se adentraba en el bosque, y de pronto se materializó en una veintena de personas que hablaban unas por encima de otras. Desprendían un halo de luz tan poderoso como para iluminar toda la región. Conforme Wang Li se fue acercando se dio cuenta que conocía a muchas de aquellas personas. Estaban su madre, su abuela, su tía abuela, su tatarabuelo. Eran sus antepasados.

Asustada corrió en la dirección contraria convencida que se le habían aparecido para atormentarla por sus malas decisiones. La primera que habló fue su madre:

- Wang Li, ¿en qué momento dejaste de hacer lo correcto para convertirte en esto?- comento con una expresión de gran disgusto. 

- Ma- Má... ¿E-Eres tú?- respondió Wang Li tartamudeando.

- ¿A ti que te parece?- contestó su madre claramente molesta.

- ¿Qué -que -que hacéis aquí?- Wang Li estaba a punto de desmayarse, estaba asustada y no quería llevarse una bronca de su madre desde el más allá.

- Querida... Nunca fuiste buena para el destino, y mucho menos tienes dotes adivinatorias, ¿por qué quisiste ser casamentera? Eso no te ha dado más que problemas- comentó su abuela que estaba tal y como la recordaba, con su pelo largo gris y suelto mostrándose rebelde y tan independiente como siempre.

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