Capitulo 17: El borde entre la luz y la desesperación.

146 26 53
                                    

Capitulo 17: El borde entre la luz y la desesperación.

Tenía días sin ir a mi casa. Tanto mamá como mis otros hermanos, no me dejaban ir y la ropa de repuesto ya se me estaba acabando. Necesitaba mi ropa limpia y bien planchada. Por eso, esa mañana, aprovechando que mi madre se había a visitar a mi abuela al hospital, decidí volver a mi apartamento. Claro, no había logrado zafarme de Luis y por eso él me acompañaba.

—Oye, ¿No tienes cereal para el desayuno? —me preguntó mi hermano, husmeando dentro de mi nevera.

Aun era muy temprano en la mañana y no habíamos desayunado.

—No como cereal en la mañana, Luis. Normalmente me hago un desayuno saludable.

—¡El cereal es saludable!

—Vale, pero no me gusta, así que no lo compro.

Luis me miró con el ceño fruncido, observando que aparte de fastidiarlo también empacaba una parte de mi ropa. No llevaba mucha, después de todo sólo me restaban un par de días del permiso médico que me había otorgado Santiago. Doblé las camisas con cuidado al igual que mucha de mi ropa interior. Todo iba a parar a una mochila que utilizaba en mis años de estudiante universitario. Luis continuó revisando los cajones de mi cocina como si estuviera en su casa.

—Oye, de verdad tengo mucha hambre. Haz algo bueno por la patria y aliméntame.

—Ja —fue toda mi respuesta.

Ni que yo fuera sirviente suyo para hacerle comida, por mi que se buscase una esclava.

—¿No vas a hacer el desayuno?

—Prefiero morirme de hambre antes que darte comida. —respondí sonriendo con malicia.

Podía tener veinticuatro años pero eso no quitaba el hecho de que disfrutaba burlarme de él. Luis era un idiota con todas sus letras.

—¡Que cruel eres! ¡Así no es como deberías tratar a tu hermano mayor!

—El día en que te respete, Luis, preocúpate. Porque ese día se va a acabar el mundo —comenté de pasada.

Hubiese querido que sonara a sarcasmo común, pero las palabras brotaron de mi lengua casi con cansancio y resignación. Me dejé caer en una de las sillas del comedor, sintiéndome muy exhausto, las continuas pesadillas dejaban rastros de lasitud en mi cuerpo más de lo debido. Luis me miró casi con preocupación e iba a replicar algo cuando me le adelanté. No estaba de humor para un cuestionario ni un arresto domiciliario.

—Porque mejor no compras el desayuno en el piso de abajo —dije, cortándole lo que sea que pretendiese decir—. Tengo hambre y tengo flojera de cocinar.

—Yo también tengo flojera de cocinar y de salir a comprar comida. Necesitamos un comodín —puso una mano sobre su mentón a modo de pensar—. ¡Ah, ya sé!

Su cara se iluminó, como si finalmente un bombillo se encendiera en ese cerebro suyo. Ya era hora. Estaba comenzando a preocuparme su falta de inteligencia. Sonrió como niño bueno y se fue sin decir ni una palabra. A lo mejor se había dado cuenta de que tenía que hacer algo productivo con su vida. Lo vi marcharse y no incidí en su camino, al contrario, me quedé en la silla, oyendo el silencio absoluto de las cosas. Hasta que ese silencio tan calmado y tan solitario se vio interrumpido por el bullicio de otra persona.

—¡Bájame! ¡Animal! ¡Bestia sucia!

Esos fueron los primeros apelativos que escuché por el pasillo y luego los sonidos y palabras se fueron esclareciendo lo suficiente como para saber que «eso» ya estaba dentro de la casa. Y en pocos minutos, dentro de la cocina. Miré con los ojos muy abiertos la escena: mi hermano cargaba a Aarón por la cintura sobre su hombro. Lo cargaba como si fuera un saco de papas. El pobre chico pataleaba para que lo abajaran.

Uke Acosador. ME PERTENECES (PARTE I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora