Capítulo 20: Punto de quiebre. Parte III: Bifurcado

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Capitulo 20: Punto de quiebre. Parte III: Callejón sin salida.

Miedo. Tristeza. Melancolía. Dolor... Cada uno de esos sentimientos me astillaba el pecho. Pateaban mi corazón a medio usar. Una pena que se disolvía entre la cama y las paredes blancas. Acostado allí, en medio de mi delirio, continuaba negándome a volver al mundo real. Porque allí lo único que había era dolor para mi.

—Perdóname... —dijo Santiago sin dejar de mirarme con los ojos rojos de tanto llorar.

—No importa...—susurré con la boca seca. El rió, y no pudo controlar el silencioso llanto.

— Estoy tan arrepentido, es mi culpa...

—El tiempo pasa muy rápido, ¿Tú recuerdas como era yo?...—respiré hondo—. Porque yo ya no lo recuerdo... Yo... No quiero seguir así... Estoy roto, siempre lo estaré, Santi. Tengo el corazón vacío. Y es este vacío que se me enreda en las entrañas lo que no me deja respirar.

Me quedé mirando el techo, el silencio de aquel lugar eran tan escalofriante, tan torturante que hasta mi propia respiración hacía eco.

—¿Santiago?

—Estoy aquí contigo.

— ¿Crees que... seré capaz de caminar solo? —era una pregunta retórica. La mano de mi hermano seguía sujetando la mía con fuerza—. Quiero olvidar —confesé apesadumbrado—. Quiero desprenderme de estos recuerdos que me atormentan...

Y tras mis palabras, Santi entrujó mi mano contra la suya en un intento vano de arrancarme el sentimiento de estar muriendo...

Y era ese mismo sentimiento, el de estar muriendo, el que ahora hacia mella de mi mente. Se instalaba como un virus en mi pecho, corrompiendo mi sistema mientras continuaba huyendo, corriendo. Eran demasiadas cosas, demasiados sentimientos recuperados en un sólo bocado. Miles de emociones masticadas y tragadas sin anestesia.

Aun seguía lloviendo, tan fuerte como nunca, las gotas parecían agujas hechas de hielo y se filtraban en mi ropa tanto como estacas en el alma. No me importaba mucho, de todos modos. Me quité los lentes que estaban empañados y continué mi camino, buscando algo, lo que sea, que pudiese servirme de analgésico, porque una pastilla no iba a funcionar conmigo. Quería algo más. Quería paz. Y necesitaba encontrar ese algo antes de que me rindiera y echara a gritar y romperme en mil pedacitos.

Caminé apurado por el cemento de una vereda abandonada. Choqué contra las personas como un mal -pésimo- peatón entre el mar de gente en el centro. Creí oír a un perro que con furia me ladraba, más no me perturbó ni por lo repentino que fue su ladrido. Mi mente estaba en la estratosfera oscura de un cielo demasiado lejano...

Recordando.

...

Escuchaba los pasos apresurados venir desde el pasillo. De un segundo a otro la puerta fue abruptamente abierta. Me sorprendió un poco la repentina intromisión y mucho más el ver la cara incrédula de quien entraba al cuarto. Era mi hermano Luis, tenía la respiración agitada y los ojos muy abiertos. Parecía haber corrido un maratón.

—¿Luis?

— ¡Leandro! —exclamó al tiempo en que ingresaba corriendo.

Estaba seguro de que en cualquier momento se me iba a tirar encima. Temí por ello. No es que no quisiera a mi hermano, era que Luis pesaba mucho. Sin embargo, él sólo me abrazó, estrangulándome con sus brazos y torso

— ¡Santo Dios! ¡¿Estás bien, Leandro?! ¡¿Cómo te sientes?! ¡¿No te duele nada?!

—Estoy bien, Luis. Y estaría mejor si dejaras de estrangularme —dije con dificultad mientras me lo quitaba de encima.

Uke Acosador. ME PERTENECES (PARTE I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora