Capítulo 18: Punto de quiebre.

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Capítulo 18: Punto de quiebre. Parte I: Susana.

Cuando era pequeño, Luis y Santiago me molestaban mucho, era el mas pequeño de los tres y era el menor. Ellos se la pasaban fastidiándome con que era el bebé de nuestra madre. Hasta querían que les pidiera la bendición sólo porque ellos eran unos años mayores que yo, pero siempre me las ingeniaba para devolverle una cucharada de su propia medicina.

— ¡No, devuélveme mi pelota! ¡Es mía! —reclamaba a mi hermano mayor Luis, quien me había quitado la pelota que papá recién me había comprado.

Para ese entonces contaba con siete años de edad. Luis era mucho más alto que yo y siempre se divertía quitándome mis cosas y alzándola para que yo brincara como conejo al no poderle dar alcance.

—Vamos enano, alcánzala. Si saltas así te aseguro que crecerás más rápido. —me decía con malicia mientras elevaba más la pelota.

Fruncí el seño molesto por aquello. Recordé las palabras de mi madre que siempre decía que si un ladrón te quitaba algo se le debía dar una buena patada en los huevos. Ella lo decía con molestia mal disimulada, señalando el medio de las piernas, así que sin dudar un segundo de su autoridad y verdad para decir las cosas, le propicié una buena patada en aquella parte a Luis. Sonreí victorioso cuando él soltó la pelota y se echó al suelo en forma de ovillo. Solo balbuceaba algunas cosas ininteligibles y para entonces me pregunté qué tan doloroso sería la cuestión en si.

Me encogí de hombros, tomé la pelota y me fui a jugar con Santiago.

Sin embargo, había veces en la que no me salía con la mía y eran ellos quienes me torturaban. A veces encerrándome en el closet, otras dejándome a oscuras en el cuarto y otras veces sólo se divertían haciéndome la vida imposible. Mi punto vulnerable siempre fueron las cosquillas, nada más me tocaban y yo ya estaba muriéndome de risa.

—No más, no más, por favor —pedía casi al borde del llanto. Santiago me sostenía las manos con una mano y los pies con otra mientras Luis me hacia cosquillas en el cuello, en la barriga y en la planta de los pies—, ¡Por favor, por favor, por favor no más cosquillas!

— ¿Quién tiene el poder ahora? —me preguntó Luis con esa sonrisa malvada que lo caracterizaba.

—Tú lo tienes, tú lo tienes. —dije apresurado, con el temor latente de que las cosquillas volvieran.

—¿Y qué más?

—Eres el amo y dueño del universo —respondí sin un ápice de dignidad.

Pero mi tono lastimero y mis palabras poco bastaban para mi hermano, que sonrió como quien va a ejecutar una travesura y volvió a hacerme cosquillas. Decir que me retorcía en el suelo es ser magnánimo, estaba revolcándome en mi propia miseria, atorado con la risa saliendo de mi tráquea sin compasión alguna. Con carcajada tras carcajada el aliento se me iba y con ella las fuerzas para seguir luchando contra de ese par. Santiago sonrió por su parte y me dijo:

—Pide cacao, Leandro.

—¡Cacao, cacao, cacao!

La verdad era que me dominaban con facilidad y acababa diciendo todo lo que ellos me pedían tan sólo para que me liberasen y dejasen de torturarme con cosquillas. Eran unos demonios. Sin embargo, ambos solían cuidarme mucho, era su deber por supuesto, ya que ambos eran mis hermanos mayores. Aun así, había tal resolución en sus formas de actuar que acababa convencido que más que deber lo hacían por gusto. Porque me querían. Por eso, me protegían de los extraños, de los desconocidos, de las personas que pudiesen ser nocivas en mi vida.

En aquellos tiempos, se había mudado alguien al lado de nuestra casa. Teníamos nuevos vecinos. Lo sabía porque el perro del vecino no estaba y Luis se sentía triste por eso. A mi hermano mayor le encantan los animales, sentía un amor profundo por ellos. Mamá siempre lo regañaba porque llevaba a la casa gatos y perros que encontraba en la calle y cuando mamá no se los aceptaba, Luis los escondía debajo de la cama.

Uke Acosador. ME PERTENECES (PARTE I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora