Nápoles, Italia, principios de mayo de 1586:
—Existen muchas clases de mujeres hermosas, mi buen Aroldo, pero ¡ay!, únicamente hay una definición, y no más, de la mujer perfecta.
—Micer, ¿no es demasiada presunción imaginar que solo puede haber una clase de mujer ideal? —preguntó el joven Aroldo mientras batallaba por mantener sobre la cabeza el chapel de lampazo negro, regalo de su madre; el viento soplaba con fuerza aquella mañana primaveral, y todos los sombreros, ya fueran chapeles o capitanescas, salían volando por los aires con pasmosa facilidad. Los altos cipreses de la Vía del Pratello, oscuros como carbón al sol del mediodía, se inclinaban derrotados ante la violencia del dios Eolo.
Gianni miró con suspicacia a su criado y al pronto dibujó una sonrisa ácida en los labios.
—Perchè? —quiso saber—. El hecho de que tú, como tantos otros hombres sobre la faz de este mundo imperfecto, veas ideales a muchas mujeres bellas no quiere decir en modo alguno que tales mujeres sean en realidad perfectas, ¡y además de manera universal! La verdadera presunción está en creer que toda belleza puede ser ideal dependiendo de los ojos que la admiren.
—No soy capaz de imaginar una única belleza que goce de universalidad —insistió terco Aroldo, apodado el Salvestrino.
—¡Pues existe, querido Aroldo! —Doblaron juntos una esquina de la Vía del Pratello y llegaron hasta el Giardino delle Mantellate, apenas una pequeña plaza de empedrado fino aguijoneada por los áureos rayos del sol desde tiernas horas de la mañana. La gente, ya napolitana, ya forastera, hormigueaba y bullía entre los vistosos puestos del mercado que se celebraba allí aquel día. La algazara era constante pero calmosa, miscelánea de mercaderes vendiendo a voz en cuello sus productos, niños riendo y alborotando, trasiego de pasos y bestias de carga yendo y viniendo.
—Vos mismo habéis dicho que este mundo es imperfecto —continuó debatiendo Aroldo, esquivando a un nutrido grupo de jovenzuelos que se dirigía a la Vía di Porta.
—¿Y bien? —Gianni se arrebujó un poco más en su sobreveste bermellón; cuando se estaba en sombra hacía fresco.
—Pues que si el mundo es imperfecto, evidentemente pocas cosas puede haber perfectas, ¿no lo creéis así?
—No te falta razón —negó Gianni, observando las cestas de mimbre llenas de hierbas medicinales que un mercader toscano había traído desde Lucca—. Sin embargo, creo que te olvidas de algunas perfecciones innegables y universales. ¿Qué hay de la perfección de las matemáticas? Gracias a ellas gozamos también de la perfección de la geometría y de la música. Dios Nuestro Señor creó todo cuanto vemos mediante las matemáticas. ¿Por qué no, entonces, tratar de encontrar una belleza semejante y perfecta en la matemática del cuerpo femenino?
—Porque la carne es imperfecta, micer.
—También un objeto en apariencia perfectamente redondo es imperfecto en tanto en cuanto es materia, Aroldo. Toda materia tiene cierto grado de imperfección dada su mortalidad. Es la forma la que debe otorgarle esa perfección de la que carece. Y pretendo conocer la forma perfecta del cuerpo de la mujer.
—Esa búsqueda podría ocuparos toda la vida.
—Sea así, entonces, Aroldo. —Gianni se sonrió con cierta pesadumbre.
—No os encuentro muy emocionado, micer.
—No puedo estarlo, desde luego. —Continuaron sorteando tenderetes y comerciantes, clientes y pedigüeños, hasta salir del Giardino delle Mantellate y emprender camino por la Vía Padergnone, una calleja ascendente de casas torcidas y laberínticas.
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De Humana Physionomia
Historical FictionItalia, año 1586 Gianni Battista della Porta es un dramaturgo napolitano que busca la definición de la mujer perfecta. La búsqueda es infausta. Su criado, Aroldo Corsini, está convencido de que, si conociera a su hermana, Gianni daría con su idea de...