Aconteció, no mucho ha,
en la ínclita ciudad de Lecce,
que una muchacha de veinte primaveras
llamada Maximila, la atención llamaba
de fodudínculo y de rapaz.
Y era su madre quien sin cesar repetía:
—¡Maximila, Maximila, que por bella
te excedes en tus quereres!
En embustes no caía, pues Maximila,
sabedora de sus encantos,
con más saña buscaba
que joven y viejo en ella
fijasen la mirada.
Día tras día pasaba
entre lisonjas y palabrerías,
como abeja que de flor en flor fuese
sin llegar nunca a probar la calma.
Llegó por entonces un nuevo cura
a la iglesia de Santa Croce,
en la excelsa Prefettura,
un hombre joven y apuesto
en quien la chica fijó la vista.
«¡A este he de yo apresarle
aunque me cueste la vida!»
se dijo Maximila con mente clara.
Por más de diez veces
probó a charlar con Alberoni,
y en las veces que tentó,
nada en claro sacó,
tan solo buenas palabras
y alguna que otra desilusión.
Mucho no hacía que en Santa Croce
los albañiles y canteros
habían estado cambiando
muros y pilares y columnas
del convento celestino,
y a todos conocía Maximila
por haber recibido de ellos
un presente en el lecho o dos.
—¡Ay, Vicenzo! —se lamentaba
viendo pasar los días
sin que Alberoni diera
muestras de atención—.
¿Qué es lo que puedo hacer
para que este cura, ¡este cura
con piedras en el corazón!,
fije en mí los ojos,
y con los ojos su amor?
—Pues siendo joven como es —
dijo el albañil Vicenzo,
con su empacho de plácido bribón—
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De Humana Physionomia
Historical FictionItalia, año 1586 Gianni Battista della Porta es un dramaturgo napolitano que busca la definición de la mujer perfecta. La búsqueda es infausta. Su criado, Aroldo Corsini, está convencido de que, si conociera a su hermana, Gianni daría con su idea de...