9.- Las hablillas de Nápoles

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—El cuento poético de Dión el napolitano ha supuesto todo un escándalo por la comarca, miceres —decía con pose afectada Umberto Madruzzo, mientras se servía en su gobelete un poco de Greco de Somma para terminar las viandas en la cantina de los Puccinotti.

A su alrededor, pomposos y engreídos, unos veinte comensales más charlaban de las buenas y malas nuevas de los últimos días, en torno a una larga mesa con plateles y bandejas, acetres y bernegales. Fiorenza Puccinotti revoloteaba a su alrededor con la agilidad que le era propia de cantinera veterana, y de acá para allá iba como si nunca hubiera conocido el reposo.

—Dicen por ahí que en realidad el autor procede de aquí, del propio Nápoles —opinó otro alegremente.

—¿Cómo va a proceder de Nápoles? —soltó otro en tono de queja—. Si fuese de aquí no habría escogido ese seudónimo, sino otro que le delatase menos.

—¿Y de qué manera podemos saber eso? —preguntó Gianni, que también estaba presente como un comensal más—. Cabe la posibilidad de que el autor, o la autora, sea de Nápoles y haya escogido ese nombre falso para que los lectores piensen que puede ser de otra ciudad, para confundir.

—No os equivocáis, micer della Porta, mas decidnos: ¿Acaso estáis insinuando que ese poema puede haber sido escrito por una mujer? —preguntó Edmundo della Steccata con impertinencia.

—¿Y por qué no? A estas alturas las mujeres han demostrado que pueden tener pensamientos más complejos y elaborados que los de los hombres. A consecuencia de ello también son capaces de crear grandes obras narrativas.

—Lo sabemos, micer, pero ¿qué clase de mujer puede haber escrito semejante libelo? —cuestionó Madruzzo, levantando un ejemplar de El placer de confesarse y zarandeándolo en el aire.

—Una mujer inteligente, joven, probablemente hermosa. Una suerte de Maximila en estado puro.

—Eso no tiene ningún sentido, micer —dijo Madruzzo—. Una mujer inteligente por añadidura tiene que ser consciente de que ser una vulgar mundaria acaba trayendo malas consecuencias.

—¡Ah!, pero nadie está diciendo que la posible autora sea sin lugar a dudas una mundaria. Puede serlo, pero no necesariamente. Los escritores a menudo no somos tal y como nos definen nuestras palabras. Mentimos, engañamos y embaucamos. ¿O es que pensáis que en Santa Croce de Lecce pudo haber pasado lo que cuenta el poema?

—Claro que no. Se trata de ficción —dijo Pietro Matteotti.

—Y como es ficción, también se puede pensar que Dión de Nápoles sea una mujer de nobles virtudes o de terribles fallos. La inteligencia, miceres, no se ha de asociar al bien o al mal. Todos conocemos hombres sabios que sin embargo son malvados, y patacos analfabetos que son la bondad personificada.

—De modo que vos, della Porta, lanzáis la hipótesis de que Dión sea una mujer hermosa e inteligente —dijo Madruzzo—. ¿Qué más podéis deducir?

—Poca cosa, mi suspicaz amigo Madruzzo —dijo Gianni, picoteando en los restos de comida de su plato con un tenedor—. Me aventuro a decir que además es muy valiente o muy insensata. Lanzar un libelo así por esta región es comparable a dar un ataque por sorpresa.

—No sé si un ataque, pero cuanto menos una bofetada al puritanismo de muchos de nosotros —dijo Edmundo, sonriendo bribón—. He de confesar que se me alteró el pulso al leer tal poema.

Las palabras de Edmundo provocaron una risa general.

—Yo también debo unir mi confesión a la vuestra —añadió Madruzzo—. Tengo mis años, pero la sangre sigue alterándose cuando se leen cosas de tal escándalo.

De Humana PhysionomiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora