—No logro imaginar cómo no supisteis ver antes lo que yo he visto hoy —dijo Allegra con jovialidad—. ¿De verdad no habíais pensado nunca en la pantera?
—No, mi señora —negó Gianni mientras se acomodaba sobre su butaca y comenzaba con la redacción de la que era, por fin, la definición de la mujer perfecta y su representación fidedigna a través de la pantera, animal decididamente destacable por su belleza, gracilidad, fuerza y elegancia—. Ya os he dicho que pensé en muchos otros felinos antes que en la pantera, pero he de confesar que hasta el mismo día de hoy había sido incapaz de darme cuenta.
—¿Veis? —Allegra se sonrió, pícara—, el tesón no es bueno según el caso: os ha provocado una obstinación desmedida por conseguir lo que buscabais y, al no poder llevarlo a cabo, os impedisteis a vos mismo ampliar las miras.
—Para mi propia vergüenza, esa es la pura, simple y aterradora verdad. —El sonido del rasgar de la pluma sobre el papel cortaba el tranquilo silencio del estudio, fragmentándolo en evanescentes partículas de tiempo.
—La verdad es siempre pura, simple y aterradora, micer —bromeó la Salvestrina, caminando con ampulosa lentitud hasta quedar ante el gastado escritorio de madera de castaño—, sea la verdad que sea.
—Otra certeza absoluta que se nutre de lo cada vez más complejo que hay en el ser humano. —Su tono de voz evidenció fastidio—. No sé en qué momento se decidió que los asuntos humanos tuvieran que complicarse cada vez más con el paso del tiempo. ¿Acaso no debería ser al contrario? El progreso debería implicar más comodidad que complicación.
—Lo cómodo tiende a ser complejo. ¿O es que vos no estáis escribiendo ese tratado?
Gianni dejó de limpiar el plumín del cálamo con el paño húmedo; ambos objetos los dejó sobre el escritorio y miró a la muchacha directamente a los ojos, extrañado.
—¿Qué relación hay, me pregunto?
—Os responderé planteándoos otra pregunta: ¿Qué finalidad perseguís escribiéndolo?
—Mostrar al mundo que el físico humano puede explicar su espíritu, su corazón y su pensamiento.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué?
—Habéis estudiado mucho, habéis recopilado información para escribir otros cien libros más sobre fisionomía, habéis perdido el sueño durante infinidad de noches y habéis empleado vuestro tiempo en redactar cada párrafo sin importaros el hecho de que la vida pasa. ¿Cuál es el afán que os mueve?
Pocas veces se había parado a pensar en sus razones para escribir cuanto escribía. Simplemente, se dijo, escribir respondía a una suerte de necesidad vital tan inexplicable como el mismo amanecer de los tiempos. Pero el modo en que Allegra había planteado la pregunta le hizo vacilar. ¿Podía haber más motivos para escribir que la escritura misma?
—Imagino —dijo, después de un rato— que lo que pretendo es instruir al lector.
—Bien, ¿y por qué queréis instruirle?
—Para que aprenda y sea más feliz.
—¿Y no creéis que de la mano del aprendizaje puede venir la comodidad? Vos os habéis esforzado y habéis progresado. Lo complejo que ha sido para vos escribir vuestra obra supondrá aprendizaje, alegría y comodidad para los demás. De ahí que diga que lo cómodo tiende comúnmente a ser complejo, por todo el trabajo que lleva con antelación.
Gianni llevó los ojos a la ventana. El sol poco a poco se aposentaba en la curvatura del horizonte. Las sombras se alargaban y la melodía del silencio vespertino se densificaba. Los vencejos habían dejado de trisar hacía horas, y ahora solo un leve zumbido de insectos acababa con la monotonía. Un par de tordos, en la lejanía, se devolvían los canturreos, ya estruendosos, ya dulces. A los pies del campanario de San Lorenzo Maggiore, las ramas verdes claras de una morera guarecían las moras blancas más jugosas que Gianni recordara haber comido nunca. Con la tímida brisa del atardecer, las ramas se movían lánguidas, como temblando ante un adversario invisible. Pero ninguna de tales cosas, por bellas que resultaran, llamaban la atención de Gianni. Las palabras de Allegra retumbaban en sus oídos con una fuerza tan arrolladora que anegaba cualquier otra beldad a la que tuviera acceso.
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De Humana Physionomia
Historical FictionItalia, año 1586 Gianni Battista della Porta es un dramaturgo napolitano que busca la definición de la mujer perfecta. La búsqueda es infausta. Su criado, Aroldo Corsini, está convencido de que, si conociera a su hermana, Gianni daría con su idea de...