Capítulo 4

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A medida que el tiempo pasaba, lento y repetitivo, las atenciones del padre Karamatsu hacia Ichi hacían que éste se sintiera no sólo más agradecido. Sino más bien, atraído. Se sentía muy extraña la sensación que generaban los latidos repentinos de su corazón cada vez que lo escuchaba pronunciar su nombre. "Ichi". "Ichimatsu". "Ichigo". La sonrisa que le dedicaba cada mañana, así fuera exactamente con la que veía a Totty cada mañana, era demasiado especial.

No era justo tener que sufrir por esa clase de cosas. ¿Qué clase de vida de mierda llevaba Ichi como para estar sufriendo tanto? ¿Qué pecado debió cometer en su vida anterior para estar condenado de esta forma? Lejano de no recordar nada de su pasado, el dolor que sentía en su pecho, mezclado con el gozo que le generaba convivir con el Padre, era tan horrible.

—Padre, ¿en serio es tan necesario reformar a ese demonio? —preguntó Ichimatsu, una tarde mientras limpiaban la capilla.

—Por supuesto que lo es, querido Ichimatsu —dijo el padre, quien barría el suelo mientras la monja pasaba un trapo humedecido por las bancas—, no puedo negarme a un alma que busca la redención.

—Pero, no creo que deba hacerlo. La gente aquí es... demasiado prejuiciosa. Los he visto, hablan de mí a mis espaldas, critican a su prójimo y luego le sonríen como si fueran grandes amigos. Gente como esa, tomaría a mal si lo llegan a ver con Osomatsu.

Karamatsu sabía que el joven estaba en lo correcto. Nadie mejor que el pastor para conocer a su rebaño, y tristemente para él, le había tocado uno lleno de lobos con disfraz de oveja. Por más que tratara de conducirlos por el buen camino, fracasaba en la mayoría de sus intentos. Sólo aparentaban aprender, pero al llegar a sus casas se deshacían de lo aprendido. Y eso le resultaba triste al clérigo. Era por eso que se había jurado convertir al demonio.

—Estoy seguro que ellos no se darán cuenta. De todas maneras, nadie sabe a dónde voy. Vaya, ni siquiera saben que salgo a esas horas.

Ichimatsu guardó silencio. Estaba genuinamente preocupado por el Padre, pero más que nada, celoso de que pasara y dedicara un tiempo específico a Osomatsu. Vaya, que ni siquiera había convivido con el demonio más que aquella vez, y por el sólo saber que estaba interesado en Karamatsu, ya lo detestaba.

Lo hacía sentir peor la forma en que sus celos y súplicas porque dejara de involucrarse con Osomatsu eran pasadas por alto de esa manera.

Y no era como si la diosa condonara las acciones del demonio, quien deliberadamente intentaba seducir y enamorar al Padre.

—Osomatsu —la deidad habló, cuando tuvo por fin un momento de intimidad para hablar con el demonio—, ¿cuáles son tus planes con Karamatsu?

— ¿A qué te refieres? No tengo planes con él —el demonio se excusaba, flotando por ahí despreocupadamente.

—Por favor, demonio de pacotilla. Tal vez en su infinita inocencia y estupidez, Karamatsu no lo nota. Pero para mí, incluso para el monaguillo y la monja, es muy evidente. Tú amas al Padre.

Osomatsu volteó a ver a otro lado antes de contestar.

—Si así fuera, en el hipotético caso en que esté enamorado de él, ¿cuál es el problema?

— ¿Entiendes que él al ser un elegido de Dios no podría corresponder a ese sentimiento que tienes? ¿Que, si se entera de tus sentimientos hacia él, y los responde, lo estarías condenando al sufrimiento eterno?

—Tú eres una Diosa, y eres su amiga. ¿No puedes interceder por él para que eso no suceda? —ah, Osomatsu a veces era exageradamente despreocupado.

[Iromatsu] VocaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora