Un color negro absoluto inundaba el lugar. Era una nada en su totalidad, sin inicio y sin fin. Ese vacío fue lo primero que Ichimatsu encontró al abrir los ojos de repente. Llevó la mano a su cuello, ¿no había perdido literalmente la cabeza? Pero esa no era la cuestión, ¿en dónde se encontraba? ¿era caso éste el infierno? Era totalmente diferente a como la biblia lo pintaba todo.
Un destello de color azul se hizo presente, y en cuanto Orihime se hizo presente en frente de Ichimatsu, los recuerdos de su vida recién terminada y de su vida anterior fueron regresando a su mente. Con que era eso.
—Bienvenido de vuelta —la princesa le saludó, a lo cual Ichimatsu aún se encontraba extrañado.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué de repente reencarné tan de golpe? Es más, ¿por qué me tocó morir de nuevo?
—A eso iba, estimado Ichimatsu. Quiero que sepas que yo alabo y aprecio el sacrificio que hiciste por tu hermano Karamatsu. En su dimensión, él se encuentra muy contento con Karamatsu-san, y todos los días te agradece y piensa en ti. Hiciste una acción terriblemente buena, que merece los cielos. Pero...
— ¿Pero?
—Lamentablemente, en estos momentos acumulas más pecados que acciones buenas. Curiosamente, todos en contra del hermano por el que diste tu vida. Te logré salvar de las garras de Amatsu-Mikaboshi, sí. Pero, la justicia de mi padre, Tentei, no es siempre tan benévola. Entiende que él también tiene su temperamento.
Ichimatsu bajó la cabeza al oír a la princesa, quien le tomó del rostro para que alzara la mirada.
—El trato ya fue sellado desde el momento que hiciste el rito con Amatsu-Mikaboshi. No te convertirás en demonio, pero en culpa de tus pecados, estás destinado a reencarnar cien veces. En esas cien veces, tu penitencia será enamorarte de aquel que represente a Karamatsu. De esta forma aprenderás a apreciarlo de todas las formas posibles, porque solamente el que sufre por alguien más entiende qué es el amor verdadero —la experiencia de la princesa hablaba, siendo que tenía que esperar cada año para ver a su amado Hikoboshi.
Ichimatsu terminaría aceptando a la mala dicho destino, pues estuvo apelando varias veces por la integridad de su alma.
—Tan sólo esta vida que ha pasado ahora dolió demasiado, ¿y tengo qué pasar por ello otras noventa y nueve veces?
—Al menos llevas la cuenta. Lamento mucho que mi padre te impusiera dicha maldición, tu corazón es frágil y transparente, y sé que en el fondo no mereces esto. Pero, te prometo que pronto tu maldición se acabará.
— ¿Cuándo sabré que se ha terminado?
—Cuando Karamatsu corresponda tus sentimientos. Cada reencarnación será peor, no puedo mentirte. Y el amor que le tengas a él cada vez será más profundo, y te dolerá más al ver que él no te corresponda. Pero el día en que Karamatsu caiga por ti como tú hayas caído cien veces por él, tu alma será libre.
—Estoy dispuesto entonces a aceptarlo. Heh, sería mentir decir que no me arrepiento de todo lo que hice a Karamatsu.
El destello azul de la primera vez volvió a aparecer, e Ichimatsu comprendió que eso significaba que era el momento en que una nueva vida le fuera asignada. Un Ichimatsu nuevo nacería en algún lugar del mundo, en algún punto de la historia.
Tal como la princesa dijo, no era para nada agradable. Cada vida se volvía peor que la anterior. Una vez fue un caballero templario, que fue asesinado sin poder revelarle nunca a Karamatsu sus sentimientos. Esa fue la reencarnación número dieciséis.
En la número treinta y cuatro, le tocó ser el jefe de obreros en una fábrica, pero Karamatsu, un mafioso al parecer, terminó por entregarse a los brazos del tercer subordinado de su grupo. La número cuarenta y dos fue curiosa, siendo ahora él el adinerado capo, tras el dulce rastro de un hombre de oficina que simplemente no tenía tiempo para amar.
La número setenta y siete fue la más pacífica, siendo un adolescente que se había enamorado del chico nerd del grupo. Tristemente para Ichimatsu, un auto terminó por arrollarle el día de San Valentín, día en que se iba a declarar al de lentes y camisa azul.
Fueron pasando así, vez tras vez, algunas más suaves que otras, pero por alguna razón más dolorosas. Éste era el destino de Ichi, sufrir por amor, pero al menos morir y ser feliz por ver que el que se convirtió en objeto de su amor y cariño viviría feliz vez tras vez.
Cada vez, Orihime, la princesa tejedora de las estrellas, le preguntaba lo que había pasado en la vida que dejaba, y cada vez Ichimatsu contaba con mayor entusiasmo todo lo que había ocurrido. Poco a poco su alma se iba fortificando, sobre todo ese sentido de hermandad que había dejado atrás por el miedo a perder a Karamatsu, y por ese miedo lo iba amando más vida tras vida.
—Me alegra mucho que cada vez lo pases mejor —Orihime decía, tejiendo las telas de su padre para poder ver a su amado Hikoboshi. Ichimatsu en un momento dado aprendió también la humilde labor de la princesa, pues era un ejemplo muy puro de tenacidad.
—Ha sido difícil, pero... —guardó silencio por un momento— Cuando pienso en ver pronto a Karamatsu, me pongo feliz. Me causa emoción el preguntarme qué clase de situación atravesaré, y me llena de ilusión el pensar que podrá corresponder.
—Eso me recuerda —dejó de lado el telar—, esta vez que se acerca, es la número cien. ¿Te causa emoción? Por fin tu maldición se romperá.
—Más que la maldición, me emociona el saber que ahora me va a corresponder. Y entiendo que por ello debe ser la vida más difícil la que viene, pero estoy dispuesto a aceptarla.
Viendo que estaba listo para la gran tarea, Orihime le deseó suerte, y nuevamente el destello azul le envolvió por completo.
Sin duda, éste es mi final feliz.
No puedo ser más feliz, que asegurando la felicidad de Karamatsu.
fin
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[Iromatsu] Vocación
FanfictionIchimatsu se ha dedicado a la prostitución gran parte de su vida, o al menos, eso es lo que le han dicho. Sin ningún recuerdo más que su propio nombre, se topa una noche con una iglesia, donde el sacerdote del lugar le da asilo. Ocultándose del mund...