Capítulo 9

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Las pesadillas continuaron porque el estrés no cedía. Entre la desaparición repentina de la diosa, el debate mental de Ichimatsu sobre su "yo" interno, y la negativa del Padre a hacer caso a los consejos de Ichi y Totty, todo se iba lentamente al carajo.

No podía más, y tras conseguir unos cuántos cigarros en el pueblo, una de tantas noches subió al campanario a fumar. Se sentía como si fuera un hábito ya reconocido, pues su garganta aceptaba el humo del tabaco puro sin atragantarse, y el sabor le empezaba a relajar. Claro que ese descubrimiento lo hizo sentir un poco peor. Era como si su lista de vicios fuera siendo redescubierta.

Exhaló el humo del tabaco, dejando que se perdiera en la oscuridad de aquella noche. El aire sí que estaba algo fuerte, pues le golpeaba una brisa helada. A lo lejos, vio el lago que brillaba tenuemente. La luz de luna parecía ser la responsable de dicho fenómeno. Pero al quedarse viendo la escena, vio que la luna no tenía nada de influencia en ello. De pronto la luz se hizo más intensa hasta que la diosa emergió del agua. Estaba impresionado, y tan desesperado estaba de encontrar una solución o respuesta a sus pesadillas, bajó corriendo del campanario. Si hubiera estado lo suficientemente loco, hubiera saltado del mismo, que estaba como a tres pisos de altura.

A pesar de que el Padre y monaguillo le interrogaron y trataron de detener, Ichi se fue corriendo al exterior y se perdió en la oscuridad. Al llegar al lago, vio a la deidad sentada en la orilla del lago, derramando lágrimas.

—Señorita diosa... —llamó Ichi de repente, siendo que la deidad se volteó a verle de golpe.
—Ichimatsu —dijo ésta, sin hacer esfuerzo por ocultar su llanto.
— ¿Por qué está llorando?
—Por ti.
— ¿La he hecho llorar yo?
—No precisamente. El día en que vi tu alma, vi tantas cosas tristes... horrible. Horrible es lo que has vivido, pequeño.
—Entonces, ¿usted sabe quién soy yo? ¿Mi pasado y todo?

La deidad asintió, levantándose de donde estaba para tomar el rostro del chico en hábitos, viéndole con tristeza y melancolía.

—Sé que no eres un pecador, que hiciste lo que pudiste por protegerlo, diste hasta tu vida pasada, y por eso sufres en esta. No, no te alteres, no es un regaño. Me admira mucho que aun haya humanos dispuestos a entregar todo por proteger a quienes más aman. Es digno de admirar.

Ichimatsu no podía entender aun, se le notaba en la mirada.

—Algo sucede, ¿no es así? ¿Es sobre Karamatsu?

Quiso ocultar lo de que ya los pueblerinos sabían de Osomatsu, a saber, por qué. Había algo que le impedía hacerlo. En cambio, le dijo sobre sus sentimientos.

—Desde que llegué aquí él ha sido tan bueno conmigo. Me hace sentir tan imprescindible, tan único y especial... que creo que el enamorarme fue algo inevitable. Cuando él me dice un cumplido, cuando me dice que he hecho bien las cosas y que debería sentirme orgulloso de mí mismo, bueno, atesoro cada una de esas palabras. Son tan especiales para mí. Incluso el escucharlas en mi mente hace que mi corazón lata terriblemente fuerte.

La diosa escuchaba, podía ver las lágrimas invisibles que Ichimatsu dejaba en sus adentros.

—Sigues sufriendo por eso. Tengo que entender el por qué. Es tu castigo. Dime, ¿viste los demonios? ¿escuchaste las voces? Las voces que te reclaman como propiedad del infierno —Ichi asintió—. No debes temerles. Nada de eso es verdad, al menos ya no lo es. No hiciste nada malo, sólo sacrificaste todo lo que amabas para salvar un alma que estaba destinada a penar. Si, hiciste sufrir a alguien más en busca de tu propia comodidad, por eso estás aquí.

La plática con la diosa se extendió un par de horas más, haciendo que Ichimatsu volviera a la una de la madrugada, hora en que los otros dos estaban buscándole sin cesar. Hasta que Karamatsu lo divisó, justo en el mismo camino en el que llegó la primera noche. Corriendo fue hasta encontrarse con la monja, abrazándole y llorando desesperado.

—Ichimatsu es un desconsiderado. Mira que hacerme creer que habías huído. Ahora mismo irás a disculparte con Totty...
—Padre, necesito que me haga un favor.
— ¿Qué dices?
—Necesito confesarme.

Tardó poco en reaccionar, terminando por llevarlo con Todomatsu para que éste se calmara, y posteriormente al confesionario. Estando en los lugares asignados, y tras un breve "Bendígame, Padre, porque he pecado", Ichimatsu empezó.

—Parece ser que todo empezó en mi vida pasada. Aun no puedo comprender, pero tal parece, según lo que la diosa me platicó, y relacionándolo con los sueños, que alguna vez quise a esa persona. La quise tanto que, para no herirme a mí mismo, le rechacé e hice sufrir lo que yo sufría por quererle. Un día su vida corrió peligro, e hice un pacto con el demonio para salvarle. Pero tan grande fue la voluntad de Dios, que uno de sus emisarios se apiadó de mí y me trajo hasta aquí. No me crea esa parte si no gusta, a fin de cuentas, ni lo recuerdo, ni lo entiendo. Pero, al parecer yace sobre mí una maldición. Una maldición que espero que me ayude a romper.
—Ichi, por supuesto que te ayudaré. Dime simplemente lo que tengo qué hacer para ayudarte.
—Sólo acépteme.
—Claro que te acepto.
—No, me refiero... —suspiró entonces, y alzando la vista del altar, hasta encontrar los bellos ojos azules del Padre, le dijo por fin— Yo lo amo a usted, Padre. Me he terminado enamorando de usted, y duele como una espina en mi corazón el amarlo así. Así que, por favor, acepte estos sentimientos. Ámeme como yo a usted.

Karamatsu de repente enmudeció. Su corazón se hizo pequeño de repente. Podría jurar que hasta era tal el impacto de la noticia que le estaba provocando náuseas de nervios. No lo demostró, aun así, pues no quería lastimar a su pequeño Ichimatsu.

—Perdóname Ichi, te amo, pero no de esta manera. Siento que no pueda ayudarte como buscas —le dijo, rompiendo sin querer la burbuja que el otro apenas empezaba a inflar.

Era tanta la presión en ese momento, que quien terminó por huir fue Karamatsu.

Ichi se quedó nada más ahí, arrodillado en el confesionario, mientras las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.

[Iromatsu] VocaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora