Capítulo 7

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Se encontraba suspendido en el aire, a falta de gravedad en el ambiente. No podía reconocer el lugar en absoluto. La luz era muy escasa, realmente. Un simple brillo azul gentil que iluminaba el sitio daba la sensación de que se encontraba en agua. Y de hecho el ambiente hacía que diera por hecho que se encontraba en alguna especie de ambiente acuático.

¿Por qué estaba ahí? Era extraño. Usualmente soñaba con demonios y maldiciones, no había tenido un sueño tan pacífico en tanto tiempo. Y era eso lo que no lo dejaba permitirse sentirse en paz. Temía que apareciera algo aterrador o que lo atormentase, y que rompiera esa atmósfera de calma a la que se estaba acostumbrando.

Sin embargo, esa paz permaneció un largo tiempo. Seguía sin entender la razón por la que se encontrara en ese sitio, hasta que en su mente empezó a escuchar la voz de la diosa llamándole por su nombre. "Ichimatsu". una y otra vez, tras breves pausas de apenas segundos. Pero al voltear a ver de dónde provenía la voz, se encontraba con el mismo vacío, con la misma sensación de estar rodeado de agua.

Escuchar su nombre tantas veces lo hastiaba nada más, y quería gritarle que se callara, pero al abrir la boca descubrió su repentina falta de voz. Ah, ese debía ser el detalle aterrador del sueño.

—Ichimatsu —dijo una vez más la diosa, apareciéndose de repente tras él. Lo supo cuando sintió sus manos detrás suyo, y escuchó su voz en dicha dirección—. Tranquilo, no te estreses más. Sé lo difícil que debió ser el ver todo eso.

Ante la falta de habla, sólo podía pensar, esperando que la diosa en su omnipotencia —o lo que fuera que tuviese— escuchara sus pensamientos. Sin embargo, no parecía funcionar.

—Vi tu alma, y a pesar de todo sé que eres bueno. Hiciste cosas buenas también, que tus errores no te cieguen.

¿Y cómo podía hacer eso? Necesitaba encontrar una forma de desahogar todo ese sentir, que le estaba quitando el habla. Cuando despertó, estaba sudando, mas no parecía que gritara como de costumbre, pues el monaguillo no estaba ahí.

Pensando en cómo desahogar su corazón, fue que terminó asistiendo al confesionario una vez notó que Karamatsu había vuelto. Y al salir de ahí, sintió un poco menos el peso que cargaba sobre sus hombros. De hecho, se sentía menos agobiado. Esa era la magia de confesarse. Ahora comprendía a la gente que lo hacía. Suspirando, acomodó la toca en su cabeza y, tras haber acomodado el velo que caía por detrás, volvió a sus labores.

Todomatsu veía ahora un poquito más compuesto a Ichi, aunque seguía preocupado por su actitud desde que pasó lo de la diosa. Así que usualmente no le quitaba la vista de encima. Era curioso, pues Ichimatsu seguramente le doblaba la edad al niño, y sin embargo era éste quien cuidaba de él como una especie de guardián.

De hecho, empezaban a hacerse más cercanos, claro, como si no lo fueran ya. Pero su lazo se hizo más fuerte debido a los cuidados que el menor le tenía. Así pues, en un momento dado del día, se encontraban los dos solos en la iglesia, Todomatsu limpiando el órgano, e Ichimatsu barriendo el altar.

—Te ves menos triste, Ichimatsu —dijo el niño, tras bajar de un banquito para limpiar las tuberías del enorme instrumento.

— ¿Se nota? Bueno, tuve la oportunidad de confesarme con el Padre, así que supongo que mi alma está descansando después de tanto.

—Vaya, así que te confesaste. Entonces supongo que no me vas a contar nada de lo que le dijiste —volteó a ver a la monja, con una dulce sonrisa en su rostro. Totty sí que era tierno, quisiera o no. De hecho, hasta Ichi le sonrió cuando lo vio con dicha expresión.

Ichimatsu, que no era tan abierto por naturaleza, y solía ser frío cuando no era tímido, le sonreía de forma divertida, negando de inmediato ante la opción de decirle algo. De repente las cosas empezaron a volverse un juego, corriendo los dos por ahí como si nada. Las risas de ambos, claro, llamaron la atención del Padre, pero éste en vez de llamarles la atención o algo, se les quedó viendo desde el segundo nivel de la capilla, disfrutando de ver sus juegos.

Parecía que Ichi se convencía de ser bueno, y gracias a ello, su mente y su corazón se iban librando del peso.

En efecto, las visiones demoniacas entre sueños y la sensación de no merecer ninguna clase de benevolencia se iban esfumando poco a poco, hasta que, al pasar el siguiente mes, al hablar de sus sueños aseguraba que éstos eran placenteros y hasta divertidos.

Pero la diosa, a muy pesar de todo, no daba señales de presencia en el lago.

Eso mantenía con preocupaciones al clérigo, y peor cuando Osomatsu no podía mantener la boca cerrada al respecto. Claro que, los desatinados comentarios del demonio no iban tanto hacia la desaparición, sino a la razón de ésta.

No era tanto la enorme molestia que le causó el que Ichimatsu tuviera el descaro de mostrarle su pene para probar su hombría, sino que simplemente había algo en él que le molestaba. Para ser precisos, la cercanía que mantenía con el clérigo. Sí, era eso. Detestaba que estuviera tan cerca de Karamatsu, y que le rogara que dejara de ver al demonio. Porque sí, sabía que le pedía que dejara de ver a Osomatsu.

Celos en su máxima expresión, los cuales curiosamente dominaba mejor que su ira.

—No deberías seguir teniendo ahí a Ichimatsu —insistió por enésima vez el demonio de cola y alas rojas, sentado en la rama de un árbol mientras que el Padre se encontraba sentado, nuevamente, ante el tronco de éste.

—Te he dicho que no. Además, Ichimatsu ha hecho un buen progreso. Parece tener menos cosas de las cuales arrepentirse, eso es bueno —contestó Karamatsu, con los ojos cerrados mientras sentía la brisa tocar su rostro gentilmente.

—Progreso, ¿a ti solamente te importa eso? Eres como un profesor.

—Soy más que eso. Mi trabajo es liderar un rebaño de corderos, acercarlos a nuestro Salvador y asegurarles un lugar en su paraíso eterno. Naturalmente me tengo que poner al día de los avances espirituales de cada individuo que instruyo.

— ¿Y eso te da el derecho de ser abusadoramente poético? Doloroso, diría yo —Osomatsu se burló, pero se interrumpió al sentir un tirón de su cola.

—Por esta clase de cosas, tú no haces ningún avance.

Osomatsu ya no vio eso como un juego, como los que solía jugar antes con el Padre. Antes que Ichimatsu apareciera. De hecho, el comentario le llegó como una punzada en el pecho. Se sintió mal, pequeño, superado por aquel chico disfrazado de monja.

—Lo lamento, Padre. Me esforzaré más en mis lecciones —dijo volteando hacia otro lado, para no tener que ver el rostro del de ojos azules.

A Karamatsu le sorprendió de hecho esa reacción de su parte, pero al menos tenía una promesa de avances.

—Confiaré en ti. Ahora, tengo que volver. En media hora empieza la misa, y es probable que Totty e Ichimatsu se la hayan pasado jugando toda la tarde.

[Iromatsu] VocaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora