Extra #2

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Multimedia: Monster- Imagine Dragons


El infierno arde con sus demonios

El viento rugía con fuerza, las ramas de los árboles eran agitadas y algunas de ellas se quebraban, el cielo era iluminado por los relámpagos y los truenos resonaban con ferocidad. Él miraba por la ventana, observaba más allá de su infierno, donde todo estaba rodeado por la oscuridad.

¿Hace cuánto que no tocaba la grama con los dedos de sus pies?

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que puso un pie fuera de aquel lugar?

No lo recordaba, ya no lo hacía.

—Tienes que tomar tu pastilla —dijo una voz gruesa a su espalda.

Él no parpadeó, no se volteó o prestó atención a lo que dijeron, solo se quedó observando por la ventana. Se quedó contemplando la nada.

—Marcus —llamaron con irritación en la voz.

No contestó, siguió inmóvil.

El enfermero que se llamaba Luke estaba cerca de la puerta, soltó un bufido y caminó unos cuantos pasos, adentrándose más en la habitación, se acercó hasta la cama, donde estaba sentado Marcus. Él sabía lo que tenía que decir, sabía las palabras que tenía que pronunciar.

—Arthur es hora de tu medicamento —murmuró con fastidio.

El rubio giró a verlo, su mirada estaba vacía, no había nada en ella. Sus ojos azules estaban fríos como el más cruel y despiadado invierno, su cabello era un poco largo y su cuerpo, el cual años atrás era fornido, ahora estaba algo escuálido.

—Estira la mano —demandó el hombre con autoridad y Marcus lo hizo como si fuera un robot.

Luke le entregó el vaso con las pastillas y después le pasó un vaso de agua.

—Tómalas —pidió y Marcus lo obedeció.

No, no era Marcus, ya no se llamaba Marcus, ahora se llamaba Arthur, él solo respondía bajo aquel nombre, queriendo ser ese hombre que las mujeres de las cuales él estaba enamorado amaron.

Después de revisar la boca de Marcus, Luke se marchó de la habitación, dejándolo solo en su calvario. Los demonios bailaban en su mente, sus ojos le jugaban sucio, enseñándole, mostrándole cosas que no había, personas que ya no existían.

Una mujer lo observaba desde la esquina de la habitación, sus facciones estaban inexpresivas y sus manos abrazaban su pequeño cuerpo. Vestía un vestido blanco y largo, tapando sus pies y cubriendo todo su cuerpo.

—¿Qué haces aquí, Emily? —preguntó él en un murmuro.

La mujer sonrió, una sonrisa que enamoraba a los ángeles y a los demonios, sus ojos brillaban, su larga melena rubia caía por su espalda, su piel lucía lisa como la porcelana y suave como una pluma.

—Vine a acompañarte, Marcus.

El hombre negó con la cabeza, odiaba ese nombre, no le gustaba ese nombre. ¿Por qué lo llamaban así?

—Ese no es mi nombre —murmuró con ira.

—Sí lo es —afirmó la mujer—, eres Marcus Cooper, el hijo de puta que me asesino. ¿Recuerdas?

¿La asesino? ¿Lo hizo? No pudo hacerlo, ¿O sí? Él la amaba, recordaba que la amaba, recordaba su sonrisa, sus manos cálidas curando las heridas de su piel, recordaba su tacto, el aroma a rosas que emanaba su piel, recordaba que la amaba. ¿Por qué la iba a asesinar si la amaba?

El recuerdo de un amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora