Introducción

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Una alegre tarde de otoño, Bianca seguía jugando en aquella cancha con sus amigos, como todos los días hacía. Por muchos años que hubieran pasado, su aislamiento hacia la sociedad les producía un desarrollo muy lento, por lo que, incluso con sus 14 años de edad, aún jugaban y reían como niños.
No tenían móviles, no tenían redes sociales. Ni videojuegos, ni televisión. Tan sólo un par de pelotas, unas cuantas cuerdas, y quizás algunos regalos que Sebas les hacía.
Sebas era un hombre bastante mayor, de unos 50 años de edad. Era el padre de uno de los niños y el cuidador de todos los demás. Él era el único que tenía contacto con la sociedad en el resto del mundo, por lo que conseguía muchas cosas del exterior, y se las regalaba a los jóvenes o las usaba para su refugio. A veces llegaban cajas de maquillaje, ropa, juegos de mesa... Podía llegar de todo.

Todos vivían muy bien ahí. Sebas les enseñaba a todos como si fueran una clase de un colegio, haciendo matemáticas, ciencias, arte, y deporte. Deporte solía ser la favorita de toda aquella juventud, pues siempre jugaban en la enorme cancha que había en la isla. Porque sí, vivían en una isla. Alejada de todo y todos, estaba esa pequeña isla en la que sólo habían 4 cosas; la gran cancha de fútbol, un enorme bosque, el refugio de Sebas ubicado en la costa, y un volcán que podía verse desde cualquier rincón de la isla.

Aquel enorme y misterioso volcán llevaba dormido mucho tiempo, sin dar ninguna señal de despertar de nuevo. Todos vivían en paz ahí, entre los humanos, la fauna, la flora, y el volcán.

Hasta que un día todo cambió, y una enorme tragedia sucedió. Pero eso ya lo veréis más adelante.

Por las viejas llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora