Mateo corre por la calle del colegio La Salle -pero el colegio no está ahí, no hay nada más que un predio baldío-, va en dirección este, la calle está vacía, no hay ni un solo carro o persona transitando; a grandes zancadas huye de algo o de alguien, o quizás sigue algo o a alguien, no lo sabe con claridad. La calle es distinta, es calzada por piedras pequeñas y redondas, todo lo que ve está cambiado, pero es la misma ciudad que conoce como las palmas de sus manos. Diaforético, exhausto, con las mejillas hirvientes y su pelo largo mojado por el sudor, ve el horizonte como un túnel virtual en el que no se ven alrededores y lo poco que se ve es muy distinto a lo que conoce de su ciudad, sólo ve con claridad lo que queda de frente. Una voz resuena en su interior: no sabes adónde vas ni de dónde vienes. La frase se repite como un susurro una y otra vez, algunas veces fuerte, otras no tan claras, pero siempre es el mismo mensaje. La voz que lo dice en su mente suena tenue, suave y rasposa, es un hombre. A Mateo la voz le suena familiar, pero no logra descifrar de quién es, ni mucho menos porqué dice el intrigante mensaje, sólo corre desesperadamente, mientras ve el reloj sin prestar atención a la hora.
Llega a la esquina del Parque de los poetas, una especie de tributo a los más insignes poetas de la historia de León, pero las estatuas tributarias no están ahí, en su lugar está una casa de adobe de aspecto antiguo, con puertas altas y coloniales; y a su derecha ve una especie de cartel con una saeta que apunta hacia el este -dirección en la que va-, y que además tiene una leyenda que reza el mismo mensaje que no deja de escuchar en su cabeza.
No sabes adónde vas ni de dónde vienes.
Mateo no logra enlazar sinapsis para hacerse de una idea, de un chispazo de luz que lo haga ver con claridad qué hace ahí, hacia donde va, porqué corre y qué significa esa frase. Lo cierto es que no deja de correr y de ver a cada segundo su reloj. En el artefacto que controla el tiempo sólo ve la inscripción de CAT, la marca del reloj, Pero, no sabe por qué, las manecillas han desaparecido, no puede ver nada más que la marca del reloj y los números, porque no hay una aguja que le señale qué hora es.
Aún más desconcertado y ahora con cierto nerviosismo y hasta ese miedo característico que da la incertidumbre, Mateo se detiene a descansar, jadeante, con las palmas de las manos apoyadas en las rodillas, con la cabeza hacia abajo y el pelo tapando su vista hacia el suelo. Tiene la impresión de haber olvidado todo, de no saber qué ha pasado en las últimas horas y lo último que recuerda es verse él en una mesa de billar, jugando con Óscar.
¡Pero claro! ¡Óscar debe saber qué me pasa o que significa esto!
Sacó su móvil del bolsillo izquierdo, apretó la tecla de desbloqueo, pero cuando lo hizo se quedó atónito. En la pantalla del teléfono inteligente no había nada más que la imagen de fondo que llevaba siempre activa, una fotografía de la playa de Poneloya que había tomado en las vacaciones de Semana Santa; más nada, ni un ícono, ni una letra, ni el reloj, ni la barra de cobertura, ni la de batería. De tal manera Mateo se dio cuenta de que no podía pedir ayuda, estaba solo en esa calle vacía, solo sin saber qué hacer, ni donde ir, ni porqué estaba en esa situación.
Volvió a ponerse en marcha, después de todo había una flecha que le indicaba seguir más al este. Cuando llegó a la próxima esquina -lugar donde fue la masacre del 23 de julio, día en que murieron aquel grupo de alumnos universitarios a manos de la guardia nacional de Somoza, por motivo de exigir autonomía universitaria-, vio otra flecha que apuntaba hacia el este, en dirección hacia el histórico restaurante El Sesteo, uno de los lugares más icónicos del turismo, la gastronomía y la historia leonesa; y debajo de esa flecha otra vez un escrito con el mismo mensaje de la flecha anterior. Mateo sentía volverse loco con las mismas palabras resonando en todo su interior como un mantra. Vio hacia el lugar donde apuntaba la saeta y se dejó ir en un suspiro esperanzado en encontrar respuestas.
¿Por qué no hay nadie en el parque ni en las calles? ¿Por qué estoy solo? ¿Qué significa todo esto?
Mateo corría desesperado, ya sin fuerzas y con hambre de respuestas inmediatas, claras y concisas. Llegó al Sesteo, que no tenía su habitual y tradicional cartel, sino que era un lugar más sencillo, con sillas y mesas de madera tallada, pero sin ningún tipo de lujo tecnológico. Mateo tuvo la impresión de no haber sentido el trayecto entre una esquina y la otra, como si no hubiese realmente recorrido esa distancia, como si en realidad hubiera sido teletransportado de un lugar a otro. Cada vez le parecía tener menos memoria, sentía ganas de orinar y le preocupaba hacerse en los pantalones ante la ausencia de vida en aquel lugar. Todo estaba cerrado, era como un lugar abandonado a suerte y muy cambiado, como si la civilización no hubiera pasado por ahí. El túnel virtual en el que apareció de repente había girado hacia el sur, por encima de la plaza de la Catedral y daba la impresión de no ir más allá del lugar donde debería estar y no estaba el colegio La Asunción, ese monstruo gótico que Mateo siempre comparó con el castillo de Hogwarts. La siguiente flecha apuntaba hacia el sur y rezaba el mismo mensaje. En ese mismo instante sonaron las campanas de Catedral, se anunciaba algo importante, pero los repiques eran lentos, tristes y tenues, como los que anuncian la salida de un muerto. Mateo corrió enseguida para ver qué pasaba en aquel lugar, porqué había repiques de muerto. Al llegar al atrio de enfrente, vio un coche de caballos antiquísimo, con asientos de seda y guarniciones de oro y plata, con ruedas medievales, halado por caballos blancos de pura sangre, elegantes y fornidos, y un cochero en el asiento de conductor vestido de purísima y oro, al mejor estilo de Manolete, así lo pensó Mateo. ¿Por qué todo parece antiguo y elegante?
Al entrar por la puerta principal de aquella iglesia alcanzó a escuchar la frase: Que descanse en paz, dicha por el sacerdote, a lo que el pueblo respondió: Así sea. Inmediatamente se escuchó con gran estruendo las primeras letras de una especie de poema que se le hizo conocido: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo...
Entonces Mateo lo supo.
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Sombras y derivas.
RomanceEs la historia de Mateo, un joven estudiante bohemio, al cual la juventud le ha llegado sin avisar y el amor le ha golpeado la puerta sin piedad ni paciencia. Él, ahora, intenta seducir de nuevo a la vida y abrirse paso entre cada obstáculo que se l...