Óscar se asomó por el pasillo del aula B3, lugar donde él y Mateo recibían la clase de cálculo, con el profesor Sánchez, un viejo de unos sesenta años, corto de estatura, calvo, arrugado y a veces mal oliente, que se ganaba la vida contando sus historias de cuando fue joven y vivió en Cuba, de cómo se hizo de ideología izquierdista a base de golpes, armas y trajes camuflados, en un país donde todo era escaso menos el fervor patrio y las canciones de Silvio Rodríguez, de cómo aprendió a vivir con el grito de Patria libre en la garganta y cómo ahora se conformaba con pasarse las horas reprobando a todo universitario que por justa o injusta razón intentara llevarle la contraria. No pensaba en la jubilación, pues le tenía miedo al olvido y, para colmo, en un país que históricamente había menospreciado el trabajo magisterial, sabía que se moriría de hambre con una pensión que no le alcanzaría ni para las rosquillas después del almuerzo.
Óscar saludó a Mateo con ese informal mano y puño de la juventud de hoy día y lo primero que hizo después, con ademán de sumo inquisidor de la situación, fue preguntarle si ya había terminado con Kate.
-Fue complicado, pero lo hice -aseguró Mateo.
-Me alegra que ya, lo que no me parece bien es eso de "complicado". Yo creo que debés ser un poco más frontal con los problemas.
-Coincido con vos -aceptó Mateo para no empezar por enésima vez la misma discusión de toda una vida con su mejor amigo.
-Bueno, ya que sos hombre libre, podemos salir a La Tertulia esta noche, yo invito.
La Tertulia era un bar bohemio que estaba ubicado en el barrio San Juan. Era un establecimiento pequeño en el que se fraguaban las pláticas más interesantes y descabelladas de León, donde se tocaba música trova en vivo, se cantaba en karaoke, se fumaba opio a puertas cerradas y se bailaba al son de boleros y música romántica de los ochentas. A ese lugar llegaban desde médicos hasta el más solitario clochard, pero eso sí, ahí no existían ni las clases sociales, ni los títulos universitarios, ni las religiones, ni los partidos políticos: todos tenían una característica común y es que eran bohemios de la noche, todos la compartían como su única religión. Las mujeres eran madeimoiselles para todos, la femineidad se respetaba como algo sagrado y María de Magdala era diosa. Era un centro exclusivo, se escuchaba música diferente, calma, de contenido sublime y lleno de verdad como la trova. Los cuadros pintados al óleo de los máximos exponentes de la música universal moderna colgaban uno por cada mesa que estaba cerca de las paredes del recinto e iban desde los rostros de Elvis, Beatles, Cohen, Dylan, Gardel, Sinatra, hasta los de Sabina, Silvio, Cabral y Víctor Jara, entre muchos otros. Y en la barra principal, sobre un refrigerador enorme de Coca-Cola, estaba el cuadro célebre de la casa, El Hombre de Vitruvio, de Da Vinci, con los brazos extendidos, como dando la bienvenida a ese lugar de liberación personal en el que parecía que sólo cabían iluminados. La luz era tenue y la atención era discreta, pero de confianza. Era acogedor en todo sentido, para un buen conocedor de la juerga y el despilfarro de conversaciones atípicas.
-Yo siempre he sido libre, pero ya que me vas a invitar acepto con todo gusto, pero será otro día, hoy es el cumpleaños de mi madre -dijo Mateo preocupado por el regalo que aún no compraba para Andrea.
- ¡Si! ¿Cómo pude olvidarlo? -dijo Óscar apenado por la imprudencia cometida y pronto repuso- Vámonos, antes que venga este viejo que me irrita con sólo verlo -culminó Óscar.
Los exámenes de cálculo del profesor Sánchez eran peculiares y complicados, nunca nadie sacaba una nota lo suficientemente excelente, era como si él se empeñara en que nadie le rompiera ese récord que para él era sinónimo de orgullo y, aunque había que aceptar que era un erudito en su materia, ya había recibido muchos llamados de atención por parte de los altos mandos de la facultad, debido a su fama de inflexibilidad y mal genio. Siempre había dicho que los años de sacrificio en Cuba y las penurias que tuvo que verse obligado a pasar en la guerra de los ochentas, debían valer la pena y que, por lo tanto, sólo alguien que fuera verdaderamente bueno para los números tenía ese boleto al cielo que otorgaba el arrancarle un sobresaliente a dicho personaje.
Pero el examen de ese día fue uno muy especial y diferente para Mateo, algo que cambiaría su vida académica y sentimental para siempre. El tema en cuestión eran problemas con derivadas, algo que se le daba muy bien a Mateo, a pesar de odiar los números y los problemas -de todo tipo-. Eran diez y pudo resolverlos con facilidad, a excepción de uno, el último. Mateo entregó la hoja de su examen resuelto, menos un ejercicio al profesor y éste se alegró de que fuera uno más en su historial que no sacaría un sobresaliente de su clase. Cuando hubieron entregado todos, se dispusieron a resolver cada ejercicio en plenario, frente a la pizarra acrílica blanca, que colgaba del centro, sostenida por un viejo clavo oxidado. Uno por uno los fueron resolviendo, con Sánchez y los alumnos más destacados de la asignatura a la cabeza, mientras todos hacían cuentas acerca de las respuestas y se daban una hipotética nota, porque sabían que con ese profesor nada era seguro.
Fue cuando ocurrió el hecho curioso del día. Mateo miraba estupefacto los resultados de cada problema que el profesor les había planteado en el examen y, en primera instancia, pensó que se trataba de una gran casualidad, así que levantó el brazo y ante el permiso concedido de Sánchez para hablar, soltó su duda.
-Profesor, las respuestas de cada problema son muy curiosas, ¿ya se dio cuenta? -dijo Mateo todavía incrédulo, esperando no equivocarse.
Sánchez abrió los ojos como búho, mismos que ahora le brillaban con una chispa que nadie, ni siquiera sus mejores alumnos y discípulos habían logrado verle jamás. El corazón se le aceleró debido a la excitación que le causó la observación de un alumno al que consideraba de clase media dentro del clasismo que él mismo establecía en las aulas de toda facultad en la que impartía su clase. Se frotó las manos, como si tuviera ante sí un delicioso manjar que estaba a punto de devorar y soltó una risita desafiante, como las de costumbre, pero un poco más interesada que las de siempre.
-Dígame qué es lo curioso, Mateo -le retó el enano profesor.
-Los resultados, señor. Llevan una secuencia curiosa, o no sé, quizás esté equivocado -propuso Mateo, también excitado por sentirse parte de la clase, por primera vez, de ese viejo sabio y andrajoso.
-Prosiga -lo invitó Sánchez.
-Bien, verá usted que los resultados de las derivadas llevan un orden determinado por una sucesión. Por ejemplo: 1 – 2 – 1.5 – 1.6666666... - 1.6 – 1.625 – 1.61538... – 1.61904... – 1.61764... y así, sucesivamente... -dijo Mateo, aliándose a las respuestas que ya estaban escritas en la pizarra y fueron debidamente revisadas por Sánchez.
-Eso es correcto -dijo el profesor condescendiente-, pero ¿y eso qué? ¿Dónde está lo curioso?
-Bueno, si no me equivoco, el resultado de la última derivada, que es precisamente la única que no logré resolver, es 1.6181818... ¿Es así, Roberto? -dijo Mateo, señalando al mejor alumno de la sección en matemáticas.
-Es así, Mateo -respondió Roberto, con gesto reverencial ante la seguridad con la que ahora hablaba Mateo.
-Bien, entonces no sé si sea una simple casualidad o de verdad sea cierta la leyenda sobre estos números, pero esos son los resultados de dividir los números de la secuencia de Fibonacci, tal cual. Y, si usted se fija profesor, todos se acercan a Phi.
Sánchez abrió más los ojos, tanto que ahora la órbita de hueso en la que estaban incrustados no lograba mantenerlos dentro de sí.Sintió un orgasmo placentero en su cerebro y ahí mismo, de pie junto al escritorio manchado por múltiples firmas garabateadas del aula B3, dio gracias a Dios por haberle hecho maestro y no ingeniero, como en un principio soñó ser. Mateo había dado en el clavo, había resuelto lo que él necesitaba, le había dado la respuesta que esperaba y ahora miraba en él la salvación, después de haberle visto siempre como uno más de la clase al cual reprobar. Estaba temblando de gozo en su interior.
-Profesor, dígame si estoy en lo correcto -dijo Mateo ante el resto de la clase, que seguía muda ante el debate que se llevaba a cabo en el salón. Incluso los mejores no se atrevían a opinar.
Sánchez volvió de su ensimismamiento e intentó poner las ideas en su lugar.
-Es usted un genio, Mateo, usted ha sido elegido -dijo Sánchez con la voz entrecortada, casi llorando.
Mateo estaba estupefacto, se golpeó los cachetes y se frotó los ojos para ver si estaba soñando. Pero no, ahí estaba, ante el reto de su vida.
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Sombras y derivas.
RomanceEs la historia de Mateo, un joven estudiante bohemio, al cual la juventud le ha llegado sin avisar y el amor le ha golpeado la puerta sin piedad ni paciencia. Él, ahora, intenta seducir de nuevo a la vida y abrirse paso entre cada obstáculo que se l...