Capítulo 29

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La época de lluvia en Nueva York no es muy duradera sin embargo no era razón para acudir a la ropa fresca,  adiós impermeables y hola gorros, guantes y bufandas.

Un par de meses habían pasado desde el incidente en el hospital, al funeral de la señora Mariana no asistió mucha gente pero sí hubo mucho apollo en cuanto aquél par de chicos que se había quedado sin madre.

Mientras que del otro lado de la ciudad, un castaño se preparaba para su primer día de trabajo en el mismo lugar donde había empezado, así que prácticamente fueron unas largas vacaciones. El chico se miró una última vez al espejo y no sonrió como lo hacía de costumbre, simplemente acomodó su gorro gris y se aproximó a la salida, no sin despedirse de su mejor amiga, con quién, por cierto, había hecho las pases y su relación como amigos estaba más fuerte que nunca, pero no era el mismo chico y Emily detestaba eso, se sentía como un vacío que nadie más podía llenar.

Nostalgia es lo que le produjo recordar su loca obsesión por el chico pelinegro y dolió saber que ya no lo vería más, no al menos ahí.

Abordó el vagón lleno de gente, maldijo por elegir esa hora para viajar pues era cuando más se llenaba el metro, sus ojos lo desobedecieron y comenzaron a buscar a alguien que no iba a estar ahí, quizá sólo era la costumbre o tal vez la esperanza de poder verlo una vez más, pero no, él no estaba y eso sólo hizo que Alonso se decepcionara más de sí mismo por dejar la escuela de música, aún teniendo una excelente oportunidad, pero la confianza que se tenía, cada vez se desvanecía más y más, al grado de casi desaparecer.

—Hola Tania —saludó sin ganas.

—Has regresado chico enamorado, ¿Qué te trajo de vuelta? —Alonso torció la boca.

—Lo mismo que me hizo irme.

Sin alguna otra palabra, se dedicó a hacer lo que hacía antes.


































A falta de dinero, tuvo que pedir un turno más pesado que el que tenía anteriormente, por lo que salía muy de noche, pero siendo fríos, Alonso ya ni siquiera se preocupaba por ser asaltado.

No había mucha gente, pero él prefería viajar de pie, sostenía una bolsa de ropa que había comprado para la época de invierno, misma que fue empujada por algún idiota que no se fijaba por dónde iba, Alonso rodó los ojos dispuesto a levantarla, pero alguien se había adelantado, haciéndole el favor de dársela en sus manos, él ni siquiera miró a la persona que le había hecho el favor, agradeció, pero no miró. Se bajó en su estación y pasó otro largo día.

Por otra parte, Jos se encontraba sonriente de lo irónica que es la vida, a pesar de todo lo que había pasado con el ojiazul, Jos estaba feliz de verlo de nuevo,  aunque Alonso no lo viera a él.
























El día siguiente no fue muy distinto, Alonso salió a su trabajo, había clientes normales y clientes tontos que no sabían lo que era el té chai, pero a la hora de la salida, el metro estaba más lleno de lo normal a esas horas, algo realmente molesto, la mente de Alonso pedía a gritos que lo sacara de ahí, que algo lo salvara o simplemente que un piano le cayera encima, así no sufriría tanto como lo hacía en esos momentos, pero esta vez, el pelinegro se animó a hablarle al (ahora) castaño, a pesar de saber que no terminaría muy bien, lo necesitaba, ambos lo hacían.

—Ese es un gran libro —cinco palabras bastaron para llamar la atención de Alonso y de una forma no tan rápida pues sus oídos tardaron en captar la aparente voz imaginaria que Alonso deliraba. 

Subway; j.v. editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora