Capítulo 30

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Alonso cerró los ojos resignado ¿A caso era el fin? Y es que, por más que analizó, no había forma de salir de esa, Alonso iba a morir.





—¡Alonso! —se escuchó un grito desgarrador del pelinegro, quién para la suerte del castaño actuó de una forma tan rápida y precisa que no importó el raspón en sus rodillas y otras partes del torso, cuando este lo jaló de sus brazos haciéndolo caer al suelo de frente.

Ambos estaban en shook.

2 centímetros: lo que miden las alas de una mariposa pequeña, el pétalo de un tulipán, una abeja ¿Poca distancia? 2 centímetros bastaron para que el camión esquivara al castaño, a la vez que Canela jalaba con todas sus fuerzas a su chico, su chico que estaba en peligro y a punto de ser terriblemente lastimado.
2 centímetros que dejaron de existir cuando los labios del mayor se unieron a los del más pequeño y que, a pesar de no haber sido un beso duradero ambos se sintieron en el paraíso, siendo que claramente estaban en el suelo con un montón de gente mirándolos, juszgándolos, pero no importaba, porque después de tanto tiempo Jos pudo sentir que Alonso lo necesitaba y viseversa porque realmente lo hacían, ambos se necesitaban para poder existir de una manera feliz y arriesgada.

—Jos, la gente está murmurando ¿Qué pasa? —preguntó con voz quebrada y completamente desentendido.

—Alón, la gente siempre va a murmurar cosas, pero sólo tendrán valor mientras seas tú quien se lo da.

Alonso sonrió, Jos tenía demasiado tiempo sin ver esa sonrisa. Poco a poco la gente empezó a disiparse.

—¿Te hiciste daño, cariño? —preguntó Canela.

—Nada que no pueda repararse, ¿cariño?

—Me alegra porque tenemos que correr.

—¿Por qué? —ni tiempo le dio al mayor de contestar cuando ya estaba moviendo sus piernas a un paso veloz, tomado de la mano a Alonso.

El hombre del camión de hace unos segundos había estacionado su vehículo y se había bajado de él con la cara más espantosa que ellos habían visto y tenía todas las intenciones de pelear pues al parecer se le había ponchado una llanta gracias al descuido de Villalpando.

Cuando observó que ambos chicos empezaron a correr, él los imitó ¿Y cómo no correr? Si el sujeto medía casi dos metros y esos brazos... se notaba que hacía ejercicio.

Por suerte el departamento de Alonso estaba muy cerca, pero no le quitó la emoción. ¿Quién lo hubiera dicho? Alonso y Jos corriendo por las calles de Nueva York, de nuevo, después de tanto tiempo.














El beso anterior no les fue suficiente, por lo que obviamente ambos exigían más; con la respiración agitada por tanto correr y subir escaleras, a penas podían mantener el ritmo de sus labios (los cuales ya habían empezado a juguetear al entrar en el departamento del castaño) a demás de que Alonso soltaba pequeños suspiros de vez en cuando y a mitad del beso sonreía sonrrojado.

—No me esperaba esto —confesó jadeando el menor, al tiempo que Jos le besaba su cuello y tras esas palabras, el ojiazul echó para atrás la cabeza cerrando sus ojos, sus preciosos ojos.

—Déjate llevar, mi vida. Todo es más suave si lo dejas al aire, déjate llevar y yo me encargaré del resto.

Alonso saltó rodeando a Jos con sus piernas por la cintura y con sus brazos, su cuello, con la intención de no detener el necesitado beso que no perdía el ritmo y era tan... dulce pero no lento. A pasos ciegos, Canela tuvo que sacar su sexto sentido y no matar a ambos en el intento de llegar al cuarto de Alonso, todo porque ninguno de los dos quería separarse.

Subway; j.v. editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora