Capítulo 26

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Un par de ojitos miel se humedecían con frecuencia, el pelinegro se encontraba afuera del hospital sentado en las enormes escaleras principales, solo. El deseo de querer golpear a Alonso, era opacado por el deseo que tenía de apretarlo con sus brazos. Con cautela limpiaba las lágrimas derramadas en su playera, puesto que Jos nunca lloraba por algo o alguien, no era para nada común.

Por otro lado, una chica ojerosa y con un cigarrillo en la mano, se encargó de escuchar el llanto del pelinegro, de principio a fin, sin hacerce presencia alguna antes de que este finalizara.

—Ya basta José —de dijo a sí mismo mientras daba pequeñas palmadas en su cara. La mirada hasta el suelo y los ojos cansados no le permitieron percatarse de el cuerpo que se había sentado a su lado, hasta que levantó la mirada al oír un suspiro.

—¿Rebeca? —dió un saltito al nombrarla, pues le cayó de sorpresa— ¿Qué haces aquí tan tarde?

—Oh, no se puede fumar adentro —posterior a su diálogo, dió una calada y le ofreció a Jos, se negó— ¿No fumas?

—Intento no hacerlo.

—Pues deja de intentar... anda, te va a hacer sentir mejor.

—Estoy bien, gracias.

—Yo sé que no. Pero igual, no puedo obligarte —antes de que Rebeca se levantara, Jos tomó el cigarro y le dió algunas caladas, realmente lo necesitaba.

—¿Mejor? —Jos asintió con pena.

—Deberías ir adentro, hace bastante frío —comentó el ojimiel.

—Odio los hospitales ¿Lo había mencionado?

—No.

—Pues odio los hospitales.

—Nadie te obliga a estar aquí.

—El amor sí, el amor te obliga a muchas cosas, Jos —se quedó callado, y se puso de pie— cambiando de tema, ¿Cómo está tu madre? —se asomaba el interés, y es que la inteligente rizada no solo estaba pretendiendo al pelinegro; ella había escuchado hablar sobre la gran fortuna que tenía la madre del chico. Interés. Pero Jos no percibió ni una pizca de él.

—Mejor.

—Me alegro —le tocó el hombro con su mano haciendo contacto visual con él, provocando una sensación extraña ¿Nervios, tal vez?

—¿Y t-tu padre? —balbuceó.

—Mejor.

Jos le ofreció su brazo y dar una corta caminata en medio de la madrugada, al fin de cuentas no iba a dormir mucho. Ambos platicaron de cosas extrañas, un poco de lo que les pasaba en su vida, uno que otro chiste malo, pero lo principal de todo eso, fué que; aquella chica ayudó (un poco) a sanar el destruído corazón de Jos, y por eso, él estaba muy agradecido con ella.






























Por otro lado, un Alonso muy preocupado, marcaba el número de su novio una infinidad de veces. Un pitido, dos pitidos, tres y cuatro. Y esos pitidos se convirtieron en llamadas perdidas del ojiazul, algo verdaderamente lamentable, es decir, sí, Alonso besó otros labios que no eran los de Jos, pero fue en un estado de ebriedad, ni siquiera estaba completamente consciente de la fecha o si era de día o de noche, por lo que el acontecimiento se borró de su memoria, pero al parecer, esas no son razones suficientes para que Jos lo perdone así de fácil.








El moreno negaba una y otra vez con los dedos en el puente de la nariz y los ojos apretados.

—A ver Alonso... ¿Cuáles son las únicas tres reglas que te repito todos los días?

Subway; j.v. editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora