Oportunidad

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Morinaga se había ido.

Lo supo desde que había cruzado el ganken y no había nada, ni una luz encendida que anunciara vida en el lugar, o alguien que esperara su regreso; jamás había llegado a un departamento frío y vacío. Siempre que volvía había algo o alguien esperandole: una cafetera lista para ser vertida, comida en el refrigerador o alguien que le atormentara con preguntas sobre su día, pero cómo usualmente pasa, esos pequeños detalles no se toman en cuenta hasta haberlos perdido.

Se quedó estático, con la nota en su mano, incapaz de destruirla. Algo dentro de sí se rompió y el cansancio se intensificó, no quiso pensar, no quiso ahondar en las posibilidades o en los motivos; ahogo esa extraña sensación muy dentro de sí y optó por lo más conveniente: evadirlo todo.

Dejó las cosas donde habían caído, su amada computadora segura en algún rincón del suelo de la sala y su pequeña maleta en en el ganken; cerro las puertas con seguro y se fue a su habitación, no sin antes pasar de nuevo por la habitación de Morinaga y observar lo vacía que estaba.

— ... — miraba cada recoveco buscando, algo que no sabía que había perdido.

Al darse cuenta de su patética actitud, se fue a su propio cuarto y se encerró; se metió a la seguridad de su cama, cerró los ojos e intentó dormir; esta vez el cansancio acumulado ayudó y cayó rendido, esperando muy dentro de sí que todo hubiera sido un malentendido y que todo ésto fuera una broma insana.

— Estúpido Morninaga... ¿qué piensas que...? —

Fue su último pensamiento antes de caer dormido esa noche; sin embargo, su mente lo torturó con escenas vividas de cómo lentamente fue dejando a su kohai de lado por su trabajo. Cómo lo fue relegando y alejando de su vida y de si mismo.

Soñó con él muchas noches más; pese a lo que hubiera querido soñar o recordar, sus sueños se volvieron repetitivos y tristes, esos que le mostraban la verdad: fue un idiota insensible.

Se veía a sí mismo flotando en un mundo oscuro y húmedo, sin lugar al que avanzar; de pronto aparecía una silueta brillante que caía del cielo y se detenía justo a su altura, pero nunca a su alcance; esa silueta daba una cálida luz a ese lugubre escenario e iluminaba todo a su alrededor llenando de calidez aquel lugar.

Nunca pudo ver su rostro, nunca pudo siquiera acercarse, pero imaginaba que era él, y siempre terminaba por cuestionar lo mismo: — "¿Por qué?"...
— "¿Por qué te fuiste así?"...
— "¿Así de fácil terminaste con todo?" ...
— "¿No se suponía que para ti, ésto era tu vida?"...
— ¿Por qué fuiste tan cobarde para irte sin decir nada? peor aún... Esperaste a que me fuera para hacerlo"...
— "Cobarde"...

— "Cobarde" — ... Le respondía como un eco la silueta frene a él... Misma voz, mismas palabras... Cargadas de sinismo en su hablar. — ¿Quién ha sido el verdadero cobarde? — le miraba con desdén y sin compasión — Sabes dónde está y no has hecho nada por buscarle ni aclarar las cosas... Además, bien sabes que no... —

La silueta que pensaba que era de su bondadoso kohai se transformó en sí mismo, cual espejo que le reflejaba su realidad. Al empezar con los reclamos, siempre los mismos reproches, Souichi nunca daba respuesta, al contrario tapaba sus oídos de las acusaciones e intentaba huir de eso que no le gustaba enfrentar.

Evasión.

Desde esa noche en que él se fué, la evasión había sido su forma de enfrentar el mundo. Evadió arreglar las cosas y evadió todo sentimiento con el trabajo y sus aspiraciones.

Un hombre exitosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora