Albino

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Kaliningrado, 1947

El austriaco logró concluir sus deberes a tiempo incluso la enfermera Gólubeva le había permitido jugar con el piano que residía en la sala común, donde la mayoría de padres que buscaban un niño permanecían esperando al director, para abrir las puertas de la prisión, como le llamaba Gil, muchos niños resurgían de ese lugar pero ellos tenían una marca que no podían tachar y era ser hijos de alemanes, como los viejos esclavos de su ascendencia ellos también traían la insignia amarilla, pero con la palabra немецкий* en vez de Jude, eso era aún peor, ya que la mayoría de parejas buscaban un reemplazo para sus hijos que nunca volvieron de la batalla, suplantar a un héroe con un caído, era la palabra que decretaba su maestro de cálculo. La música continuó saliendo de sus asombrosos dedos, incluso varios de sus compañeros brotaban su cabeza por las ventanas curioso de aquello, Beethoven, el niño siempre se mantuvo fiero a tocarlo en vez de Tchaikovski, pues era germano como él, alemán como Gilbert, era parte de su pasado y de su ser. Al terminar Claro de luna, dejó caer su cuerpo sobre las teclas dando un sonido estridente y chirriante, aquella canción le recordaba a su madre, siempre la tocaba antes de ir a dormir, era parte fundamental cuando su padre partía en entrenamiento con la wehrmacht, sus padres deseaban que fuera parte de las Luftwaffe, pero su sueño era ser un músico y poder tocar para el Reich ahora sus fantasía eran poder vivir el día siguiente.

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Gilbert era un ovillo bajo su cama, las lagrimas se secaron sobre sus mejillas, había dejado de temblar, pero el pánico aun lo mantenía secuestrado, los recuerdos evitaban que pudiera pegar los ojos pues la sensación de ser tocado se revivía una y otra vez, la necesidad de ser ayudado, pero a cambio de eso el director indicaba que era como un lindo conejo. ¿Cuándo había comenzado eso? Se cuestionó, pero no hubo respuesta. Estaba maldito, su pelaje blanco, sus ojos rojos eran una bendición, su madre lo decía, pero para los ojos de lo que vivía era su maldición. Hombres y mujeres admiraban su belleza, su particular forma y cada uno de ellos pagaban fortunas por poseerlo pero no como un hijo lo que él deseaba sino para tocarlo, olerlo y marcarlo, divertirse con lo pálida de su piel que señalaban que era porcelana lo tocaban de miles de maneras lo besaban, lo desnudaban era presa de miles de abusos de aquellos hombres que gobernaban aquella unión, le causaba asco pensar que después de tener sus bocas entre la parte de miles de niños llegaban a su morada besaban a sus esposas y llenaban un reporte para decir que todo está bien. No todos eran iguales, el niño lo sabía, pero si pensaba mal acertaría siempre. 

Las frecuencias de los niños y los maestros seguían el lugar, gritaban que estaban cerca y una voz conocida, Záitsev el maestro de canto vociferaba que no tenían que olvidar la letra, Gilbert se mantuvo fijo, no quería salir, estaba demasiado bien solo, si se mostraba sería examinado y eso daría partida a una posible violación más, se retorció recordando cuando aquel gordo polaco había logrado hacerlo sangrar de su parte intima por ello cerró más su boca y permaneció oculto esperando no ser visto. Su única salvación mientras la pequeña voz de Roderich lo aclamaba en la puerta aun así no dio respuesta, Roder estaría bien, pero él sobresalía de cualquiera siempre sobresaltaba. Los pasos de su compañero se retiraron, el silencio dominó la habitación y el recinto todos estarían afuera con aquel viejo letrero dando pie a la bienvenida de hombres con un ego inflado y un mal carácter al contar sus hazañas de cuantos fascistas asesinaron y cuan divertido era verlos huir, repugnante; La voz en coro de sus camaradas dio cabida a que escapara por la puerta trasera, recorrería los jardines mientras los hombres eran atendidos como reyes en el complejo del orfanato. 


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*Aleman 

¡Gracias por leer!

Мы виделись раньше?// RusPrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora