НКВД

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Kaliningrado, 1947

Iván contemplaba sus manos, alterado, angustiado, nervioso; esperando las órdenes de su superior, admitía que nunca había tenido una falta por su parte era el soldado perfecto y cada uno de sus dirigentes lo sabía, él no necesitaba esas reprimendas, pero esta ocasión era diferente.

- Idiota. - Musitó

Cuán tan estúpido había sido, realmente ni siquiera advirtió el momento en el cual su boca arremetía al general, pero no era su culpa, había sido víctima del momento, mártir de una acción social de un trago amargo. *Es su culpa* Una leve transmisión en su interior lo excusaba, imputaba por completo a aquella fisionomía angelical que había cruzado su camino en el jardín, el momento en donde el cielo se unió a su infierno en esa portezuela que sirvió como un puente, un umbral de perdición pues ahora su cuerpo pedía a alaridos la cercanía y le decretaba la toma de ahora el dueño de sus sueños húmedos saciar de su ser y aclamar cada parte de su blanquecino cuerpo; copular, la palabra germinó, abochornando sus mejillas, estaba atontado pero no era insensato, discernía que era amor.

- Brangiski. - La voz veterana lo haló de su debate mental, acrecentó su mirada hasta el joven pelinegro que jugaba con una taza.

- Camarada Nóvikov. - Alzó su cuerpo en acción de respeto, pues el contrario era una jerarquía mayor, quien le había instituido a disparar su primera arma a la edad de seis años, un prodigio en palabras del mismos Molotov, aquel soldado que le docto a no temer para defender a su familia de los fascistas, de los cerdos autoritarios. - Yo.

- No digas nada. - Descansó su dedo derecho sobre los labios carmesí del infante, aunque ya era un adolescente para cada miembro del НКВД continuaba siendo el infante que cruzó esa puerta hace bastante tiempo. - Todos saben lo que hiciste, vamos tu padre te espera.

El cenizo afirmó, la mayoría de hijos al cometer una incorrección tenían una plática con su padre seguida de un par de golpes por la falta, para el soviético el sermón era inútil su patriarca le había enseñado que para educar se tenía que castigar, un correctivo ejemplar que un par de nalgadas arreglaba y que en muchas veces sus camaradas eran víctimas pero el problema de cadete era que una inexactitud de su parte era doblemente castiga, en la parte paterna y la militar, exhaló, ocultando su estado; hermético, se mencionó como auto regaño intentando poder retomar la postura su progenitor y nadie tenía que verlo atemorizarse, un soldado soviético es inquebrantable y un Braginski no tiene sentimientos. Los pasos del par resonaban en el pasillo, al son, como un baile coordinado, la costumbre de las marchas forzadas que se hacían todos los días antes del amanecer hasta el oscurecer, la exactitud es una virtud que el ballet y el ejército gozaban y una anacronía era irreparable.

- General. - El mayor dio un par de golpes a la puerta, una abertura gris donde era sosegado las palabras Braginski.

- Adelante. - Nóvikov abrió con sosiego la puerta accediendo el libre tránsito del menor, el cual con suma cautela penetró el aposento, posándose cara al escritorio llenó de papeles con signos de la unión, del partido y la policía militar pero lo que hechizó su curiosidad fue una diminuta foto de su hermana menor Natalia tomada de la mano de Katerin, reconoció a la perfección el lugar, era el lago Nevá pues podía apreciar la isla Vasilievski, una de las tantas visitas a esa ciudad.

Se conservó en discreción, su mirada al frente en posición de firmes, cualquier paso podría costarle algún dedo, si fuera otro el caso podría ser la vida, pero ¿Su padre no lo lincharía? O ¿Sí? Era una respuesta que jamás obtendría y no esperaba que llegara pronto, entendía la calidad del partido y el bien para un bien mayor. Él sacrificaría lo que fuese en nombre de Lenin, a petición de Stalin por eso su ascendente igual.

- Deja de pensar. - Ordenó, su padre reconocía cada facción, cada musculo que se dilataba y tensaba era algo que podía leer como si una narración de Dostoievski atañese.

- ¡SÍ! - Sin objetar pretendió poner su mente en blanco ¿Difícil? No, cuando le tocaba recorrer el campo en la alborada en medio de una ventisca por disposiciones de sus superiores sabía poner su mente en blanco, por ello los demás le recelaban por su capacidad de obedecer.

- Sabes lo que hiciste ¿Iván? - Su padre persistía con su férrea contemplación impactando el cuerpo del adolescente, como si fuera una daga empuñada al corazón de un viejo fascista. - Levantaste tu voz, no sólo gritaste, ordenaste a tu superior a Sokolov. - Una bofetada manchó la mejilla de rojo por el fuerte impacto, Iván se mantuvo sereno dispuesto a la subsiguiente. El segundo impacto fue recibido dando la pauta a las palabras de desprecio, los golpes llegaban uno tras otro directos sin titubear, el sonido sordo de ellos en su piel provocando heridas, el inaugural en desfallecer fue su nariz que comenzó a chorrear hilos del líquido sanguíneo, después su labio, seccionado por la comisura cortando con el filo de sus dientes y la colisión y al último su mejilla, cedió ante el tintineo del anillo de bodas de su tutor que penetro rasgando la epidermis. La razón del castigo era llana, al regresar en la búsqueda de su conejo de nieve este había disipado y en su búsqueda exhaustiva del lugar no había llegado a su paradero provocando que infringiera la orden de regresar al auto y su mayor dilema fue la manera de desobedecer mediante una desaprobación con una voz modular alta.

Los golpes se interrumpieron, el cuerpo molido se conservaba de pie con la frente en alto, no era la primera ni sería la última reconocía sus aberraciones su poco interés en las órdenes y su mal manejo de voz y se arrepentía de ser así, pero del castigo nunca. La puerta se abrió dando paso por el umbral a Nóvikov, sin detectar algún lenguaje hablado, una dialéctica del silencio era presenciada y los tres sujetos comprendieron el protocolo, Iván se retiró y el pelinegro después de él. Atrancó la puerta, el sonido de sus pasos volvía a coordinarse pidiendo a gritos que nadie notara el estado del menor. Sus pasos llegaron al tocador, caballeros o damas no fue del interés mutuo, ambos actores entraron dando paso a un par de miradas.

- Esta vez fue más fuerte. - El primero en rasgar el silencio fue el mayor que, consiguiendo un cigarro de la bolsilla derecha de su pantalón lo llevó a sus labios aprisionándolo antes de buscar sus fósforos.

- No es gran cosa. - Escupió el lavamanos dando paso a un conjunto de sangre y saliva que más bien era resentimiento e ira. - No me asesino.

- Vanya, Vanya... Eres más útil vivo que muerto, niño- El sonido de la cerilla y el leve humo lleno de ese olor característico a azufre y parafina, llevando la cabeza a la cola de su cigarrillo comenzando a tostar el tabaco.

- No soy un niño. - Comenzó a lavar sus heridas. - Tengo trece, en un par de semanas catorce. - Se defendía al ser llamado infante.

- Pronto podrás cortejar. - La respuesta fue dada ante la desesperación del Braginsky de aparentar más edad. - Ahora déjate de estupideces y se un hombre. - Dio una leve calada al cigarro llenando sus pulmones de humo, entregando este a las manos contrarias que con inexperiencia intentaban sujetarlo y llevarlo a su boca en un intento de fumar que, para ojos ajenos era un insulto a cualquier tabacalera posible.

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