Orfanato

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Kaliningrado, 1947

El orgullo prusiano fue destruido y arrasado, el gran imperio humillado, avergonzado y reducido a la miseria y escombros de los sueños desde que se era un caballero teutón, aun así, no estamos subyugados, los grandes germanos se levantaran con la frente en alto sobre los eslavos.

Gilbert Beilschmidt desde su nacimiento fue un niño que atraía las miradas por su pálida piel, sus hebras blancas y sus ojos escarlatas como un conejo de invierno, su enfermedad fue fácil de diagnosticar albino, falta de pigmentación, aunque para otros era un producto del diablo al tener sus ojos carmesíes. Siempre fue diferente a su hermano y padres a pesar de ello se sentía orgulloso de sus diferencias, era un prusiano y eso no le detendría. Después de la toma de su nación y el asesinato de su madre su peculiar forma lo hizo sobrevivir, las noticias que logró percibir es que su padre y hermano lograron escapar a la Alemania del oeste, mientras él estaba encerrado en la prisión comunista que se extendía kilómetros y kilómetros hasta sus fronteras era mejor estar muerto que vivir esa vida, envidiaba un poco ese aspecto de su madre.

— Gil. — Un pequeño niño le llamaba.

— Hugh— Aquella voz lo sacó de su transe, obligándolo a regresar a sus labores del hospicio donde había llegado. —¿Qué sucede Roderich?

— Escuche que un alto general vendrá a ver el orfanato, por lo cual han pedido que no dejemos ninguna mancha. — Levantaba su dedo en forma de reprimenda

— Pues si tanto les interesa que lo hagan ellos. — Arrojó el trapito con el cual limpiaba las ventanas antes que su mente y recuerdos nublaran sus labores, estaba fastidiado de tener que servir a un montón de rojos, que, para sus ojos eran unos inútiles y poco calificados.

— Gilbert— La voz aguda del niño resonó por el lugar ante la acción poco agradable del albino.

Los pasos por el orfelinato resonaban con fuerza, el pequeño estaba en un ataque de ira, cansado de ser un conejillo de indias para los grandes funcionarios que iban a tomarse fotos con los pobres huérfanos de guerra, darles algunos dulces y comida que duraría sólo la estancia de ellos y después serían despojados de los regalos para ser revendidos en las calles de la ciudad soviética siempre era lo mismo, los que gozaban más aquellas visitas eran los que no contenían ascendencia alemana ya que se les permitía conservar los regalos pero alguien como Gilbert o Roderich eran despojados de todo. El niño giró al ver la puerta de su habitación y con un fuerte golpe directo a la puerta consiguió abrirla, penetrando a ella para lanzarse debajo de su camilla, era el único lugar donde se sentía a salvo de lo que pasaría.

— Ellos me volverán a tocar, no no debo permitirlo 

Мы виделись раньше?// RusPrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora