Esperame

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Kaliningrado, 1947

— Espérame y regresare. A pesar de todas las muertes, que las personas que no me esperaron dirán: Él es el afortunado. —

La grácil voz de un infante acometía el jardín, su tierna e infantil, pura y magnánima, ese canto que llenaba de placeres a la mansión de los Braginski, la fonética de un querubín de la casa de la pequeña Natalia

— Ellos, que no me esperaron, serán capaces de entender que me has salvado en medios de los disparos con tu esperanza

El diminuto y frágil cuerpo giraba entre el plantío de girasoles, daba pequeños saltos sin dejar de continuar con su canto, con aquellos cánticos que le enseñaron durante tanto tiempo, esa canción de cuna de su madre para mantener viva la esperanza de que un día el cuerpo de su padre regresara por la puerta cuando ella era solo un bebé que no entendía que era el bombardeo, que su pequeño cerebro no comprendía la maldad humana, lo que vivió en aquella Rusia blanca.

— Solo nosotros, contigo sabremos como he sobrevivido. — Entonó la siguiente línea

Cerró sus ojos en compenetración a los sentimientos de Simonov, la necesidad de regresar a abrazar un ser querido en aquellas épocas de guerra, en la guerra patriótica cuando tenían que demostrar y detener el poderío alemán ante el soviético. Afonía fue lo que seguía, como si hubiera olvidado la siguiente estrofa, la mirada de la rubia se perdió en el horizonte y con torpeza sus labios lograron continuar.

— Partisanos. — El corazón de la niña se llenó de recuerdos, de voces de necesidad de olvidar aquello, de recuerdos que había perdido en la caja del olvido en la exigencia de continuar, la guerra podía ser cruel y redundante pues se llevaba más de lo que dejaba. — Partisanos. — Replicó como un conjuro. — Iván

En el interior de la morada, que se tenía de colores violetas y grandes alfombras en los paredes la matriarca de la familia curioseaba y escudriñaba un viejo y deshojado diario, había estado en la familia de los Braginski por años puede que siglos, ni ella lograba poder entender porque había sido la usufructuaria de tal reliquia familiar, aun así mantenía cierta distancia con ello y cada noche leía un poco, pues con una letra pretérita y acaecida se levantaban palabras en alemán dialecto del prusiano que había sido el autor y actor de las viejas memorias que hablaba de viejos caballeros que peleaban por las glorias de sus dioses.

Dio otra hojeada, buscando la falsedad del escrito, intentando descifrar las mentiras que en ella había colocado aquel general antiguo

— Nikolai. — Comenzó a leer. — El eslavo parece sospechar, no puedo negar su naturaleza al espiar, cree que soy un traidor y es verdad. — Se detuvo, no entendía la palabra, su mirada intentaba descifrar, paleografiando. Mordió su labio, buscando el significado de aquella palabra, su interés estaba puesto sobre ello.

— Mamá. — La voz de Natalia rompió su concentración, la rubia la observaba desde el umbral de la puerta; Serena inamovible ese carácter que parecía ser único de ella, algo que nadie podía comprender

— Te he dicho que toques antes de molestar.

— Y me has dicho que muera. — Hermética contestó

— No es verdad.

— ¿Nikolai? — Interrumpió cambiando el tema —


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