Ocho

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Para cuando terminó la jornada, Naru se quedó sorprendido de que Sasuke no se hubiera pasado por la obra. No le tenía por un cobarde. De todas formas, se sintió aliviado de no tener que enfrentarse con el varón que había vuelto su mundo cabeza abajo a fuerza de excitantes caricias y cautivadores besos.

Abandonó el tajo más tarde de lo que había esperado porque perdió la noción del tiempo mientras firmaba las nóminas. Se negaba a admitir que no quería volver a su apartamento, donde los recuerdos de la noche anterior le estallarían en la cara tan pronto como entrara por la puerta. Pero, justo cuando se disponía a introducir la tarjeta en la ranura, recuperó la confianza. En realidad no había sido más que un simple incidente. Seguro que a esas alturas Sasuke ya lo habría olvidado.

De repente le sonó el móvil. «Qué ironía», pensó en cuanto miró la pantalla. Sasuke había tenido que llamarlo en el preciso instante en que acababa de entrar en el escenario donde había demolido todas sus defensas.

—Hola.

—Lamento no haberme pasado hoy por la obra.

Naruto se apoyó en la puerta cerrada mientras intentaba sobreponerse al estremecimiento que le recorría todo el cuerpo, consecuencia del sonido de su voz.

—No te preocupes —repuso, sincero—. ¿Qué pasa?

—Esa distribución de los asientos de las invitadas me está volviendo loco. Sé que te has pasado el día trabajando, pero te necesito.

Lo necesitaba. Significaran lo que significaran aquellas palabras, no podía negar que le encantaba escucharlas.

—Bueno —entró en el dormitorio y empezó a desvestirse—. ¿Quieres que nos encontremos en alguna parte?

—Yo te recogeré. ¿Estarás listo dentro de media hora?

—Claro. Hasta luego.

Colgó antes de que pudiera cambiar de idea. Volver a estar cerca de Sasuke resultaba sencillamente inevitable. Después de refrescarse, maquillarse un poco y aplicar un brillo a los labios, se recogió la melena en un apretado moño alto. Esperaba que no lo llevara a ningún sitio elegante, porque al final se puso unos téjanos cortos y una blusa azul pálido, con chanclas plateadas. Cuando se volvió para mirarse en el espejo de cuerpo entero, frunció el ceño: parecía un adolescente. Pero Sasuke llamó a la puerta antes de que pudiera acariciar la idea de cambiarse: sí que era rápido.

Cuando abrió la puerta, forzó una sonrisa. Sabía que se comportaría como si lo de la noche anterior no hubiera significado nada para él. Por ello, necesitaba poner una buena cara para que no sospechara que él le había ocurrido todo lo contrario.

—Estoy listo —anunció al tiempo que recogía su bolso del pequeño estante que había cerca de la puerta—. Espero que vayamos a cenar. Me muero de hambre.

— ¿Te gusta comer, eh? —preguntó, divertido.

— ¿A quién no? —Cerró la puerta y se guardó la tarjeta—. Me encantaría un buen filete. O una pizza.

Sasuke se echó a reír mientras estiraba una mano para pulsar el botón del ascensor.

—Nunca he salido con un doncel que no pidiera ensalada y se dejara luego la mitad.

El corazón le dio un vuelco en el pecho. Dio un respingo y se dio cuenta de que se lo había quedado mirando fijamente.

— ¿Estamos saliendo?

— ¿A ti qué te parece?

Sonriendo, entró en el ascensor.

—Me parece que has estado saliendo con mujeres equivocadas... si estaban tan obsesionadas por vigilar su figura como si fueran adolescentes.

Sasuke, sexy, rico y solteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora