Trece

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Al cabo de cuatro irritantes semanas, Naruto estuvo en condiciones de estrangular a Sasuke Uchiha. O eso o lo arrastraba al interior de su oficina y le obligaba a terminar lo que había empezado a lomos de su motocicleta un mes atrás.

Ciertamente, si él no se hubiera retirado a tiempo la última vez, se lo habría consentido todo, se habría prestado a cualquier cosa que le hubiera pedido. Pero se había marchado y, con su marcha, lo había dejado perplejo y confundido.

Mientras pensaba en él, jugueteaba nervioso con la invitación al homenaje a Gaara que se celebraría aquel mismo día. Por alguna desquiciada razón, Mei lo había invitado al evento. Era algo realmente estúpido, ya que apenas conocía a Gaara. Pero Mei se había mostrado tan entusiasmada con su idea de la degustación de helados que había insistido en invitarlo. Era por eso por lo que en aquel momento se miraba una y otra vez en el espejo de cuerpo entero de su dormitorio, ataviado con uno de los últimos enteros de su guardarropa. El entero largo violeta sin tirantes, sería una opción digna para la fiesta de homenaje a Gaara. ¿O no?

Antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, recogió su regalo y su bolso y salió rumbo a lo que estaba segura sería un día especialmente intenso. Cuando salía del edificio, dispuesto a pedirle al portero que le consiguiera un taxi, un chófer bajó de un impresionante Jaguar negro y se acercó a él.

— ¿Señorito Namikaze? Me envía el señor Uchiha —abrió la puerta trasera, invitándolo a subir—. Me dijo que asistiría usted a una fiesta y quería asegurarse de que llegara a su destino sin problemas.

Se quedó paralizado por un momento antes de avanzar hacia el coche.

— ¿Sasuke le envió a recogerme?

—Efectivamente.

Un nuevo gesto de galantería de Sasuke Uchiha. Si aquel hombre no quería realmente que los donceles cayeran rendidos a sus pies, ¿por qué entonces insistía en gestos tan románticos como aquél? Pero ése era un asunto que carecía de sentido discutir con el amable chófer.

—Gracias.

El refrescante aire acondicionado le dio la bienvenida mientras se hundía en la mullida tapicería. Sasuke no le estaba poniendo las cosas fáciles y él tenía la sensación de que lo sabía perfectamente. Quería que fuera él el que acudiera a él, suplicando. Pero lo cierto era que ya estaba a medio camino de enamorarse, y si le ofrecía la menor muestra de vulnerabilidad, no habría vuelta atrás. Lo que quería decir que cuando se marchara, no tendría a nadie a quien culpar de su corazón roto... más que a sí mismo.

Sasuke no había faltado ni un solo día a la obra, si bien su comportamiento había sido estrictamente profesional. Cualquier doncel en su lugar habría pensado que había perdido todo interés por su persona, pero no era así. Muchas veces había sentido su mirada clavada en él, o percibido su contención cuando parecía como si quisiera decirle algo. No, no había renunciado a él. En realidad estaba empezando, tramando el siguiente paso de su plan de seducción... o de ataque, según se mirara.

La limusina llegó por fin a Star Island. Dado que Mei había pensado en una fiesta más bien íntima y de pequeñas dimensiones, aunque suntuosa, había escogido la casa de Sai y de Gaara. El lugar perfecto, teniendo en cuenta que la boda se celebraría también allí. El chófer bajó para abrirle la puerta y, galantemente, lo ayudó a bajar.

—Gracias por haberme traído.

—Ha sido un placer, señorito. Esperaré aquí hasta que esté listo para marcharse.

—Oh, no... No es necesario. Ya encontraré la forma de volver...

—Yo solo cumplo órdenes.

—Pero podría quedarme aquí horas...

Sasuke, sexy, rico y solteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora