—¿Có-Cómo? —pregunté con la voz temblorosa.
Sentí que la cabeza me daba vueltas y el pecho me dolía. ¡Esto no podía estar pasando! ¿Mi papá? Pero, ¿qué? ¿Por qué? Si el otro día que había estado hablando con él se le notaba muy alegre, sano como siempre, incluso me había bromeado yo…
No sé qué más me dijo Valeria por el teléfono. Su voz me sonó como un eco lejano, que repetía incesantemente algo, pero que me era imposible de percibir con nitidez. Mi cuerpo era como una estatua, clavada en el piso, con mi mano derecha bajada y que dejaba escapar el celular al suelo, como una toma de cámara lenta.
Todo a mi alrededor se convirtió en un gran vacío, en un terreno sombrío, devorado por un torbellino frío de desesperación y desazón; este solo pudo ser calmado brevemente cuando mis cálidas lágrimas bajaban por mis mejillas al tiempo que percibía que unas fuertes manos me halaban y me abrazaban. Cuando menos me di cuenta, de mi interior salió un quejido lastimero que empezó siendo pequeño, para luego convertirse en un gigantesco y desgarrador llanto, que quería dejar salir toda la angustia que me dolía y carcomía.
—¡Mi papá! ¡Mi papá! —dije con la voz temblorosa, luego de que pudiera controlar mi respiración, la cual me había impedido hablar por algunos segundos, por lo entrecortada que estaba.
Quise seguir hablando, pero no pude. Sentía que el pecho me dolía tanto, que me costaba respirar, así como hablar y razonar.
Escuché un siseo de alguien más para luego decirme: ‹‹¡Cálmate! Tu papá está bien. Está en el hospital, eso sí››. Y cuando esa voz, que en un principio me había sonado distante y cortante, ahora se mostraba generosa y cálida, mientras era acunada en los brazos de un desconocido, permití que el aire que entraba a mis pulmones lo hiciera de manera pausada, para darme el tiempo necesario de procesar… y de reaccionar.
No supe por cuánto tiempo estuve así, pero cuando mis ojos llorosos lograron contemplarse en aquellos ojos café que transmitían una mezcla de lástima, sosiego, pero sobre todo de empatía, me di cuenta de la realidad, de la cruda y triste realidad.
—¡Mi papá! ¡Mi papá! —volví a exclamar, pero ahora con la respiración ya no tan entrecortada.
—Tu papá está bien. Lograron salvarlo a tiempo felizmente —me dijo Dash de manera calmada al tiempo que me cogía de los hombros—. Vamos, termina de hablar con Valeria para que te cuente todo. —Levantó y me acercó el teléfono a mis manos.
De inmediato, le obedecí. Y fue ahí cuando me enteré de todo.
Según supe, papá había sentido un pequeño dolor en su brazo el día de ayer, pero no le había dado importancia. Y era que, a sus cincuenta y cinco años se hacía llamar a sí mismo un “muchachón”.
Desde hacía unos meses atrás, aprovechando el aire puro que se vivía en mi región, había cogido como costumbre el levantarse temprano para echar unas largas maratones, justo antes de abrir la bodega. Esto había sucedido a raíz de en una reunión social, unos amigos le habían hecho sentir “viejo” al decirle que estaba calvo, canoso y con varios kilos demás. El pobre se sintió herido en su orgullo masculino, tanto que decidió pintarse el pelo para esconder las canas, comer una dieta balanceada y hacer deporte (cosa que no le recordaba, mi papá siempre había sido bastante flojito para ello). Para cualquier persona hubiera sido un cambio saludable de no ser porque en el cuerpo de mi papá, que no estaba acostumbrado a esta rutina, le había significado un esfuerzo considerable en su corazón, que se había manifestado a través de un paro cardíaco silencioso.
Al llegar a la casa, luego de su maratón, mi mamá lo había encontrado en la puerta de la bodega, caído en el suelo, con el pecho izquierdo aprisionándose con ambas manos, su boca abierta reclamando por aire y sus ojos clavados en ella acuciosos por una desesperada ayuda.
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Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]
RomanceElla tiene como crush un escritor; siempre ha querido conocerlo. Cuando tenga que vivir y trabajar con él, su sueño se hará realidad. ******* -Te llevo diez años de edad. -¿Y cuál es el problema? A mí me pareces sexy. Dicen que los hombres son como...