—Solo por hoy entraré a tu cochino cuarto y te ayudaré en buscar tu escaleta.
Luego de transcurrido el bochorno inicial —entiéndase que Dash se vistiera y yo recuperara la compostura— la calma más o menos regresó entre los dos. Pero duró poco. Bastó que volviera a entrar a su habitación, el hedor del mal olor se colara por mi nariz, para provocarme que me mareara un poco, que me di cuenta de que así sería imposible trabajar con él.
—Ok, así no puedo continuar —dije, colocándome en la silla en donde él solía sentarse, no sin antes comprobar que no hubiera ningún calzoncillo encima.
—¿Me vas a ayudar o no? —alzó la voz—. ¡Oye, ese es mi sitio!
—Pues ahora me siento yo aquí.
—¿Cómo? —Trató de moverme de la silla, sin éxito alguno—. Que yo me siento aquí. ¡Sal!
—Siéntate por ahí, encima de tu cama o lo que sea —indiqué con mi dedo. Me negaba a que mis manos volvieran a tocar vaya una a saber qué cochinadas—. Bueno, creo que si comenzamos a ordenar por aquí —me levanté un poco para mirar de reojo toda la esquina de su espacio de trabajo— lo más seguro es que...
—¡Que ese es mi sitio!
Percibí que me había tomado de los hombros, aprovechando que estaba ligeramente levantada.
Aunque quise mantener el equilibrio, no pude. Cuando menos me di cuenta, estábamos los dos en el suelo. Dash boca arriba, yo boca abajo, frente a frente, a pocos centímetros el uno del otro.
Así limpio, oliendo a jabón y al tenerlo cerca de mí, era muy distinto de hacía una hora atrás. Sus largas pestañas adornaban a la perfección sus hermosos ojos castaños. El pelo mojado, que había bañado restos de agua sobre su frente, le daba un marco bastante masculino a sus facciones. Sus gruesos labios, que temblaban y formaban una hermosa línea de expresión en su rostro, se me hicieron indescriptibles, comestibles, apetecibles...
Cuando mis ojos se reflejaron en los suyos, me quedé estática. Cuando mis manos se apoyaron sobre su torso y notaron que estaba bien trabajado, la sensación me gustó. Y cuando su aliento se combinó con el mío, envolviéndome en una nueva sensación, indescifrable hasta ese momento, empecé a percibir miles de mariposas en mi interior.
Pasé saliva. Me gustaba el brillo con el que me estaba observando. No era la típica mirada rancia y maleducada de siempre, no. Parecía cálida, amable, capaz de sostenerte, tal y como lo hacían sus brazos que se ceñían sobre mi cintura en aquel momento.
Por primera vez, en mi corta vida, algo dentro de mí nació, se encendió, creció...
‹‹¡DETENTE, ELI! ¡Tienes la temperatura a 1,000° celsius! ¡Todo tu cuerpo te suda! ¿Qué diablos te pasa?››, pensé.
‹‹Hormonamiento››, dijo mi cerebro.
‹‹¿Hormonamiento?, pregunté, incrédula.
‹‹Sí... ¡Hormonamiento!››, contestó mi diablillo interior, sonriendo con lujuria.
‹‹Sí... sí, debe de ser eso››, acoté.
¡Malditas hormonas adolescentes! ¿Por qué este apestosín, siempre que se bañaba, debía alterar todo mi cuerpo? ¡Dios santo!
Como pude, me separé asustada de Dash. Retrocedí tan rápido, hasta que una de las paredes me detuvo. Sin darme cuenta, mi mano se topó con un libro viejo, que tenía muestras de estar apolillado. ¡Argh!
—¡Ahhhhh! —grité asustada al tiempo que lanzaba el libro hacia el otro lado de la habitación.
Al alzar la cabeza para ver adónde había ido a parar el susdicho, mis ojos se toparon con los de él. Recién se estaba incorporando del suelo.
ESTÁS LEYENDO
Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]
RomanceElla tiene como crush un escritor; siempre ha querido conocerlo. Cuando tenga que vivir y trabajar con él, su sueño se hará realidad. ******* -Te llevo diez años de edad. -¿Y cuál es el problema? A mí me pareces sexy. Dicen que los hombres son como...