Desvelo

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Desvelo

Las llamas danzando entre minúsculos trozos de madera, iluminaron tétricamente la habitación de Hermione, esparciendo las sombras del mobiliario en la pared. Ella, recostada en su cama sin hallar en qué entretener su desvelo, observó las figuras que los años habían formado en las rústicas paredes. Por algunos minutos sus ojos detallaron lo que su cerebro advirtió como las fauces abiertas de un lobo.

—Que obsesión —murmuró, girándose molesta.

Envolvió su cuerpo para darse calor y cerró los ojos forzando el sueño. Sin embargo el débil manto del cansancio disputaba con el estúpido sentimiento de culpa que no logró ahogar con la satisfacción de negarle el gusto a Malfoy de manipularla. Dio un par de giros sobre sí misma, en aras de encontrar la mejor posición para descansar.

Todo le molestaba: la cama era demasiado blanda de aquel lado, o muy fría en esta zona, las sábanas picaban un poco más abajo y resbalaban de más un tercio más arriba. Culpó a todo cuanto tenía a su alrededor, negándose a admitir su verdadera molestia: se sentía mucho mejor acostada de cualquier manera sobre la mesa de Hagrid acompañando a Malfoy que en su cómoda cama en Hogwarts.

La consciencia y el sueño no eran buena compañía

Dándose por vencida, de un solo movimiento las cobijas volaron hacia el suelo. Frustrada se levantó del tibio lecho y se encaminó hacia el escritorio donde reposaban algunos libros.

Deslizó su delicado pijama por debajo de los muslos cubriendo sus rodillas y sentándose sobre sus piernas acomodó el único sofá de su habituación apropiadamente ubicado entre la chimenea y su escritorio de trabajo. Tomó su varita para acrecentar la luz sobre la mesa de estudio, y atizo un poco la llama para calentar su costado.

Alargándose sobre el escritorio escogió el primer libro de un montículo de textos y se dispuso a repasar algunos temas que explicaría durante la semana.

Sus ojos transitaban ávidos entre las letras monocromáticas deslizando sus dedos por debajo de cada renglón. Tardo un par de minutos en darse cuenta que las páginas sobre las cuales conducía su mirada, no cobraron ningún sentido en su cabeza, arrugó la frente concentrándose al máximo en extraer de la sinapsis en su cerebro la más vaga idea sobre que estaba leyendo, pero no descubrió nada más allá del tipo de letra.

Un incómodo ardor rodeando la boca de su estómago no la dejaba concentrar. Tamborileo la mesa con las uñas de su mano y dejo descansar su frente contra la lisa superficie de la mesa. De nada servía entretener la mente cuando ésta se esforzaba de manera inagotable en llevarla a un sendero que no deseaba confrontar. En el centro de su memoria se alojaba Malfoy con toda la incomodidad que le producía, sintiéndose pesadamente responsable, el compromiso con Draco era suyo, no de Hagrid y por más que le escociera aceptar la verdad silbando ruidosamente en el aire, el rubio tenía razón, era su obligación.

Ahora ¿Qué podía hacer? Salir corriendo en medio de la noche por entre los pasillos de Hogwarts, ir directo al bosque entre la espesura de la noche para llegar resoplando a casa de Hagrid y encontrarse con la sonrisa de complacencia en el rostro de Slytherin, demasiado utópico para su gusto.

Eso jamás.

Un leve repiqueteo en su ventana la distrajo de su molestia. Levantó el rostro marcado por las vetas de la madera, dirigiendo sus agotados ojos castaños hacia el cristal, percatándose de dos lechuzas observándola desde el alfeizar. Sin tener muy en claro el motivo de la visita, se levantó rápidamente abrazando su vientre, se le dificulto el paso al tener sus piernas ligeramente adormecidas y con paciencia abrió la ventana ingresando por ella los animales más una bruma helada que castañeteo los dientes.

Luna de PlataWhere stories live. Discover now