¡Al fin te capturé!

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Un año entero acaeció casi sin que me diera cuenta. "William Cuttnek Bartók" se leía en la letra tallada en la superficie gris y rasposa de una lápida del cementerio que, a pesar de todo permanecía muy bien cuidada y llena de las flores que con constancia se le llevaba de parte mía, por lo general. Una tarde de otoño sombría, silenciosa, apasible y de brisa tranquilizante, yo me hallaba frente la tumba de mi difunto amigo quien tuvo una muerte horrible a pesar de ser inocente. El resplandor del alba era tan anaranjado y poético como las calabazas de Castilla que crecían al rededor. Las lápidas de losa fría y escalofriante. No pude evitar recordar momentáneamente las espantosas torturas que sufrieron tanto Jacobo como Adrián a manos del asesino misterioso antes de hallarse cara a cara con la muerte quien llamó a la puerta de Bartók.

Soy tan tonto que sucumbí a la seducción de la mujer que me abandonó cambiándome por el francés y desquebrajó mi vida cual hoja de papel con un texto erróneo e inservible. Al menos su compañía en mi cama me hacía sentir alegre, no sabía si ella me podría amar o no realmente pero con vivir en la ilusión me era suficiente, su presencia ahogaba la de los espíritus de mi melancólica morada y con su bella sonrisa, ella le quitaba a mi hogar por completo lo espeluznante y propiamente, lo melancólico.

Recordé el horrendo crimen tan violento de la chica cuyo cadáver apareció embutido debajo de la cama de Bartók como si fuese... No sé, algo como prendas sucias y viejas pretendiendo ser ocultadas de la vista ajena. Las botas con sancos que, siendo franco, de igual manera no entiendo como llegaron ahí, bajo la intervención de quién o porqué le inculcaron a él pero el punto, se trata de que le costaron la vida al pobre William. Y es que demás estaba decir que mi amigo fué colgado pero su conciencia estuvo libre de culpa hasta el instante cuando dejó de respirar a lo que, me pregunto siempre; ¿Qué mente tan perversa y que cuerpo tan escurridizo y habilidoso debe tener el Enterrador como para lograr con éxito tal increíble hazaña de plantar culpabilidad sin que el propio William lo notase durante la transición de los objetos y, por consiguiente, engañarnos a todos como unos estúpidos.

Los gritos ignorados de Bartók jurando por Dios y la Tierra entera ser inocente me dejaron una cicatriz, un pesar en el alma que no se borrará jamás. Yo, Vincent, me negaba rotundamente a creer que El Enterrador no era un hombre común como tú o como yo, me resistía a aceptar sus poderes diabólicos a pesar de mi experiencia en cosas de esa índole porque, simplemente me parecía improbable, descabellado, insensato el considerar esa posibilidad. Si algo me había enseñado "The Murders in The Rue Morgue" tratabase del análisis en las escenas de crimen, pero yo no era un detective y en realidad, no había mucho que rascar en busca de captura al responsable. Regresé a mi empleo normal en la morgue a cargo de un nuevo jefe. Él me agradaba mucho más que el despiadado Jacobo Burton pero igual no me acababa de caer bien, siempre me pareció un poco, o, mejor dicho con plena sinceridad, bastante hipócrita además de afeminado pero eso último ya es algo que no me incumbe criticar.

Luego de doce meses de no haber visto ni escuchado nada referente al asesino desde su burla a mi amigo quien padecía el sufrimiento brindado por la soga en su cuello, por fin recuperé mi ansias de vivir o al menos, de sonreír de vez en cuando. Todo debido a Jane, mi novia, el remoto amor que jamás me arranqué del pecho. La motivación nacida en mi corazón gracias a ella me salvó de una depresión máxima y juré sobre la tumba y el recuerdo de mi excelente colega que me encargaría de encontrar a El Enterrador y no entregarlo a la justicia, sino matarlo con mis propias manos, la venganza aparecería sin remedio o alternativas.

Ignoraba que él, era un espíritu libre, intangible como el aire, un ente demoníaco y no un ser humano como tal o es lo que, en cierta manera me he llegado a plantear, no importa, insisto eso no me impedirá apuñalarlo y terminar con sus homicidios de una maldita vez. La manera tan brusca en que descubrí lo que mi suposición cataloga como la horrenda realidad fue cuando, una noche salía tambaleando del bar porque una pelea de borrachos empezó y siendo prudente me marché aunque preocupado porque Jane se pondría molesta y triste al verme así. Digo así pues, no obstante a mis razonamientos, me puse ebrio, demasiado, creí haber bebido casi medio barril del fino amontillado, el tenue sabor a avellana y el concentrado alcohol magnífico me dejaron mareado, la cosa era tan grande que ni siquiera veía del todo bien pero distinguí una mancha negra a la lejanía, se iluminaba con la luz de un farol en medio de la calle. Pronto se dispuso a irse pues me vió y su paso le llevó al que estaba al otro extremo, y luego a otro y luego a otro sucesivamente hasta perderse en las tinieblas y la hierba del campo.

—¡MALDICIÓN, ES ÉL! ¡ES ESE CANALLA!—

Grité y un instinto me hizo seguirlo, corrí con normalidad a pesar de que segundos atrás perdía el equilibrio, parece ser que la fuerza de voluntad me regaló la habilidad para lo que necesitaba en ese momento. Lo perseguía y él aceleraba su velocidad al correr, hacía pensar que incluso me tenía miedo o algo cercano. El cementerio fue su refugio y mientras cursaba hacia adentro con el mismo método que él, saltarme la reja, ví que se escondía entrando en una cripta que parecía abierta por alguna razón. Muchas veces había asistido al panteón, conocía cada tumba y esa no estaba abierta, no había razón de que se encontrase abierta pero no le dí mayor importancia. Mi caída al suelo no fue tan exitosa y ágil como la que efectuó mi contrincante, yo me desplomé de rodillas a la tierra y los guijarros que lastimaron mi piel, esto pues, desde luego, el alcohol me tenía desorientado. A pesar de ese factor de desventaja tan solo debía sacar mi navaja e introducirme a la cripta y cortar su cuello. Juré venganza y ahora estaba muy emocionado pues por fin lo lograría.

—Sí, al fin lo capturé— pensé al acercarme con velocidad e introducirme en la escalofriante construcción, ansiando llevarlo a la senda del filo de la muerte sin pensar en las consecuencias el acto traería, aunque igual, si se lo hubiese dejado a la policía como sea lo abrían matado en la horca o cortándole la cabeza, ya he mencionado que aquí la pena de muerte es completamente válida.

Mi relato casi termina pero falta una hoja más, y estoy seguro, cuando finalice de poner la última letra y punto de mi escritura por fin lo mataré...

El Enterrador (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora