Capítulo 2: Los insultos se pagan caro

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¿Pero cómo se atrevía? Aquello no iba a quedar así. Aquel energúmeno iba a saber quién era yo. Si creía que iba a zanjar la conversación con un insulto hacia su persona y salir de rosas, lo llevaba claro. Respiré con dificultad antes de lanzarme contra él, como a la carroña que solía defender, y lo traté fríamente, como si estuviera ante un estrado.

—¿Me has llamado "Cosa"? ¿Cuánto cuesta su bolsa de té, por favor?

—¿Qué?

—¿Ahora es sordo? ¿Qué cuánto cuesta su maldita bolsa de té?

—¿Ahora se preocupa por mi té? Creo...

—Permítame que lo interrumpa, pero no estoy para más sandeces suyas. Limítese a contestar a mi pregunta.

—Este té era de importación. Si crees que puedes comprarlo por aquí para resarcirme, olvídalo.

La sangre fluía por mis venas. ¿Todavía creía aquel patán que trataba de pedirle perdón?

—No me interesa comprarlo. ¿Cuánto cuesta de dónde sea que lo haya comprado?

—$10

—Bien, pues mi blusa cuesta $5248. Así que me debe —dije mientras escribía al dorso de su tarjeta el importe de la deuda—: $5,238. Y ahora, usted y yo vamos a ir a ver a ese policía que viene hacia nosotros y vamos a formalizar una denuncia.

—Pero bueno, ¿se ha vuelto loca? Yo no pienso hacer nada, ni le debo nada.

—Me temo que se equivoca, me ha insultado y me ha estropeado mi atuendo. Ahora, o lo paga, o no me hubiera insultado. —Puse la mejor de mis sonrisas y vi como aquel tipejo hervía de la rabia. 

Su cara de sorpresa se alternaba con la furia.

—¿Sabes, niña rica? Creo que tu pataleta ha llegado demasiado lejos. Toma. No me devuelvas nada. Quédatelo como propina. Para que te echen un buen polvo y se te baje ese amargor.

El tipejo sacó un talonario de cheques de debajo de esa cochambrosa camisa y extendió una cantidad muy superior a la que había escrito yo. Me lo entregó con desprecio y se largó de allí. Yo miré el cheque lívida y pensé que estaba siendo estafada por un loco. Decidí comprobar en un banco cercano si era verdadero o no, para denunciarlo. Justo a la salida del aeropuerto, había uno. Crucé la calle y esperé a ser atendida.

—Buenos días, señorita. ¿En qué puedo ayudarla? —Un hombre de mediana edad con una sonrisa afable, salió a mi encuentro.

—Me gustaría comprobar que la persona que me ha extendido este cheque tiene dinero en su cuenta o si puede ser un caso de falsificación.

—Un momento, que comprobemos su autenticidad.

El hombre desapareció tras una mampara para regresar al rato.

—Hemos comprobado y está todo perfecto. Incluso, he efectuado una llamada al señor Castillos y me ha confirmado que puede cobrarlo. Me ha dicho que no esperaba menos de una mujer como usted.

El hombre había cambiado radicalmente su mirada, como si yo me dedicase a la buena vida. Aquello era bochornoso e insultante. No sabía qué podía haberle dicho aquel impresentable, pero estaba consiguiendo amargar mi reencuentro con Alejandro.

—Soy abogada, y ahora no deseo cobrarlo. Quiero hablar con su cliente, pues lo quiero demandar.

Le entregué mi tarjeta de identificación y el hombre se quedó petrificado. Comenzó a sudar la gota gorda.

—Discúlpeme, tiene que tratarse de un malentendido. El señor Castillos es un buen chaval y tiene muy buenos abogados... 

Aquel comentario me rechinó en la cabeza ¿abogados, ese pordiosero? Debía ser un error.

—Yo soy una de las mejores. Eso no es impedimento. Deme la dirección de su oficina o iré aponerle una denuncia de inmediato.

El hombre desapareció tras las mamparas para volver con un teléfono inalámbrico.

—¿Y ahora qué, Amalia, o debería decir señora García?

—No soy señora, soy señorita. Y para usted, señorita García, gracias. Sus modales dejan mucho que desear, señor Castillos. Usted se ha excedido en sus insultos. Soy abogada y le voy a hundir en la miseria más absoluta.

—Creo que no sabe quién soy ¿verdad?

—Un magnate de los negocios, desde luego que no.

—Pues se equivoca. No se juzga por la apariencia. Creo que esto ha sobrepasado mi paciencia.

—¿Su paciencia? Y usted, la mía.

—Bien, será mejor que hablemos. Hoy no llevo un buen día y creo que la he pagado con usted. Mil disculpas. Será mejor que solucionemos esto de la mejor forma posible.

—Ahora me gusta más —Su voz sonó demasiado sarcástica para su gusto, pero es que aquello había traspasado sus límites de aguante.

Me dictó una dirección a la que no podía dar crédito. Era uno de los hoteles más lujosos de todo el Caribe. Debía tratarse de un error. ¿Trabajaría ahí? ¿Con esas pintas? Imposible. Aun así la curiosidad pudo más conmigo. Ahora comenzaba a dudar de quién se trataba en realidad. ¿Debía preguntar al hombrecillo del banco por su verdadera identidad? Mi olfato de abogada me decía que tenía que ser como su primer amor. Un actor o bailarín de poca monta. Sí, debía haberse tirado el farol con ese talonario. Seguro que le valdría para ligar o impresionar a una pobre muchacha. Pero al verse amenazado por mí con llevarle ante aquel policía, se había gastado todos sus míseros ahorros conmigo. Debía tener problemas con la justicia, ¿qué si no? 

Más satisfecha con el derrotero de mis pensamientos cogí el primer taxi dispuesta a montarle un numerito. Aunque debía darme prisa si no quería perder mi cita. Aquel imprevisto estaba convirtiéndose en una pesadilla.


Si crees que el hippie debería ser rico y guapo con una identidad secreta y que surja algo entre los dos ve al capítulo 4.

Si crees que el hippie solo quiere solucionar las cosas para zanjar aquel asunto y que Amalia continúe su cita con Alejandro, ve al capítulo 5.

¿Problemas en el Paraíso? (Historia interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora