Capítulo 5: El mundo es un pañuelo

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Al bajarme del taxi frente al lugar donde fui citada, me quedé asombrada por tal lujo. No podía creer que nos fuéramos a encontrar en semejante hotel. Sonreí al pensar que seguramente ni lo dejarían entrar con esas pintas, pero no quise pensar más en el tema, sabiendo que lo que me esperaba en esa extraña reunión con aquel desconocido andrajoso probablemente me sacaría de mis casillas.

No podía creer que un hippie sacado de los años sesenta me estuviera arruinando el día, sobre todo cuando tenía que saber si Alejandro estaría esperándome o no. Quise salir de ese asunto cuanto antes, así que preferí al mal paso darle prisa.

—Buenas tardes señorita ¿En qué puedo ayudarla? —Un hombre joven con el uniforme del hotel me saludó cortésmente en el momento en el que ingresé al lugar.

—Muchas gracias, busco a un hombre... —Casi no pude continuar hablando pues en ese momento sentí que moriría de la vergüenza cuando ese caballero viera con quién me encontraría ahí en medio de tanto lujo y personas con clase.

—¿El nombre del caballero es?

—Su apellido es Castillos.

—Ah, el señor Julián Castillos, ¿tiene cita con él? No lo esperábamos por acá el día de hoy.

Casi se me cae la mandíbula. ¿Cómo era posible que en este hotel conocieran al gamín que me trató de aprovechada y que parece que no conoce el significado de la palabra ducha? Tenía que tratarse de un error. Tal vez todo se debía a un caso de homonimia y el pobre Julián Castillos que conocían tanto en el banco como acá estaba cansado de tantos errores debido a su tocayo.

El hombre del hotel me indicó que lo siguiera y me llevó hasta el restaurante, donde señalándome una mesa que quedaba separada de las demás, me hizo saber que era donde al señor Castillos le gustaba reunirse con la gente, pues era el punto más privado de todo el lugar.

Me acomodé en la mesa, totalmente aturdida por la situación inesperada y nerviosa porque era posible que llegara tarde a mi cita con Alejandro, aunque aún contaba con el margen de tiempo que me gustaba conservar antes de cualquier evento importante, pues lo imprevistos siempre llegan cuando menos deben.

Esperé alrededor de tres minutos hasta que lo vi. El mismo hippie con ese peinado horrible que siempre me pareció asqueroso y su ropa barata y sucia, saludaba a las meseras, los botones y las recepcionistas que encontraba a su paso. Todos le sonreían amables pero con un gran respeto, como si fueran sus empleados o algo así. La escena era bastante surrealista.

—Señorita García —dijo sentándose frente a mí al otro lado de la mesa—. Tal vez debí hacer esto en cuanto tropecé con usted y no ponerla a recorrer media ciudad para que nos viéramos, pero en serio estoy apenado. Sé que la traté muy mal, fui bastante grosero y machista y actué totalmente fuera de lugar dándole ese cheque y habiendo dicho lo que dije al personal del banco.

—Debo confesar que eso me ofendió mucho —aseguré.

—Es totalmente entendible señorita García. Vamos a hacer una cosa; sé que no reemplazaré la blusa que mi té arruinó, pero para que esto quede de la mejor manera, la invito a hospedarse aquí la noche que quiera con todos los gastos pagos.

Si hubiera estado bebiendo algo, lo habría escupido en toda su cara.

—¿Qué? ¿Tiene algún bono que no ha reclamado o algo así?

—Vaya. Parece que ser grosera está en su naturaleza. Creo haberle dicho que no se fije tanto en las apariencias. En fin, lo mejor será que acepte mi disculpa sin tanta parafernalia y tanto usted como yo sigamos nuestro camino tratando de olvidar todo el día de hoy.

Se levantó notablemente molesto y se paró frente a mí, imité su gesto para marcharme de ese hotel pues ahora sí se me estaba haciendo tarde.

—Hasta luego, señorita García —extendió su mano para dármela, pero la verdad no me moría de ganas por responderle el gesto, quién sabe en qué selva habían estado esas manos buscando hierbas raras.

Sin embargo, decidí darle la mano, pues recordé que nunca viajo sin mi gel antibacterial y además él había tenido la decencia de al menos disculparse.

Salí del hotel muy apurada, pues ya pasaba del medio día y aunque la nota de Alejandro no especificaba hora, ya había perdido la mitad del 2 de enero discutiendo con un hippie que al parecer era famoso en los hoteles lujosos. Seguramente sería el que recibe las sobras del restaurante para alimentar al resto de hippies de su comunidad de paz y amor.

Llegué al Dreamcatcher acalorada, nerviosa y con ganas de saber de una vez por todas sí vería a Alejandro o me dejaría plantada. Hice el check-in en la recepción y luego fui a darme una ducha rápida pues si veía a quien venía a buscar, lo que menos quería era recibirlo con ese olor a hierbas peruanas que traía encima.

Nunca en mi vida me había arreglado tan rápido: estar bañada, vestida, peinada y maquillada en menos de diez minutos debería ser un Guiness Record. Bajé al restaurante que quedaba en la playa privada del hotel y ordené un Margarita, pues no me sentía con ánimos de enfrentar toda la situación sin estar un poco achispada por el licor.

Esperé una hora, alternando mi vista entre el libro que leía sin prestar mucha atención a la trama y el ambiente general del sitio, donde de vez en cuando escaneaba cada rostro que me rodeaba, por si era el de Alejandro.

Estaba empezando a perder las esperanzas, lo más seguro era que se hubiera arrepentido. ¿Y por qué no lo haría? Seguramente, la rubia operada lo esperaba en algún sitio paradisiaco donde tendrían sexo desenfrenado, y lo que pasó entre nosotros aquella noche fue solo un recordatorio de los viejos tiempos.

Una lágrima amenazaba con salir cuando escuché su voz. Reconocería ese timbre sensual y varonil en cualquier lado. Al mirar hacia atrás, ahí estaba. Alejandro, el hombre con el que viví los mejores dos años de mi vida me extendió su mano con un "hola", que selló besando mi mano.

—No sabía si vendrías, pero gracias por hacerlo —dijo con una enorme sonrisa que me hizo recordar el día en el que lo conocí.

—Yo tampoco estaba segura de si te presentarías. Confieso que no creí que lo hicieras.

—¿Por qué?

—Porque pensé que aún estarías con aquella rubia...

—Lo nuestro terminó. Y no creas que te estoy buscando por despecho, es solo que toda la situación con ella me hizo abrir los ojos y darme cuenta de a quién quiero tener en mi vida.

Sentí como toda la sangre de mi cuerpo se acumulaba en mis mejillas y traté de disimular un poco cambiando el tema.

—¿Por qué me has citado aquí?

—¿No te gusta el hotel? —preguntó sorprendido.

—Me encanta, es solo que me pareció un poco extraño el gesto.

—Te he citado aquí por dos razones. Primero porque quiero revivir contigo aquel viaje que hicimos en esta hermosa isla y que nos hizo tan felices. Segundo, porque quiero que conozcamos a fondo este hotel, planeo asociarme con su dueño y también me gustaría que revisaras como mi abogada los términos legales del contrato que firmaremos.

Placer y trabajo. No me molestaba mezclarlos e incluso me sentí contenta de que nuevamente confiara en mí para sus asuntos legales.

—Lo primero que hago en este tipo de contratos es averiguar la mayor cantidad de información sobre la persona con la que mi cliente se quiera asociar. ¿Cómo es el nombre de tu futuro socio?

—Julián Castillos.


Si crees que Amalia se negará rotundamente a que Alejandro se asocie con Julián, ve al capítulo 10.

Si Amalia se queda callada respecto a ese nombre y se dedica a investigarlo a fondo, ve al capítulo 11.

¿Problemas en el Paraíso? (Historia interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora