Capítulo 8: El destino

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Comencé a buscar una buena excusa para ausentarme, ya que tampoco quería sonar descortés. Quién me iba a decir a mí momentos antes que me podría preocupar la opinión del pordiosero imitador de Marley. Sabía que el tiempo jugaba en mi contra, y mi cita con Alejandro peligraba cada vez un poco más.

Bajé la vista como pude, intentando poner la mente en blanco. Lo último que necesitaba era observar los pequeños movimientos que ejecutaba Julián con sus hermosos labios, eso me sacaba por completo de espacio y lugar.

—Amalia, ¿te puedo hacer una pregunta? —Escuché su voz, lo cual me hizo volver de nuevo a esa nube de la que nunca había querido huir.

Adoraba esa forma en la que pronunciaba mi nombre, me hacía sentir diferente, especial. Sonaba como música para mis oídos.

Al momento, elevé la vista de nuevo a su punto inicial y asentí de forma automática, rogándole a cualquier ser divino que su pregunta se convirtiera de forma sutil en una petición, o más bien una proposición no del todo decente y típica de mí.

—¿Crees en el destino? —Soltó en un pequeño susurro, provocando que los pocos vellos que todavía continuaban en su situación habitual se elevaran, induciendo en mí una situación claramente inusual.

Mi respuesta se redujo a un simple gesto. ¿Qué podría responder a eso? ¿Podría creer en un destino que, hasta el momento, solo me había colocado delante patanes sin sentimientos? Lo cierto era que yo pensaba que me merecía algo mejor, alguien para quien fuera el primer plato, la única.

—¿No crees que puede ser cosa del destino —continuó con su pregunta, acercándose todavía más a mí de lo que ya lo estaba momentos antes, estimulando que la única neurona que quedaba con vida después de apreciar su torso desnudo comenzara a patinar, haciéndome perder así todo sentido de realidad —que tu camisa enchapada en oro sacado de las minas de África, y mi té carísimo de importación, estuvieran destinados a conocerse?

Elevé la mirada, clavándola en sus destellantes ojos, que por algún motivo estaban provocando tantas cosas en mi interior. Sin pensarlo, lancé un pequeño suspiro al aire. Mi mente no estaba pasando por su mejor momento, y la Amalia elocuente había desaparecido de la faz de la tierra. Me obligué mentalmente a pensar en una buena respuesta, de esas que dejan K.O. a todo el que se me pone delante. Creí conseguir una maravillosa cuando, sin previo aviso, mis labios comenzaron a entreabrirse y a soltar palabras sin haber obtenido antes mi consentimiento.

—En ese caso, creo que se han fusionado —respondí sin más.

Segundos más tarde, tras reaccionar, quise abofetearme por la tontería que acababa de soltar por mi boca de prestigiosa abogada. Sin duda, estar cerca de ese adonis me estaba quemando todas las ideas.

Lejos de lo que esperaba, Julián rompió en una pequeña risa una vez más. Esa risa que con el paso de los minutos se me había comenzando a asemejar más a un canto celestial.

—Pues a eso me refería yo exactamente —dijo, cesando las risas y fijando la vista por primera vez en mis labios de forma descarada.

En cualquier otro momento, me sentiría molesta, pero en ese instante me sentía flotar, como en otra galaxia. Había pasado de ser la Amalia fuerte, la abogada, a convertirme en una simple tarrina de gelatina, y lo peor es que sabía que me derretiría de un momento a otro. Patético.

Comencé a sentir como los labios se me secaban y, en cuestión de segundos, mi mirada buscó de forma todavía más descarada los suyos. Por Dios, ¿qué me estaba ocurriendo? Estaba perdiendo toda noción de la realidad, de lo estipulado. No podía salirme del guión, yo no era así.

¿Problemas en el Paraíso? (Historia interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora