Capítulo 10: ¡Definitivamente, no!

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—Disculpa... ¿Qué? —Fueron las únicas palabras que logré articular en ese momento.

Debía tratarse de una broma. Eso, o los dioses se habían empecinado conmigo.

—Julián Castillos —repitió Alejandro, observando mi reacción—. Es dueño de una cadena de hoteles muy importante en esta isla, y creo que esta asociación sería muy productiva para ambas partes.

— ¡Definitivamente, no!

Mi boca respondió antes de que mi mente reaccionara, pero no podía evitarlo. No tenía intenciones de volver a cruzarme a ese tipo, por más productivo que pudiera resultar para Alejandro. Éste me miró algo sorprendido.

— ¿Por qué? ¿Lo conoces? — me preguntó.

Lo pensé por unos instantes. No podía contarle todo lo que ocurrió previo a nuestro encuentro.

— No, es que... No creo que sea el momento para arriesgarse a algo tan grande. —Tenía que evitar esa fusión, costara lo que costara— No sé si puede llegar a ser tan productivo como piensas.

— Espera a investigarlo y luego me cuentas —insistió—. El tipo hace magia, convierte en un éxito todo lo que toca. Sé que las cosas están difíciles, pero esto no tiene forma de fallar. Te lo aseguro.

— Lo dudo —murmuré—. No sé, tengo un mal presentimiento de todo esto.

Mentalmente elevé una plegaria para que Alejandro no notara mis nervios.

Me miró algo pensativo. Llamó al camarero, ordenó un Martini para él y otro Margarita para mí, y esperó a que se retirara antes de volver a hablar.

— Te diré algo —susurró y le dio un sorbo a su bebida—. No veo a Castillos hasta mañana al mediodía. —Se me acercó un poco más y acarició mi mejilla con suavidad— ¿Qué te parece si hasta entonces nos olvidamos de todo y nos ponemos al corriente?

Ese simple contacto hizo que me ruborizara al instante y respondiera afirmativamente sintiéndome algo tonta. ¿Qué estaba haciendo este hombre conmigo? Por un lado, aún tenía mis miedos. Así como ya me cambió por esa rubia, ¿quién me aseguraba que en cualquier momento no se aburriría de mí una vez más y la buscaría de nuevo? Y sin embargo ahí estaba, hecha una adolescente, dejándome llevar por sus cumplidos y esa sonrisa tan seductora. "Contrólate, Amalia", dije para mí misma; pero eso no impidió que, cuando Alejandro posó sus labios sobre los míos, me dejara llevar y olvidara por completo todos mis miedos, los contratiempos que tuve esta mañana e incluso al imbécil de Julián Castillos.

El resto de la tarde nos ocupamos de ponernos al día. Cuando terminamos nuestras bebidas, me condujo a su habitación donde hicimos el amor durante horas. No podía evitarlo: extrañaba su ternura y pasión incluso más de lo yo que creía.

Al llegar la noche, tuvimos que hacer un esfuerzo enorme para salir a cenar. Alejandro eligió un restaurante muy cerca de la playa, de hecho nuestra mesa tenía una increíble vista al mar. Pidió una botella de chardonnay y, cuando el mozo se retiró, propuso un brindis.

— ¿Por los nuevos comienzos?

— Por los nuevos comienzos — acordé riendo y choqué mi copa con la de él.

El resto de la noche conversamos acerca de nuestras familias, viajes y proyectos futuros. Fiel a su promesa, no volvimos a tocar el tema de Castillos y la posible asociación. Luego de la cena, volvimos a la habitación como dos niños que escapan de sus padres. Realmente, no tenía idea de cómo iba a resultar todo o cuánto duraría, pero en algún momento de aquella noche decidí que iba a disfrutar cada momento con él como si fuese el último.

— Buenos días, preciosa — Una voz suave me trajo nuevamente al mundo de los vivos.

Abrí los ojos y allí estaba, con su cabello algo revuelto y esa mirada seductora que me volvía loca.

— Entonces no estoy soñando, ¿verdad? — pregunté devolviéndole la sonrisa.

Alejandro soltó una carcajada.

— Espero que no, porque desde ahora quiero que seas parte de mi realidad —me respondió y, al instante en que lo dijo, volví a sentir esas mariposas de las que tanto hablan en las películas. De todos modos, ese mágico momento se vio interrumpido por dos golpes en la puerta.—Mientras dormías pedí que trajeran el desayuno. Son las nueve y media. A la una de la tarde, almorzamos con Julián Castillos en uno de sus hoteles más importantes.

Mientras iba a buscar la bandeja con el desayuno, mencionó la dirección y descubrí con sorpresa que era en el mismo lugar donde me citó el día anterior. Apoyó con cuidado la bandeja sobre la cama y me miró.

—Amalia, ¿puedo preguntarte algo? — murmuró luego de unos instantes.

— Sí, claro —contesté dudosa—. ¿Qué sucede?

— Bueno, quizás sean locuras mías, pero tengo la sensación de que cuando te nombro al tal Castillos te sientes algo... incómoda, diría. — Alejandro habló con cautela— Siento que, además de que te preocupe el tema de asociarme con él, hay otra cosa que no quieres o no puedes contarme. ¿Estoy equivocado?

Bajé la cabeza algo nerviosa. ¿Qué responderle? No quería que, al contarle, me tachara de "niña mimada" como me había dicho el hippie, un día atrás. Sin embargo, si realmente quería que retomáramos la relación quizás fuera lo mejor contarle lo ocurrido para comenzar sin mentiras de por medio. Suspiré frustrada.


Si crees que Amalia debería optar por contarle lo sucedido a Alejandro, ve al capítulo 20.

Si crees que Amalia debería decidir no contarle nada e ir al almuerzo fingiendo no conocer a Julián, ve al capítulo 21.

¿Problemas en el Paraíso? (Historia interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora