Olivia.
¡Mierda!
Llegaba tarde. Rápidamente, fui corriendo al baño tropezándome con mis propios pies. Me lavé los dientes, la cara y me maquillé un poco, ya que aún quedaban las marcas de los arañazos de la tipa esa.
Me vestí corriendo, cogí mi mochila y baje las escaleras, a toda prisa.
Con la moto ya arrancada, salí a toda velocidad, aunque ya sabía que el profesor no me dejaría entrar.
Entré corriendo por los pasillos para dejar el casco en la taquilla. Fui corriendo hacia el aula veintidós y, como me esperaba, la puerta estaba cerrada. Saqué mi móvil y miré la hora. Diez y un minuto. Media hora tarde; ni de coña me dejaría entrar, por lo tanto decidí irme a la cafetería y desayunar algo. Tranquilamente, con toda la parsimonia del mundo, entre en la cafetería. Me acerqué a la barra y pedí una vaso de leche con cola- cao y una magdalena.
Me senté en una mesa situada al lado de una ventana, dejé la mochila en otra silla que estaba a mi lado y comencé a mirar por la ventana.
—Toma, Olivia. Aquí traigo tu desayuno —giré la cabeza y me encontré a Eduardo. Un chico que trabaja en la cafetería. Nos llevábamos muy bien. Tenía veinticinco años y, para ser honesta, era guapo y aparentaba tener menos edad. Su cara aniñada, a pesar de llevar una incipiente barba, que le favorecía bastante, hacía que se viera tierno. Su altura, era, para mí, la ideal. Metro ochenta. Sus ojos marrones te transmitían ese sentimiento de confianza que no todo el mundo lograba de transmitir.
Le sonreí, agradecida y lo invité a sentarse junto a mí, como otras muchas veces. Él miró hacia los lados para saber que los cuatro chicos que estaban sentados en una mesa no lo necesitaban y se sentó enfrente de mí.
—Sólo un rato,¿eh? —río y yo con él.
—¿Qué tal todo? ¿Alguna novedad? —pregunté mientras partía un cacho de magdalena y la mojaba en la leche.
—Todo sigue igual. Sabes que mi vida no tiene mucha aventura —sonrió y yo negué con la cabeza, divertida.
Él estaba ansioso por conseguir una novia, pero según él, no encuentra una que le guste de verdad. Era una pena, porque Edu era un buen partido.
—¿Y tú? —apoyó sus brazos en la mesa mientras entrelazaba los dedos.
—Nada fuera de lo común, sigo con mi rutina de siempre. Yo tampoco encuentro al chico perfecto —me encogí de hombros y los dos soltamos unas cuantas carcajadas—. Creo que voy a envejecer sola, y entonces acogeré a cinco gatos y los trataré como mis hijos. Engordaré unos veinte kilos y entonces seré la típica loca de los gatos —bebí un trago de leche. Edu estalló en carcajadas haciendo que yo riese, aun con toda la leche en la boca. Aguantando la leche e intentado tragar para que no se me escapase ni una gota de, tuve que mirar hacia otro lado para poder tragar todo el líquido.
—¿Qué te hace tanta gracia? Casi me haces escupir todo —dije entre risas—. Y no te gustaría estar fregando todo el charco que se formase.
En ese momento, la gente comenzó a pasar a la cafetería. Con una sonrisa, se despidió de mí y quedamos en que ya hablaríamos.
Yo me quede ahí hasta que me termine todo. Cogí la mochila y me dirigí hacia el casillero de mi amiga, Kate, para esperarla, pues quedaban cinco minutos para que terminase la segunda clase. De todas formas, era una amistad extraña. Después del colegio nunca quedábamos, y no era porque ella no me lo hubiese dicho...sino porque a ser sincera, era una chica bastante solitaria y amaba estar sola. No tenía nada en contra de ella. Simplemente, me juntaba en el instituto con ella, nada más.
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Invicto.© EDITANDO
ChickLitÉl estaba dispuesto a matarla para derribar y hundir en lo más hondo a su peor enemigo. Pero al cabo del tiempo un sentimiento se adueña de ellos. El amor. Tratarán de destruir esa relación de cualquier manera con el fin de separarlos, pero no serán...