7.

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Justin.

-Venga -aceptó, no muy convencida-. No voy a discutir, porque eres un terco y no entrarás en razón -negó con la cabeza.

Controlé mis ganas de ser un bruto y decirle cuatro cosas bien dichas por insultarme, de modo que, sonriendo falsamente le hice un gesto con la cabeza para que fuese detrás de mí.

Llegamos a mi coche y ella se quedó mirándolo como una boba. Suspiré, molesto.

-Si quieres mete la mochila y el casco en la parte trasera -ofrecí amablemente.

Ella asintió e hizo lo que le dije, iba a ir más cómoda. Subí al coche y miré hacia todos los sitios posibles para ver si Lieberman y Tradoss estaban otra vez rondando por el lugar. Lo último que quería era que ellos me viesen por ahí; no debían sospechar nada, si no, Mathew destruiría nuestro plan.

Se llevaría una buena sorpresa al ver a su pequeña hija muerta en la puerta de su casa. Estaba ansioso por ver su cara y regocijarme de su dolor.

No hablábamos nada en todo el camino, ella miraba por la ventana y de vez en cuando miraba la hora en el móvil. Deslicé mi mano en el bolsillo de la chaqueta, saqué el paquete de tabaco y cogí un cigarro. Palpando con mi mano izquierda los bolsillos del pantalón, encontré el mechero y encendí el cigarro. Di un calada muy placentera y eché el humo lentamente. Rápido se formó una nube dentro del coche y Olivia empezó a toser, mientras meneaba su mano para apartar el humo. La miré con una sonrisa de lado, me encantaba saber que la estaba molestando. Sin embargo ella no dijo nada.

Llegamos a una de las mejores pizzerías, nos sentamos en una mesa y comenzamos a mirar la carta que había encima de la mesa.

-¿De qué la quieres? -le pregunté mientras apoyaba los brazos en la mesa y entrelazaba mis dedos.

-De lo que quieras, mientras no lleve champiñones... -se encogió de hombros.

Asentí y a los pocos minutos, vinieron a tomarnos nota.

Pude darme cueta de que estaba muy callada, algo que era muy raro en ella; no la conocía una mierda, pero vamos no hacía falta conocerla mucho para saber que era una cotorra de primera.

-Estás muy callada, ¿no? sabiendo lo parlanchina que eres...me extraña mucho verte así -la miré atentamente, parecía estar totalmente metida en su mundo. No obstante, me sonrió sin pronunciar palabra alguna. Lo que me llevó a pensar que algo pasaba.

Sonó su teléfono. Y curiosamente, me alarmé. No entendía el por qué, pero a medida que veía como ella miraba el teléfono, tecleaba y suspirada repetidas veces, mi tensión aumentaba.

-¿Pasa algo? -pregunté alzando una ceja. En realidad no me importaba una mierda, mas algo hacía que me pusiese en tensión y me tenía completamente de los nervios.

También tenía que ser el chico agradable para ganarme su confianza.

Levantó la vista, terminó de escribir y dejó el teléfono encima de la mesa.

-No -negó-. Era mi entrenadora.

-¿Y qué quería? -volví a preguntar. Había que entablar alguna conversación. Aunque fuese una completa mierda.

-Tengo entrenamiento intensivo esta tarde -no puso muy buena cara.

-¿A qué se debe esa cara? Quiero decir, te he visto jugar y realmente lo vives. Se nota que te gusta -fingí una sonrisa.

Lo que había que hacer para enamorar a una perra, ¿a mí qué coño más me daba lo que le gustase?

-Sí, pero estoy muy cansada y se supone que hoy lo teníamos libre -hizo una mueca-. ¿Cuando terminemos de comer me puedes llevar a casa a coger mis cosas y luego llevarme al entrenamiento? Si no te importa claro -Ahí me dio un poco de pena, tenía una cara tan inocente...y de cansada.

Invicto.© EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora